«El villano en su rincón»: “sujeto el vasallo”

Esta comedia de Lope de Vega evoca la Época de Oro del teatro español y en ella se manifiesta el poderío del rey y la obediencia del súbdito

1534

El placer de vivir fuera del mundo, por parte de Juan Labrador, incluye el no conocer al rey, en este caso de Francia, que todo lo habita. Esta contraposición es el primer detonante que utiliza Lope de Vega (1562-1635) en su comedia El villano en su rincón.  

Juan Labrador vive feliz en su hacienda. Dos de sus orgullos son el nunca haber visto al rey y el otro ser su leal súbdito. El primero es inaudito. La mayoría busca no sólo mirarlo sino formar parte de la corte real. Incluso sus dos hijos suspiran, en secreto, ésta o una cercana posición: Lisarda se disfraza de dama y acude a la ciudad, por unos momentos deja de ser labradora; Feliciano desea formar parte de la corte.  

El villano es una excepción insoportable para el rey. Aunque la comedia se desarrolla en París y sus llanos, el pensamiento de la comedia es español. Lope, cuya posición política es monárquica —acorde a su época—, dice y se desvive por demostrar las virtudes del rey: «…es Dios en la tierra,/ pues que del poder que encierra/ sé que es su mismo virrey».

Publicada la comedia en 1617, tres años después de haber sido ordenado sacerdote, no titubea en poner en boca de Juan Labrador: «Yo adoro al rey; mas si yo/ nací en un monte, ¿a qué efecto/ veré al rey, hombre perfecto,/ que Dios singular crió?». Sólo se adora a Dios y se venera a los santos en la doctrina de la Iglesia.

Adorar al rey es herejía y peligrosa en la época de Lope: la Inquisición es todo ojos y oídos.

En 1623, «Lope es nombrado familiar del Santo Oficio y toma parte por vez primera en un auto de fe», informa Saiz de Robles en su libro El ‘otro’ Lope de Vega. Tanto el decir de Juan Labrador como su nombramiento son de extrañar por lo delicada que era la Iglesia cuidando su ortodoxia.

La comedia está dividida en tres actos. El primero es el planteamiento que ya se escribió líneas arriba más el epitafio: «Yace aquí Juan Labrador,/ que nunca sirvió a señor,/ ni vio la corte ni al rey,/ ni temió ni dio temor;/ ni tuvo necesidad,/ no estuvo herido no preso,/ ni en muchos años de edad/ vio en su casa mal suceso,/ envidia ni enfermedad.»

Letras que al leerlas el rey, de visita en la iglesia, le causan desasosiego a tal grado que, en el segundo acto, el rey disfrazado visita a Juan Labrador en su rincón para percatarse de lo asentado en el epitafio.

Se puede afirmar que la lectura es el otro detonante de esta obra de Lope. En el tercer acto el rey pone a prueba al villano: le pide prestado dinero, le pide a sus dos hijos y por último ordena su presencia en palacio. Juan Labrador obedece a todas las peticiones.

La autoridad del rey destruye la felicidad del villano. Nombra caballero a su hijo Feliciano; le otorga una inmensa dote a su hija Lisarda y a él lo hace mayordomo del rey, un cargo de alta estima que lo obliga a vivir en palacio alejado de la felicidad de su rincón.

El libreto teatral está pensado para su representación. Al leerlo se tiene la facilidad de meditarlo más, sin embargo hay escenas que pierden intensidad. A manera de ejemplo. La presencia del rey («Ser cazador he fingido») en casa de Juan Labrador. El rey le solicita la mano a Lisarda después de la cena y ésta le responde: «Suelte; que el diablo me lleve/ si no le dé un mojicón». Y más adelante al no encontrar en dónde acostarse, Belisa le espeta: «Por ventura, ¿tenéis asco?/ Pues allá no habrá colchones/ ni tan limpios ni tan blancos./ Échese su porquería». Es de imaginar la risa de los asistentes a los corrales al escuchar semejantes expresiones.    

En toda la comedia se intuye la presencia del Epodo II, de Horacio: «Feliz aquel que ajeno a los negocios,/ como los primitivos,/ labra la tierra paterna con sus bueyes/ libre de toda usura;…» (Trad. Antonio Abellán). Y más la Oda a la vida retirada de Fray Luis de León: «¡Qué descansada vida/ la del que huye del mundanal rüido/ y sigue la escondida/ senda, por donde han ido/ los pocos sabios que en el mundo han sido!» (fragmento).

Estos dos textos, adosados a la obra de teatro, son una invitación a la inmovilidad de la sociedad y sólo es el rey quien pude cambiarlos de posición social. El arrinconamiento de Juan Labrador —otro Diógenes—, es derrotado por el rey, quien en su benevolencia (se entiende que sólo verbal) dice: «…porque, a no ser rey de Francia,/ tuviera por más ganancia/ que fuera Juan Labrador».   

Desde su título El villano en su rincón evoca la Época de Oro del teatro español. En esta obra se manifiesta el poderío del rey y la obediencia del súbdito. Todo gira alrededor del monarca. Dos mundos distintos, el del monarca que se impone: «Vasallo que no se mira/ en el rey, esté muy cierto/ que sin concierto ha vivido,/ y que vive descompuesto». Juan Labrador acata la ordenanza real y con ello se endilga su infelicidad. No importa. «Sol es el rey». Aunque queme.

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