Avelino Sordo Vilchis

1982

Este despacho –a diferencia de tantos– puede decir mucho de su dueño en la ausencia. Los fragmentos que lo pueblan se pueden leer casi como un libro de cabecera: un gran mapa de Berlín, un cenicero lleno, un sobre dirigido al Exmo. Sr. Dn. Avelino Sordo Vilchis, manuales de impresoras y programas de diseño, una taza con restos de café, el cartel de una exposición de Marcos Huerta en Firenzze (1978), un clóset lleno de libros editados por él y toda clase de diccionarios, un cartel rechazado del Design Fest con una adelita como la Libertad conduciendo al pueblo (Delacroix); una repisa con los mayahueles que ha diseñado, rock clásico sonando desde internet, un inmenso monitor dormido, tres desnudos fotografiados en blanco y negro con la firma Sordo, y un pequeño anuncio: “Los fumadores hemos determinado que tus constantes quejas son nocivas para tu salud”.

Cartel
Empecé a hacer carteles para el entonces Departamento de Bellas Artes, de la Secretaría de Cultura. Teníamos una máquina de cuatro oficios con la que hacía grandes formatos imprimiendo por partes que se empalmaban. Todos estaban felices: los artistas, los funcionarios y los del sindicato de fijadores, porque cobraban por pliego. Pero en los noventa, ese mismo sindicato no me quiso pegar uno de Zapata porque, según ellos, era contra el gobierno. Me quedé con el lote embodegado, hasta que salió como nota en el periódico Siglo 21 y me lo empezaron a pedir. Funcionó mejor: salieron versiones pirata y me dijeron que hasta camisetas [risas]. También me lo pidieron para el Museo del Cartel Político, en Finlandia, y una vez incluso me lo encontré colgado en la sala de un amigo de un amigo, cerca de San Francisco.

Editar, diseñar
Llegué al diseño a raíz de mis necesidades de editor. Lo del dibujo siempre se me ha dado, y me estaba decidiendo entre ser pintor, arquitecto… no había licenciatura en diseño entonces, así que mucha gente estudiaba arquitectura para hacerse diseñador. También me gustaba la idea de ser editor, así que hicimos una revista por ahí en 1980, Varia, y alguien tenía que diseñarla. Aprendes haciéndolo: es un oficio tan humilde como el de un zapatero o un carpintero. Yo soy muy feliz haciendo esto.

Universidad
La UdeG tiene una gran tradición editorial. Deberías ver los tomos de la colección Biblioteca jaliciense, que hicieron en los cincuenta. Pero ahora falta línea. No ven que la Universidad es un sello editorial y por lo tanto debe ser uniforme, como una marca. Y ni hablar de la distribución. Hasta cerraron la librería universitaria que estaba en López Cotilla. Fíjate qué pésima decisión: por años no la hubo y ahora está en una cochera. Tendría que haber una dependencia encargada de esto, y un reglamento de cómo hacer las publicaciones [libro de estilo].

Escribir
Lo hago poco, esporádicamente. Me cuesta mucho trabajo, me tardo horrores. Por eso mis columnas son quincenales [“Barrio de pasiones”, en Señales de humo y Público]. Prefiero gestionar, como los libros que regalamos cada año en el Día mundial del libro. El de este año se lo encargué a Fernando Solana y esuna sorpresa, hasta para mí.

Análogo / digital
No me costó trabajo la transición, porque fue lenta. Al principio contrataba a alguien con computadora y yo le iba diciendo. Cuando compré la mía, me entró pánico, pero me di cuenta de que en realidad ya sabía usarla de tanto ver. Pero por mucho tiempo seguí integrando las fotografías con fotolitos, porque ni aún ahora se tiene la misma calidad. Se hacían cosas increíbles si al blanco y negro le aplicabas selección de color e imprimías el cian. Lo hice hasta que cerró la última fotolitera… ahora esos son consejos que ya están perdidos. Como sea, yo sigo haciendo bocetos a lápiz y domis.

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