Del maquinista a los chocolates

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El ayuno prolongado, es decir, aquel donde no se come por varios días, es para mí una experiencia que bien llevada (tomar mucha agua y nada más) no solo ayuda a limpiar el sistema digestivo y algo más, sino que provoca una claridad mental y de conciencia maravillosas que, sin embargo, a veces pueden rayar en la alucinación (en buen plan tanto como en mal viaje). No pasa nada, digo, si uno no se clava ni le teme a los elefantes morados que en una de esas pueden visitarte en tu estado ayúnico. Algo semejante ocurre con el no dormir, o llamémosle simplemente insomnio. Si no, pregúntenle a Trevor Reznik (interpretado por un genial Christian Bale: El imperio del sol, Sicótico americano, Batman inicia, etcétera), un raquítico, paranoico y alucinado maquinista en un taller neogótico. Ahí trabaja bajo la sombra del insomnio crónico, tanto como para no haber dormido un año entero. Imagínense nomás el grado de tripi que se carga este tipo, quien al menos ha bajado 30 kilos (literalmente, pues el actor lo hizo de forma por demás alarmante, más allá de la increíble actuación de su oscuro y retorcido personaje) desde que el mago de los sueños dejó de visitarlo. Sí, todo empieza a complicarse –y cómo no– después de que por una distracción, un compañero de trabajo pierde un brazo, mientras en él nace y crece la idea de que todos están en contra suya. En efecto: al mal tiempo nada como una buena, guapa y comprensible prostituta (Jennifer Jason Leigh, una vez más, excelente) o bien, ir a tomarte un café que ni siquiera tomas para que te atienda la mesera de una cafetería de aeropuerto (una hermosísima y talentosa Aitana Sánchez-Gijón, quien si no la conocieras no podrías creer que es española), aunque en el fondo del alucín ella es todo lo contrario y mucho más de lo que supone el atormentado Trevor. A todo absurdo corresponde un trasfondo de la misma intensidad y fuerza, diría yo. Por eso, cuando tengan la chance de embarcarse en el impredecible y genial viaje de una película llamada The machinist (El maquinsta, España / Estados Unidos, 2004), les aconsejo no saquen conclusiones antes de tiempo y déjense llevar por ese insomnio que contagia y en el que todo puede ser posible.

2
Con un original y brillante guión de Scott Alan Kosar, el director Brad Anderson logra darle perfecta circularidad a un oscuro y esquizofrénico relato visual y narrativo que resulta, por donde se lo mire, más que bienvenido. El maquinista no solo es el escenario perfecto para que Bale demuestre que es uno de los mejores actores británicos (nacido en Gales) de su generación (pocos como él han podido brillar como un verdadero niño actor y convertirse sin problema alguno en un actor adulto auténtico, y eso que aún no ha hecho todos los excelentes personajes que está por interpretar ni todas las películas que seguramente protagonizará), sino un mundo casi paralelo donde una pléyade de individuos barrocos, negros y poco comunes son vitales para el desarrollo de la cinta y el personaje principal. Una película ésta que de principio a fin conserva la tensión narrativa de un rompecabezas cinematográfico que no solo te atrapa, sino que te hipnotiza de la A a la Z, porque uno pues como que necesita saber qué paso, qué está pasando y sobre todo que pasará. Evidentemente todo lo que vivirá Reznik no formará parte por completo de la real realidad, aunque me parece que en ocasiones todo aquello que solo pasa en nuestra mente resulta ser más verdadero que las cosas físicamente concretas. Sea como no sea, esta película es una opción diferente que, como toda buena y sui generis cinta, pasó sin pena ni gloria por nuestra cartelera comercial. Resultará un festín de insomnio, alucinado e inteligente para quienes realmente aman y gozan con el cine verdadero, es decir, ese que no pacta ni hace concesiones con nadie (quizá por eso fue producida por los osados españoles).

3
Nunca me he sentido más borrego en mi vida que bajo mi condición de amante incondicional –casi enfermizo– del chocolate. En efecto, quien no tiene debilidad por el cacao con leche y azúcar resulta más raro y desadaptado que, por ejemplo, los punks en su momento más climático. Si el chocolate tiene sus orígenes naturales en nuestro amado México, hay que aceptar que los suizos lo elevaron a la categoría de arte. Pero y sin embargo, nadie lo había llevado a convertirse en una barrita mágica como lo hizo un tal Charlie Wonka. Recuerdo a la perfección al genial actor y comediante Gene Wilder interpretando a ese personaje de ficción (que todos, niños y grandes por igual, desearíamos que existiera) en la cinta de 1971, Willy Wonka and the chocolate factory, en la que el excéntrico, divertido y a veces cruel –más que justificadamente– protagonista esconde cinco boletos de oro en los chocolates. Los cinco afortunados que los encuentren recibirán como premio una visita guiada (alucinada) por la famosa fábrica chocolatera y algo más. Cinco niños muy distintos entre sí (sobre todo uno), la mayoría, niños que –no es mal rollo– son más insufribles que la carrilla que le da Ego Sánchez a La Volpe. Una película que, 34 años después, es vuelta a realizar, ahora bajo la batuta del incomparable Tim Burton y la genialidad histriónica del inigualable Johnny Depp. Para ser sincero, no sé cuál de las dos es mejor (cada una lo es, según su tiempo y espacio), pero sin duda esta nueva versión es cosa aparte sencillamente porque es hecha realidad por uno de los dúos dinámicos cinematográficos más productivos, geniales y poco comunes del orbe celuloide.

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Quedé muy satisfecho con lo que Tim Burton hace con Wonka y compañía. Más allá de que es poco fácil eludir la carga moralina que la novela de Roald Dahl lleva en sus entrañas, el maestro de la creación fílmica, cuya marca registrada se ve estampada en todas sus cintas, logra algo muy distinto sin dejar de ser lo que fue la primera versión. Por ahí siento que Tim pudo soltarse más el pelo (no se enojen, mi queridos burtonianos incondicionales, que yo también lo soy), aunque tampoco como para decir que no estuvo a la altura del compromiso. De hecho, todo lo contrario. Pero eso sí, si lo comparo con eso que logró el camaleón Depp al ponerse la piel de Charlie Wonka, puedo afirmar categóricamente que este genial intérprete de la actuación, como no existe ninguno en su tipo hoy en día, de nuevo anota jonrón al realizar uno de los performances más inolvidables que haya realizado, digo, como prácticamente todos los que ha hecho hasta el momento. Sin duda, Johnny Depp se roba por enésima ocasión la película, por supuesto, gracias en mucho a la sociedad y amistad que tiene con Burton. Porque si alguien puede llevar al límite inimaginable a Depp, es él. Así que ya saben, si no han visto Charlie y la fábrica de chocolates (Estados Unidos, 2005), no pierdan más el tiempo y vayan a verla antes de que salga de la pantalla grande. Porque esta cinta, como tantas otras, no será la misma si se ve en DVD.

5
Por la excelente respuesta que ha tenido la convocatoria a los lectores para que escriban un cinechoro (recuerden: una cuartilla, separada en tres apartados –1, 2 y 3–, acerca de una película, choreando al mismo tiempo sobre otras cosas de la vida a las que la cinta les remita), todavía están a tiempo de enviarlo a mi mail. Este miércoles que viene es el último día de recepción. Los dos o tres (aún no estoy del todo seguro, sorry, mea culpa mea culpa) mejores se publicarán en este espacio –uno cada semana a partir de la próxima– y habrá un regalo sorpresa para los autores.

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