En La insoportable levedad del ser, Kundera hace que Teresa lleve bajo el brazo un grueso tomo de Ana Karenina como santo y seña, como una insignia que la separa del resto del mundo y la marca como parte de una cofradía de extraños, que sabe que existen pero que no conoce, hasta que aparece Tomás.
Durante el siglo XIX no son las novelas de Tolstói, sino las de Jane Austen las que se convierten en tal insignia entre los miembros de la élite literaria inglesa: eran un gremio en la sombra que traficaba viejas ediciones de Orgullo y prejuicio (1813) o Sensatez y sentimiento (1811), cuando hacía décadas que se había extinto la euforia original por estas novelas prácticamente anónimas, firmadas sencillamente por “una dama”.
Más tarde empezaron a llamarse a sí mismos “janeites”, para separar su refinado gusto del vulgar entusiasmo que revivió un libro de memorias publicado por un sobrino de Austen en 1870. Sin embargo, la nueva popularidad duró poco, y hasta mediados del siglo XX los “janeites” siguieron haciéndose guiños de iniciados entre sí, desde la academia y el mundillo literario.
Pero desde que la revolución femenina y los estudios de género reivindicaron a Austen y sus obras como una cumbre la literatura inglesa, los “janeites” son otra cosa. Ahora el término es el equivalente a “trekkie”: un fanático extremo, de los que asisten al festival de época que organiza el centro dedicado a la autora en su natal Bath —que incluye un baile emulando las modas y costumbres de la Regencia Británica, disfraz obligatorio—; de los que se han leído las seis novelas oficiales de la bibliografía, las dos incompletas, la noveleta, las cartas, los poemas y las narraciones juveniles; de los que fueron al cine o rentaron o compraron el DVD de las innúmeras adaptaciones de sus historias; de los que además vieron películas derivadas, como El club de lectura de Jane Austen, La joven Jane Austen o Jane Austen en Manhattan; de los que consumen ávidamente los cientos de libros paralelos que imaginan historias derivadas de los personajes secundarios, o lo que pasó antes o después de lo que cuenta Jane, o lo que hubiera pasado si…
…Si, por ejemplo, una plaga de zombis hubiera asolado al Reino Unido mientras las hermanas Bennet y su madre se ocupaban de mover los complicados mecanismos sociales de la sociedad pre victoriana para enganchar buenos partidos matrimoniales.
“Es una verdad universalmente conocida que un zombi con cerebro necesita más cerebros”. El autor de esta original y muy moderna manera de retorcer la célebre frase inicial de Orgullo y prejuicio es Seth Grahame-Smith, un norteamericano treintañero que ya antes le había perdido todo respeto a la Historia y los grandes personajes con otra novela: Abraham Lincoln, cazador de vampiros.
El truco es simple pero eficaz: sobre el argumento, los personajes, los diálogos y las escenas clásicas y entrañables de un best seller clásico, se acomodan ataques de muertos vivientes, batallas sangrientas, dagas escondidas en el botín, y disquisiciones sobre la pericia en las “artes mortales” de las Bennet y compañía.
Tan simple, que gran parte de la obra queda intacta, y los lectores sienten que han leído realmente a Austen, tan sólo un poco condimentada con sesos y chorros de sangre.
Tan eficaz, que Orgullo y prejuicio y zombis ya tiene una precuela (Pride and prejudice and zombies: Dawn od the dreadfuls, de la mano de Steve Hockensmith y todavía sin traducción al español), y una versión cinematográfica en producción, con David O. Russell como director y Natalie Portman como la mortal Elizabeth Bennet.
De hecho, el fenómeno se ha esparcido como la pólvora, así que la editorial que apostó por el experimento, Quirk Classics, ha aprovechado la ocasión para lanzar también Sensatez y sentimiento y monstruos marinos (original de Jane Austen), Jane Slayre (originalmente Jane Eyre de Charlotte Bronte) y Android Karenina (original de León Tolstói), todas retorcidas por un hasta ahora bastante desconocido dramaturgo de musicales y periodista, Ben H. Winter.
Y más todavía: otra editorial —Ballantine Books— y otro autor —Porter Grand— se han metido con el equivalente americano de la querida tía Jane; la querida tía Louisa May-Alcott y sus Mujercitas, ahora transformadas en Little woman and werewolves. Ante esta plaga de horror pop y gore que invade a los clásicos, ¿qué dirán el lector purista, el “janeite” moderno, el intelectual kitsch y el apasionado del género negro?.