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El pasado miércoles 2 de noviembre, Día de Muertos, me apresté a ir al cine para ver una película de estreno de la cual poder cotorrearles en este espacio, últimamente más avocado a escribir sobre raros, alternativos y siempre sorprendentes filmes vistos a través del cuasialtruista DVD, y que por azar, casualidad o porque los caminos del Señor son harto misteriosos nunca se exhiben en nuestra insigne cartelera nacional. Era una noche afortunadamente fresca, casi diría que la primer velada con signos otoñales rumbo al microinvierno tapatío. Era miércoles de 2 por 1. Sin embargo, cuál fue mi sorpresa que cuando llegué a “la ciudad del cine” recordé que esta promoción, cuando es día festivo (¿a criterio de quién?) este monopolio de la exhibición cinematográfica se lo pasa por el arco del triunfo. Y nada, una vez más aquello parecía una verbena popular, y miren que no tengo nada contra las verbenas, pero sí cuando parecen suceder –porque no suceden- en esos antros del consumo y la superficialidad a ultranza llamados eufemísticamente centros comerciales, o pa’estar más ad hoc con la gabacha globalización malls. Mi objetivo era ver la última película de Dany Boyle, el talentoso director de la extraordinaria Trainspotting. Después de una cola considerable llegué a la taquilla; según el monitor quedaban aún como 10 boletos para ver Millonarios (Millions, Reino Unido 2005). Justo cuando le dije a la vendedora la cinta que quería ver, escuché a un lado mío a una señora (extrañamente demasiado parecida a la Parca) pedir 10 boletos para esa película. Cuando la vendedora ingresó los datos en su compu-caja registradora, oh maldita mi suerte, ya no había. No sabía si mentarle la madre a ella por tardarse tanto o a esa mujer mortuoria que se alejaba feliz con su bonche de entradas. Me negué a ver los filmes que tenía a mi disposición (Gol, La Leyenda del Zorro 2 y Habitantes de la oscuridad) y deambulé la desilusión y/o el fracaso por ahí, entre la gente y sus propias desilusiones y fracasos. Me dieron ganas de echar una firma antes de pasar a retirarme, derrotado (¡y ahora de qué caramba escribiría!). Al llegar al mingitorio, abrí mi bragueta, extraje lo que ya se imaginan y sentí el típico alivio descargador. Al hacerlo, con la cabeza apuntando hacia abajo, un papelito en el suelo me llamó la atención. Admito haber sentido un rush de adrenalina pura cuando advertí la identidad del papelito. Me agaché, lo recogí y casi me voy de espaldas, como Condorito. Aquello, créanlo o no, era un boleto contante y sonante de Millonarios, con el horario de las 21.10. Sacudí lo mío, cerré la bragueta y sin preguntarme cómo rayos había sucedido lo que sucedió, ni siquiera achacárselo a la mano pelona de alguno de mis muertos que en su día probablemente me acompañaban, me dirigí a la sala 6, justo al comenzar la mubi.
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Supongo que todos alguna vez hemos fantaseado con encontrarnos una bolsa llena de dinero. Alguna vez me encontré una cartera, hace como 7 años, con 400 pesos y donde no había más seña que una cartilla reducida y enmicada que no permitía ver bien los datos de su dueño, si acaso lo era. Por lo que devolverla no solo no representaba un dilema sino más bien no había posibilidad. Aquello me cayó de perlas pues era viernes, no tenía un quinto y en mi trabajo me pagaban hasta la semana entrante. Esa lanita me sirvió para irme de reven y tan tan. Digo, la verdad fue una de cal por las tantas de arena, pues a lo largo de mi vida he perdido una cantidad obscena de carteras y sus pocos pero prácticos billetes. Y les cuento todo eso porque Millonarios es una buena película que parte de una simple premisa: un niño de nombre Damian, lleno de imaginación, fantasía, bondad y experto en santos como ningún cura podría serlo, encuentra una bolsa llena de libras esterlinas. En realidad le cae metafóricamente del cielo, mientras juega en el castillo de cajas de cartón que acaba de construir al lado de las vías del tren, muy cerca de su nuevo hogar, donde vive con su padre y hermano mayor (Anthony, chamaco harto práctica y experto en finanzas como poco financieros podrían serlo), luego de la muerte de su madre. Los hermanos se llevan a la perfección, por lo que no es extraño que Damian le cuente enseguida su hallazgo a Anthony. A partir de ahí la historia comienza avanzar entre los planes materialistas del hermano mayor y lo sueños altruistas del menor. Y es que el primero solo quiere divertirse, y si se puede, hacer crecer ese dinero en súbitas y poco descabelladas inversiones. Mientras que el segundo, quien se la pasa hablando con históricos santos, el único destino que le quiere dar a esos billetes es dárselo a la gente pobre. Pero hay un detalle muy curioso: es el fin de año de 2004 y las libras están a punto de decirle adiós a la corona británica, para darle paso al euro. Así que o se gastan las cerca de 250 mil libras o las cambian por euros, lo cual no es fácil para un par de mocosos tan iguales como distintos. Así, entre el dilema moral y ético de gastársele la feria para el gozo propio o dársela a los que más la necesitan, así como el peligro que representa el anónimo responsable de que esa bolsa llena de dinero haya caído del cielo, la película camina y camina muy bien. Y es que Boyle es un cineasta no solo talentoso, sino diferente. El tipo logra imprimirle a la narración un estilo personal que ayuda a atrapar aún más atención de los espectadores, con ciertos recursos visuales, textuales y musicales que nunca están de menos y siempre enriquecen a la historia. En lo personal, más allá de la bondad moralínica del mensaje final, que esta muy bien pero creo que se exagera innecesariamente en lo religioso, siento que está historia pudo ser un poco más oscura sin haber tenido que dejar de ser lo que es, y fue. Una película engañosamente calificada como “B”, adolescentes y adultos, porque en mi opinión y de quien quiera que la haya visto o vaya a ver, se dará cuenta que es prácticamente “A”, Y… ahí está el detalle.
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Millonarios (curioso, por que sí, encuentran mucha lana, pero no exactamente millones, como especifica el título en inglés) es una buena película que pudo ser mucho mejor, pero que igualmente recomiendo sobre todo tomando en cuenta las otras películas del menú cartelero. Lo que si me queda claro, antes y aún más después de verla, es que encontrar una bolsa llena de dinero no asegura la felicidad de los afortunados que la encuentran. Un golpe de suerte puede significar, a corto, medio o largo plazo, todo lo contrario. Yo en lo personal no hubiera sido tan radical. Si me encuentro, por ejemplo, con medio millón de dólares, y sé que nadie los va a reclamar y no va a pasar nada si me los quedo, le daría una tercera parte a mis seres queridos más cercanos, otra a los más necesitados y me quedo con la otra tercera parte. ¿Cuál es el dilema? Es como lo que me sucedió con el boleto, qué ¿tenía que regalárselo a alguien más, regresarlo al dueño original o quedármelo? Si no hubiera hecho lo que hice, no habría podido escribir este Cinechoro, otra forma de darle algo a la gente. En fin. No cabe duda que la suerte es una cosa muy curiosa. Ahora, si quieren ver otra película donde alguien encuentra una bolsa llena de dinero, les recomiendo Money for Nothing (EU, 1993), estelarizada por el simpatiquísimo y talentoso de John Cusack, y donde uno puede ver de una forma más noir de hasta dónde es capaz de llegar el ser humano por una bolsa llena de dinero. Además, digo, sirve para comparar dos caminos de un mismo tema.