El burlador de Sevilla o «el que mal empieza mal acaba»

Monje al fin de cuentas, Tirso de Molina en su novela hizo a un diablo para demostrar lo que en su época se discutía con fervor: ¿se puede salvar un hombre que se porta mal toda la vida si al final se arrepiente?

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A México llegó caracterizado de catrín, ya sea de charro vestido de negro, con espuelas y montado en un caballo piafante o como un hombre adinerado y bien vestido. En el siglo XVII, en España, el monje Tirso de Molina [Gabriel Téllez (Madrid, 1579 ─ Almazán, Soria, 1648)], le dio vida teatral como se puede encontrar el peor demonio: joven, elegante, noble y embaucador. Su nombre, don Juan Tenorio.

Monje al fin de cuentas, Tirso hizo su diablo para demostrar lo que en su época se discutía con fervor: ¿se puede salvar un hombre que se porta mal toda la vida si al final se arrepiente? La Biblia tiene citas sobre la misericordia que encuentra el arrepentido. En algunos de los versículos subyace una condición: la misericordia es para mejorar la vida, no al final de ella. Esta es la apuesta de Tirso, «El que mal empieza mal acaba», la tesis dicha en vulgaris de El burlador de Sevilla o el convidado de piedra.

Con cuatro burladas, Isabela, Tisbea, Ana, Aminta, Tirso arma su escenificación. Dos nobles y dos plebeyas. La primera es la duquesa Isabela burlada en palacio. Ahí todos mienten. Don Juan que usurpa la persona del duque Octavio. Isabela que, por su silencio, acepta haber sido violentada por Octavio. Don Pedro Tenorio que encubre al sobrino para no perder el favor del Rey. Don Pedro, decepcionado, define a don Juan frente al duque Octavio al tomarlo preso:

«…pero pienso que el Demonio/  en él tomó la forma humana…»

Tisbea, la pescadora, como una sirena terrena sentada sobre un peñasco, canta su vida a la orilla del mar. «Mi honor conservo en pajas,…», verso que destaca de la égloga y que por sí mismo es una atracción. A ella llegan por el mar, náufragos y desvalidos, don Juan Tenorio y su sirviente Catarinón. Aprovecha Tirso para dibujar la personalidad del sirviente: gracioso y antagónico moralmente a don Juan. Ejemplo de lo primero: «CATALINÓN: Veo, por librarme a mí, sin vida a mi señor. Mira si es verdad. TISBEA: No, que aún respira. CATALINÓN: ¿Por dónde? ¿Por aquí? TISBEA: Sí; pues ¿por dónde? CATALINÓN: Bien podía respirar por otra parte». En el tablado el actor señala la nariz de Tenorio, acción que en la lectura corre por parte de la imaginación del lector.

Bajo promesa de matrimonio, Tisbea es burlada. Sale presurosa a pedir auxilio: «Fuego, fuego, que me quemo,/ que mi cabaña se abrasa…».  Don Juan, como un demonio, deja tras de sí lo suyo: el fuego.

En el desenlace de la obra, don Juan al ser agarrado de la mano por la estatua mortuoria de don Gonzalo, el convidado de piedra, siente un fuego que lo abrasa. La estatua no sólo trae la venganza propia sino, por su decir, un  mensaje: «Esta es la justicia de Dios/ «quien tal hace, que tal pague»». En vano Tenorio demanda: «Deja que llame/ quien me confiese y absuelva». Esta petición es otra de las creencias de Tirso: sólo se salva quien se ha confesado y muere en el seno de la Iglesia. 

Dos suposiciones. Tirso utilizó Sevilla por su significado: tierra del señor. Don Juan es el burlador de/en la tierra del señor. Que es en sí una afrenta. Don Juan al escuchar los castigos  divinos a la hora de su muerte, contesta: «Tan largo me lo fiáis». Como se dice hoy: falta mucho. Esta expresión denota que el burlador no tiene ninguna intención de rectificar su vida ni temor a lo divino.

La segunda. Para el cristianismo los últimos días están cerca. En su segunda carta, Pedro el apóstol, escribió: «…en los postrimeros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias». Por la época y por la formación de Tirso, este versículo y el significado de Sevilla bien pueden ser el origen del título de la obra. Aunque el tema ya se conocía en Europa. En el estudio «Sobre los orígenes del convidado de piedra» (1906), Ramón Menéndez Pidal registra las diferentes fuentes, entre ellas, es de señalar: «…es la única forma popular que en España ha aparecido hasta ahora de la famosa y universal leyenda que dramatizó Tirso de Molina en El burlador de Sevilla«.  

Las preocupaciones de estos tiempos provocan nuevas interpretaciones a las obras clásicas. Azorín recomienda: «…muchas de las obras de Tirso es preciso leerlas con lentes no blancos».  Sea cual sea el color: el feminismo, la enfermedad del sida, el machismo;  indudablemente que la obra artística, como tal, sigue ganando.

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