De lo heteróclito y diverso

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Quienes nacimos antes del Internet, sabemos que el mundo en el que nos encontramos actualmente ha dejado de ser el mundo en el que aprendimos a caminar. Hoy, según parece, primero que aprender a pensar está el instruirse a utilizar un dispositivo tecnológico de comunicación. Esta manera de iniciar una relación con el mundo, ha provocado que algunos de los valores que en otro tiempo tuvieron tanta relevancia, adquieran otro valor.

La experiencia —es decir, el padecimiento que nos obliga a pensar en los diferentes modos en que nos relacionamos con lo inmediato, y que durante siglos fue la manera de alcanzar conocimientos imprescindibles para afrontar las diferentes realidades que existen en el mundo— ha sido desplazada por las fuerzas de la creencia y de la fe. Confiar en los medios de información y de comunicación se ha convertido en una exigencia. Según parece, debemos creer en todo eso que nos dicen que existe en el mundo. No sólo sobre lo que existe, sino de cómo es y cómo existen, en el mundo, esas formas de la realidad.

El libro Taco de ojo. Muestra de poesía visual contemporánea de Guadalajara (Secretaría de Cultura de Jalisco, 2018), pertenece a la clase de objetos producidos en la época del Internet, con las marcas propias de lo heteróclito y de lo diverso, con las energías que hacen, del ser poético, un fenómeno que se agota en los efectos de lo instantáneo, y con la fuerza que apela, mediante la imagen de lo simultáneo, a la percepción de los sentidos. Algunos de los poemas visuales que aparecen en el libro no implican el padecimiento de los abismos del pensamiento. Otros, conllevan el sentido figurado de la ironía o, también, del humor amargo que nos coloca en el punto exacto de la reflexión.

Taco de ojo. Muestra de poesía visual contemporánea de Guadalajara, (Compiladores: Federico Jiménez, Víctor Villarreal, Javier Ponce y Mary Hernández), fue realizado con la participación de veinticinco autores que, teniendo como frontera temporal al Internet, pueden ser agrupados en dos rangos; uno, los que nacieron antes de la llegada de la Red, y dos, los que nacieron después. Para quienes nacieron antes de dicha frontera tecnológica, la relación entre poesía visual y palabra presenta el valor de una relación inextricable, inseparable e incuestionable; no así para los otros autores que nacieron  después. Para éstos, la imagen —más que la palabra— es la que ocupará el sentido. Para estos jóvenes la relación entre poesía visual y palabra no es tan necesaria. En sus poemas visuales hay una clara distancia que los distingue de la tradición verbal-poética y de la experiencia por la que el verbo se hace conocimiento. En vez de experiencia, se avienen con el experimento; en vez de la tradición, se abandonan a la forma mediada por lo actual.

A semejanza de lo que ocurre con la llamada “literatura electrónica”, en la poesía visual no podríamos tampoco hacer citas de ella. Son composiciones que no admiten la sustracción fragmentada con fines ejemplificadores o aleccionadores. Son obras que sólo aceptan ser consumidas en la totalidad codificadora de un lenguaje multimodal. Al igual que en la literatura electrónica, la pregunta que subyace para su comprensión, no radica en saber si se trata de tal o cual género literario, sino en intentar dar respuesta a la pregunta que dice: ¿Qué cosa es esto? ¿Qué significa esto? Donde esto es una referencia abstracta de neutralización plena; es, esto, más que un signo, un indicio de algo extraño, en absoluto familiar para nuestros sentidos, y por el que a veces logramos interesarnos, y por el que, a veces, el mismo objeto nos expulsa.

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