De estirpe maldita

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No es una ley, pero en la historia literaria los que gozan de inmortalidad no son del agrado de todos. Hay quien merece pertenecer a esta especie de limbo y quien, estando dentro, debería estar fuera. No le abona a esta inclusión, por ejemplo, ser reacio a las corrientes, un renegado de lo establecido y frecuentador de “paraísos artificiales”, el alcohol y las transgresiones, o revestir su vida de un aire fantasmal, decadente y de muerte fatal; es decir, ser de estirpe maldita. Aquí figuran aquellos que buscaron con intención desligarse de ese parnaso y únicamente ser leídos, nada más. No apegarse a nada ni responder a nada: como si se tratara de un cronopio cortazariano, que se emplea en aquello que no reporta utilidad alguna. 
Recién llegada a Buenos Aires procedente de París, la poeta Alejandra Pizarnik escribió en su diario en 1964: “Pero yo empecé siendo maldita…” Esta frase venía precedida de una duda: Pizarnik quería escribir una novela en prosa, pero no sabía cómo: Cortázar, Rulfo y Borges no la encantaban del todo. Su modelo era Aurelia, de Nerval: “¿quién en español ha logrado la finísima simplicidad de Nerval?” No la escribió, sin embargo y ocho años después la poeta moriría víctima de una profunda depresión: había tragado 50 pastillas de seconal.
Pizarnik, al igual que Jorge Cuesta, Porfirio Barba Jacob y Teresa Wilms Montt, entre otros, forma parte de esos escritores malditos que brotaron desde Tierra del Fuego y hasta el río Bravo. Una geografía vasta, como vastas fueron las temáticas y las características del malditismo de estos señalados, de estos elegidos por lo tormentoso de sus vidas y lo desangrante de sus letras.
Los escritores malditos americanos son una ramificación de los poetas malditos franceses de finales del siglo XIX que, a su vez, y a raíz sobre todo de la publicación de Los poetas malditos, de Paul Verlaine (1888), vieron alimentadas sus pretensiones en una figura emblemática cuya muerte los deslumbró: Edgar Allan Poe. Tras el deceso por tuberculosis de Virginia, su mujer, Poe se arrojó a su propio abismo: un intento de suicidio por láudano, ingesta de alucinógenos, borracheras por días enteros y su dolorosa entrega a la escritura.
Para Charles Baudelaire, uno de los poetas malditos, la obra maestra de Poe es su muerte misma: “Esa muerte es casi un suicidio, un suicidio preparado hacía mucho.” Y José Juan Tablada, al respecto, anota: “Del árbol genealógico de nuestra familia electiva era tronco Edgar (Allan) Poe, canonizado por Baudelaire y confirmado por Mallarmé… De ese árbol las últimas flores eran Rimbaud y Laforgue…” (De Coyoacán a la Quinta Avenida, 2007.)
La familia a la que hace alusión Tablada es el grupo de autores modernistas y decadentistas –esos románticos extremistas, según Luis Mario Schneider– que se agruparon en torno a la Revista Moderna, y de los cuales hallaron cobijo en el malditismo: Bernardo Couto, Antenor Lezcano, Francisco M. Olaguíbel, Efrén Rebolledo y Tablada mismo. Couto y Lezcano murieron víctimas de esos alcoholes y estupefacientes que Baudelaire llamó paraísos artificiales, y Tablada, según lo escrito por Carlos Díaz Dufoo en un artículo publicado en la Revista Azul, entre septiembre y octubre de 1895, ingresó al hospital de San Hipólito por una crisis de intoxicación con drogas. Estos modernistas, en sus afanes literarios, se internaron deslumbrados en esas vulgares tabernas baudelaireanas “con esplendores de apoteosis luciferiana” y transformadas “en templos para la misteriosa iniciación artística.”
Hay un rasgo distintivo en casi la totalidad de los escritores malditos: las sombras y decadencia de sus vidas puede opacar su obra. Mauro Armiño escribe que en el caso de Poe, durante más de un siglo su obra se “ha revertido sobre la vida del escritor proyectando una imagen tan falsa como novelesca y difícil de erradicar…” Y María Cervantes, en Bernardo Couto. Asfódelos y otros cuentos (2011), dice de Couto: “Su obra (ha estado) opacada por la vorágine de su vida.” Porque una condición del maldito es extrañarse de la realidad, como si la viera del otro lado del espejo. Y quizá esta sea su característica mayor ante el canon literario: que sus letras bordean un abismo en el que acaban sucumbiendo, pero cuya muerte, así como la agonía y el desangrarse, saborean hasta la última letra.

El escritor maldito: una mirada desde Latinoamérica

Lunes 26 de noviembre, 18:00 horas.
Pabellón de Chile, invitado de honor.

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