La pesadilla de hacer fila fuera del Teatro del IMSS en un desorden inexplicable, continuó cuando hombres encapuchados nos guiaban con maltratos por un inusual ingreso a la sala. ¿Era un secuestro? La situación recreaba el violento escenario nacional de esta guerra que nadie entiende. ¿Quién es Macbeth?, ¿el policía o el delincuente?, ¿ambos? Nosotros, el público, callados e intimidados, hacíamos lo que nos indicaban, como ocurre con algunos espectáculos del grupo catalán La Fura dels Baus. Una vez dentro, los encapuchados nos colocaron en el fondo del escenario. El último muro del teatro se convirtió en el ciclorama que engrandecía las trágicas sombras de Macbeth y su cetro de Caín.
El grupo tamaulipeco Norte Sur Teatro trajo a escena, dentro de la pasada Muestra Nacional de Teatro, un Macbeth atemporal y ensangrentado. Ruidos de helicópteros acompañaban la huida de seis actores que desesperados corrían sobre un círculo que los colocaba en el lugar perfecto para recibir el ataque. Bajo negras gabardinas que los igualaban, estaban la ambición desmedida de Lady Macbeth, el ansia de poder de su marido, los desvaríos demoniacos de tres andróginas hechiceras y la corona de Duncan y su estirpe.
El poder, la sangre y la penumbra se convirtieron en los elementos elegidos por Medardo Treviño, el director de la puesta, para recuperar la negrura que todos compartimos. La envidia, el celo y la traición bíblica de Caín están en los símbolos que Treviño elige para hacer de Macbeth, un Caín que extiende la muerte más allá de Escocia.
La apuesta de Norte Sur es evocar un inframundo cargado de signos, en donde todos se igualan en maldad. Duncan, el rey asesinado, dista mucho del personaje shakesperiano. El rey generoso y compasivo aparece con una pervertida imagen que no dista mucho de la de su asesino. Mientras, las grotescas brujas advierten: serás rey, ¡salve futuro rey, salve!. Macbeth y su mujer son uno solo. Ella es el rojo pálpito de un barón que busca la corona. Macbeth, seducido por el lascivo comportamiento de su mujer, eriza los bosques, atiende, sin comprender los augurios de las tres fatídicas hermanas; y mientras en su frente ciñe una corona de muerte y empuña la quijada como cetro, abajo, tendido en sangre yace un Duncan crucificado.
La riqueza visual y la crudeza expresionista de elementos, como baños de sangre, huesos, una serpiente y un feto, consiguen cierto equilibrio gracias a una iluminación que consiste apenas en huidizos y tímidos rayos de lámparas de mano, que los técnicos y algunos actores utilizan para dar foco a nuestra mirada.
Si bien ninguno de los recursos plásticos y actorales utilizados en la puesta son novedosos, es posible afirmar que la combinación que el director hace de los mismos es efectiva. El trabajo actoral es notable. Mónica Gómez y Víctor Arellano, quienes encarnan a los protagonistas, consiguen ser cómplices de la mezquina sociedad de los Macbeth.
La guerra entre hermanos sólo ahoga al pueblo en su propia hemorragia. Los delirios sonámbulos de Lady Macbeth, en los que buscaba lavar inútilmente la mancha del crimen, culminan en un baño sangriento que contrasta con la vulnerable desnudez de su marido convertido en rey.
De nuevo el aquí y el ahora, ¿quién es Macbeth? Las brujas, los muertos, también la maldad que sigue viva, exclaman: “Pobre patria, bajo el yugo de un rey que asume un cetro ensangrentado, pobre patria. Nadie sonríe, sino el que nada sabe”.
Los últimos momentos justificarán estúpidamente en un grito, la necesidad de una guerra por buscar el poder. En el escenario la ceguera de la muerte vuelve a igualar a los personajes que caen no por la espada, sino por tiros acompasados por el ruido de huesos que se rompen. Sobre una montaña de cadáveres los encapuchados rocían gasolina antes de encender tranquilamente su cigarro.
¿Efectista?,¿complaciente?, ¿excesiva? La puesta en escena trae a nosotros un Macbeth o lleva a Escocia nuestros muertos, los que al grupo Norte Sur les queda claro que existen, los que en la frontera se cuentan por cientos, los que como Lady Macbeth, siguen oliendo, siguen manchando nuestros días. Cuando todo lo alborota la derrota, ¿de quién es la victoria Macbeth?