Cuerpos de outsider

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Al cuerpo humano, tan dado a la simetría y por ello elogiado, a veces algo lo desproporciona: la carencia de algún miembro, una pequeña disfunción o algún músculo u órgano atrofiados. Se afirma, por ejemplo, que por milímetros, una oreja es más reducida que la otra. Lo mismo con los ojos. Cosa de ínfimas proporciones. Mi abuelo tenía una pierna más larga que la otra. Por tal motivo, al caminar parecía que se balanceaba: un ligero movimiento, pero perceptible. De compañeros en la escuela tuve a un par de hermanos que los demás llamaban “los Virolos”: los ojos en algún momento se les iban hacia arriba o hacia abajo. En algunos, estas leves desproporciones llegan a condenarlos ante los otros: outsiders que se mueven en los márgenes, anónimos, que no entran en el estereotipo apreciado y, por ende, son señalados y rechazados por el dedo flamígero de lo normal y lo común.
Me atrevo a decir que la mujer que se desprendía de su brazo y se lo dejaba a su amante para que pasara la noche con él, es una outsider. Aunque él también lo era: porque a solas, con el brazo de la chica, se desprendía el suyo y en su lugar colocaba el ajeno. Esto sucede en el cuento “El brazo”, de Yasunari Kawabata (La casa de las bellas durmientes y otras historias, 1978.) Y lo he recordado mientras leía El cuerpo en que nací (2011), de Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973), cuyo epígrafe, unos versos de un poema de Allen Ginsberg –que aparecen reducidos al inicio de este texto–, es sintomático: el cuerpo de la protagonista (que se presume es la misma Nettel, se trata de un texto autobiográfico) es el eje sobre el cual se sostiene la historia: a partir de sus peculiares características se van tejiendo los hilos de la narración. Un ejercicio que la lleva –vaya paradoja por su primigenia inclinación al ocultamiento– a colgarse en un tendedero para que la diseccione el lector.
“Nací con un lunar blanco, o lo que otros llaman una mancha de nacimiento, sobre la córnea de mi ojo derecho.” Primeros dos renglones de la novela que establecen la premisa narrativa: esta deficiencia en su ojo provocará que la protagonista sea relegada, pero también que ella misma se autoexilie de la mirada ajena. Este pequeño defecto la obligó a llevar una infancia distinta a los demás niños: mientras a algunos sus padres los animaban en disciplinas deportivas o a manejar algún instrumento, a ella su madre la sometía a diarios ejercicios oculares para mantener el ojo en buen estado y, en el futuro, poder practicarle un trasplante de córnea, cosa que, por otro lado, no llegó a darse. Uno de estos ejercicios era introducir la cabeza en una caja provista con un foco que desprendía una luz negra y mirarla por determinado tiempo.
El cuerpo en que nací es, sucintamente, la infancia y adolescencia de una mujer desde la perspectiva adulta, con una narración que a veces se antoja frenética y nunca condescendiente. Valeria Luiselli dice: hay “párrafos de una dureza estremecedora sobre la soledad de los niños y la vulnerabilidad de los adultos; hay una sabiduría vital vasta… sin regodeos sentimentales ni adornos lingüísticos.” Junto con un sinnúmero de divagaciones y referencias a lecturas, películas y música, y aludiendo apenas a la dictadura pinochetista y al movimiento de 1968, lo que contribuye sin duda a que la misma Luiselli lo considere “más cercano al ensayo literario anglosajón que a la novela latinoamericana.”
En solidaridad con la protagonista de Nettel, tengo que decir que mi brazo derecho no es igual que el izquierdo, cuya abisal diferencia me vuelve asimétrico. Ese brazo ha cargado con un desprecio por muchos años, dado por las miradas ajenas, por las burlas. La mancha blanca en el ojo de la protagonista la volvió también asimétrica: su equilibrio estuvo roto desde su nacimiento. Y la asimetría corporal puede devenir en actitud desdeñosa de los otros o resignación crónica del aludido. “Me asemejaba a las cucarachas que generalmente caminan por los márgenes de las casas y los conductos subterráneos de los edificios”. De allí que ella misma se autonombrara Gregorio Samsa, aquel personaje del relato de Franz Kafka. Pero ese cuerpo de Guadalupe con el que se vinculó con la realidad y que aparece en todos sus resquicios a lo largo de la novela, no es el mismo al final: “El cuerpo en que nacimos no es el mismo en el que dejamos el mundo.” Cuerpo de outsider.

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