Hemos ganado gran confianza y orgullo debido a nuestra capacidad de tornar el mundo a nuestro antojo, a pesar de nuestros eternos conflictos y fracasos, el poder que hemos amasado parece no detenerse ni conocer las fronteras del tiempo. Sin embargo, nos debatimos hoy ante un abismo estremecedor que cuestiona a ese ego autorreferente: ¿y nosotros cuándo? Sí, vivimos el permanente cambio del mundo y también, el eterno estadio de nuestra condición humana, petrificada por una ignorancia que convenientemente se ha ocultado tras el telón de nuestros grandes triunfos.
Esa ciencia que ilumina también nos amenaza cuando olvidamos tomar la decisión de crecer intrínsecamente, nos subyuga con el peso de un orgullo que disimula la gravedad de nuestras penumbras, nos hace creer que florecemos, cuando en realidad el cambio ocurre principalmente afuera.
La ciencia no ha de detenerse, cobardes aquellos que osen con anteponerse en su camino, sin embargo, urge retomar la soberanía de su rumbo, su pertenencia humana, su principio y fin auténtico, el cual no se reduce a hacernos la vida más fácil, sino primordialmente a volvernos mejores seres humanos. Un mensaje a la comunidad universitaria de parte del Instituto Nacional de las Responsabilidades y Deberes Humanos A.C.