En septiembre de 1919, instalado en América del Sur, el poeta mexicano José Juan Tablada publicó un libro “japonés”: Un día… El subtítulo es descriptivo: Poemas sintéticos. Casi veinte años atrás, a comienzos del siglo XX, algún maledicente puso en duda que Tablada hubiera hecho un viaje a Japón del que mucho se habló por aquel tiempo. Tuvieron que pasar largas décadas para que un investigador, Martín Camps, despejara la duda en 2014: el poeta viajó efectivamente a Japón en 1900, como se demostró con evidencias documentales.
Releí hace poco Un día… en la preciosa edición facsimilar que publicó en 2019 la Universidad Autónoma de Querétaro con prólogo de Margarito Cuéllar. Hojeando ese libro, repasando sus pequeñísimos poemas cargados de magia natural, me pregunté por qué a Tablada le habría tomado casi veinte años escribir aquel poemario, si el detonante de su inspiración fue, como se pensaría, el viaje de 1900. Atando algunos cabos, pensé que la escritura de los haikús de Tablada (él prefería llamarles haikais) no fue desencadenada por el viaje propiamente dicho sino por otro factor, en apariencia desvinculado tanto de Japón como de México: las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, que Tablada pudo haber leído en las ediciones (1914, 1917, 1919) que ya circulaban por aquellos años.
Basta con hojear cualquier volumen de greguerías para entender por qué Luis Cernuda y Octavio Paz, en sus respectivas obras críticas, incluyeron a Gómez de la Serna no sólo entre los mejores poetas españoles de su tiempo, sino también entre los primeros en haber sido realmente modernos.
En la greguería de Gómez de la Serna, compuesta en prosa, se dan cita los más avanzados intereses de la poesía de comienzos del siglo pasado.
Es elocuente leer en paralelo las greguerías y los apuntes teóricos del francés Pierre Reverdy, publicados en 1918 en la revista Nord-Sud, para calibrar el formidable impulso innovador de las greguerías. La imagen poética, para Reverdy, es el producto psicológico del acercamiento de dos realidades autónomas: cuanto mayor sea la distancia que guarden, en su origen, dichas realidades entre sí, mayor “potencia emotiva” resultará de aproximarlas.
Gabriel Zaid, en un divertido artículo publicado en 1979, busca el rastro nada menos que de las berenjenas en tres universos poéticos en principio tan distintos como la poesía clásica del mundo arábigo-andaluz, la obra de Carlos Pellicer y las greguerías de Gómez de la Serna. Zaid propone, con buena memoria y mejor instinto, que algunos versos del tabasqueño son, a su manera, equiparables a las frases relampagueantes del prosista madrileño, quien a su vez parece por momentos muy próximo a ciertas formas antiguas de imaginación poética. En un libro del arabista español Emilio García Gómez, Zaid lee que la berenjena, unida firmemente al peciolo de la planta, era comparable, para cierto poeta del siglo XIII, al corazón de un cordero en las garras de un buitre. Sospechando que ha leído lo mismo en una greguería, Zaid emprende su búsqueda y, pese a no encontrar el texto que cree recordar, localiza otros que lo llevan de forma impredecible a la obra de Pellicer. Así, por ejemplo, donde Gómez de la Serna sentencia: “El cocodrilo es un zapato desclavado”, Zaid recuerda la línea de Pellicer: “El cocodrilo es un perro aplastado”. Otros ejemplos parecen confirmar un vínculo estilístico entre ambos autores.
Comparaciones equivalentes pueden sugerirse, casi jugando, entre Gómez de la Serna y Tablada. Gómez de la Serna: “Las únicas hojas que no mueren en los árboles de invierno son los pájaros”. Tablada: “Devuelve a la desnuda rama, / nocturna mariposa, / las hojas secas de tus alas”. Gómez de la Serna: “De la nieve caída en los lagos nacen los cisnes”. Tablada: “Al lago, al silencio, a la sombra, / todo candor el cisne / con el cuello interroga”.
El interés aumenta cuando percibimos el parentesco de la greguería en versos de otros poetas mexicanos. Gómez de la Serna escribió: “El fracaso del hombre y de la matemática está en que los meses del año no pueden tener todos el mismo número de días”. Con auténtica gracia, Salvador Novo dijo: “El aire derribó / dos cuartos del último piso / de febrero”. De nuevo Gómez de la Serna: “Muchas golondrinas en el aire: escritura china”. Y, por esta vez, José Gorostiza: “la golondrina de escritura hebrea”. La comparación, desde luego, podría extenderse a poetas de otros países.
Ahora que lo pienso, no recuerdo que nadie haya señalado el posible impacto de Gómez de la Serna en Ramón López Velarde. Pero lo cierto es que basta con alinear la vista de manera que ciertas estrofas de López Velarde coincidan con algunas greguerías de Gómez de la Serna para notar que algo las une. Por ejemplo, cuando López Velarde dice que las piernas de Anna Pavlowa “llevan del muslo al talón / los recados del corazón”, es obvio que por ahí anda cerca una greguería. Lo mismo cuando en “La suave Patria” dice que la mina es el palacio del Rey de Oros o que las hachas de los leñadores acompañan cadenciosamente la música de la selva.
Desde luego, quedaría por precisar la fecha exacta de la publicación de cada greguería. Pero ese dato, por importante que parezca, no es crucial para mí. Mi propósito no es demostrar que los poetas mexicanos hayan leído específicamente una u otra frase de Gómez de la Serna, sino indicar, sobre todo en los casos de Tablada y López Velarde, un modelo de concisión descriptiva, humor y vivacidad poética.