El conejillo y su maestro

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Sesión de prueba. 5 de marzo de 1950, 18:00 horas, a bordo del buque Alethia. Lancaster Dodd enciende la grabadora y le advierte impasible a Freddie Quell que habrá de responder a todas sus preguntas sin parpadear ni vacilar. ¿Piensas a menudo en lo intrascendente que eres?, ¿crees que Dios te salvará de lo ridículo que eres? Hasta ahí los cuestionamientos no dejan de ser más que un poco peyorativos y generales, lo molesto es cuando Freddie, que es un tipo nervioso, e incontrolablemente gesticulante, a punto de estallar siempre, se retuerce en la silla haciendo un sobresfuerzo por mantener sus ojos abiertos y fijos mientras acepta frente los embates del interrogatorio que ha asesinado, fornicado con su tía, que su padre era un alcohólico como él, y que su madre es una maniática recluida. Claro que hubo de gritar y manotear para llegar a esto, y ahora se le pide que cierre los ojos y evoque la pequeña felicidad que aún posee: el recuerdo de la adolescente de la que se enamoró antes de partir a la guerra. La inquisición termina con la calma que dan las lágrimas, pero el Maestro está satisfecho: “Eres el chico más valiente que he conocido […] Serás mi conejillo de indias y mi protegido”.

Freddie Quell, interpretado por un Joaquin Phoenix al que parece que los maltratos de la vida le han dado suficientes elementos para elaborar un personaje complejo y torturado como éste, es el protagonista de The master (2012) de Paul Thomas Anderson, película en la que acompañado por el siempre magistral y versátil Philip Seymour Hoffman (Lancaster Dodd), narra el encuentro entre un desequilibrado ex soldado de la Segunda Guerra mundial y el carismático y mesiánico creador de una nueva religión, y que sin decirlo jamás en la cinta se sabe que está basado en L. Ron Hubbard, el fundador de la Cienciología, que por sus creencias absolutas en el poder mental y la reencarnación cuenta entre sus adeptos a muchos famosos y millonarios. De ella se ha dicho hasta el cansancio que no es otra cosa sino superstición y manipulación, pero en todo caso ¿cuál religión no lo es?

En esto parece estar de acuerdo Paul Thomas Anderson, porque aunque ni por un momento se piense que pueda haber hecho una apología de la Cienciología en esta obra, por otra parte tampoco está dispuesto a validar a los que la condenan: “La idea de que es una secta es ridícula, lo que pasa es que es una religión más nueva, más joven, y la gente piensa que se la puede criticar más fácilmente, lo que es injusto.Yo la defiendo hasta un punto: creo que su sistema de creencias es tan válido y racional como cualquiera otro”, y está seguro de que si ha recibido duras críticas por parte de El Vaticano es simplemente porque “se hacen la competencia”. Pero después de todo, si estas y otras ideologías se fundamentan en un misticismo que suena a charlatanería es algo que al director no le preocupa, ya que “también nos ayudan a navegar la vida, como las películas, los libros y la música. Así que no tengo ningún problema con eso”.

Aunque el filme retrate el surgimiento y dogmas de la Cienciología, en donde la posibilidad de trascendencia y liberación de sus miembros se mezcla con la imposición, el autoritarismo y la intolerancia de su líder, además de que como dice Anderson, “el personaje es el principio de todo. Es una figura muy polémica, la gente siente mucha curiosidad y lo entiendo. Es una historia única en nuestro tiempo, o al menos en la historia reciente: asistir a la creación de una religión. Un tipo creando una religión: ¡es una gran historia!”, no es propiamente ello. Porque como él mismo afirma, “es la parte de atrás de la historia […] Parece inevitable que la gente espere que haga una especie de documental. Si quieres aprender sobre un tema ve un documental. Yo hago ficción”.

Tal vez por ello la cinta del también realizador de Boogie nights y Magnolia, a pesar de ser una gran historia, al menos en México pasó sin pena ni gloria, porque no es un relato fácil que simplemente satisfaga el morbo de quienes deseen ver desnudados los andamiajes de esta religión, ni mucho menos a sus parroquianos. Lo que hay aquí está por encima del cliché o de la inmediatez de los datos. Está, sí, la figura de un hombre poderoso y de fe ciega en lo que profesa, y que pide la misma convicción y la no admisión de dudas a quien pertenezca a su organización, que fascina a las personas a las que ayuda a darles sentido a sus vidas con un lavado de cerebro basado en lo sobrenatural.

Pero ello pasa a segundo plano porque la seguridad de este guía espiritual se ve trastocada por la presencia del salvaje ex combatiente que pese a todas sus psicopatías acaba siendo más libre que cualquiera de los que sí ha podido encauzar, y a la vez el hijo favorito que se pierde para no volver.

El meollo del asunto es el enfrentamiento a los miedos sociales y a salirse de la apariencia de orden, de pertenencia, de justificación de los actos. Antes de partir Freddie, Lancaster Dodd lo reconviene: “Libertad y ausencia de tiranía para ti. Si descubres una forma de vivir sin servir a ningún amo, sea cual fuere, cuéntanos a los demás cómo lo lograste pues serías el primero en la historia del mundo”.

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