El lobo a la alza

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Martin Scorsese está de vuelta. Eso queda claro al ver su reciente trabajo, El lobo de Wall Street (2013), una cinta que en tres horas embute un atasco de dinero, drogas, sexo, corrupción; pero sobre todo un humor tan cínico y franco de cara a la obscenidad moral y financiera, que no se puede sentir otra cosa sino simpatía, y quedar cautivado por el célebre protagonista: un malnacido y descarado corredor de bolsa que se convierte en un magnate, gracias a los millonarios fraudes que consigue con su agresiva y desfachatada habilidad bursátil.

Un tipo —casado con una modelo— que contrata prostitutas para follarlas con la gente de su compañía en los días de oficina y en los viajes de negocios, adicto al alcohol y la cocaína, pero también a la metacualona, medicamento de efectos sedante-hipnóticos. Un idiota que es capaz de destrozar un Ferrari en un paseo nocturno o hundir un yate con helipuerto —que antes perteneció a Coco Chanel— en el Mediterráneo, que termina en prisión porque el FBI no acepta su soborno, que medio salva el pellejo denunciando a sus amigos y cómplices, y que después de un par de años sale de la cárcel para dar conferencias y compartir su experiencia. Lo mejor, después de todo, no es la película, lo realmente bueno es que el tipo existe y sigue llenándose los bolsillos, ahora con la plata de los que quieren conocerlo y escuchar su historia; somos los nuevos incautos.

Jordan Belfort es el hombre de este espectáculo, y tras estar en prisión se dedicó a escribir las memorias que resultarían en los libros autobiográficos de su aventura: The Wolf of Wall Street y Catching the Wolf of Wall Street.  Nacido en 1962 en el Bronx, Nueva York, Belfort era hijo de un matrimonio de contadores de origen judío. Él mismo dice que creció en un ambiente humilde, pero que el deseo de poseer una gran fortuna y lujos lo persiguió desde joven. Vendió helados y pescado, e intentó dedicarse a la odontología, pero nada se acercaba siquiera a lo que buscaba. Pero entonces escuchó la historia de un joven del vecindario que vivía como rey trabajando como corredor de bolsa, y ahí lo encaminó su suerte.

Lo primero que obtuvo fue un fracaso. Recién se había empleado como principiante en la firma de corredores de bolsa L. F. Rothchild, cuando ésta se vino abajo como muchas otras en el conocido Lunes Negro de 1987, en el que los mercados de valores de todo el mundo se fueron al traste en pocas horas, y que sólo varios años después pudieron sobreponerse. Pero eso no lo detuvo. Adquirió una franquicia de la compañía Stratton Securities y después de acumular mucho capital compró toda la compañía a la que le cambió el nombre, y de ahí la escalada fue imparable. Compraba acciones baratas de las que vendía algunas a sus clientes, pero que al subir de precio revendía las suyas en el mercado; ganaba mucho y devaluaba las que otros habían adquirido.

El propio Belfort estima que lograba ganar hasta 50 millones de dólares al año. Pero el alucinado viaje terminó, o al menos el ilegal. Una vez que se comprobaron sus estafas en 1998, se le condenó y encarceló —sólo 22 meses debido a su colaboración con las autoridades—, pero hasta la fecha sigue pagando los 110 millones de dólares que debe a sus defraudados. Entonces, la necesidad de Belfort por tener más y más dinero sigue en círculo, con la ventaja de que él es una mina de oro andando. “Dinero llama a dinero”, reza el dicho, y aquí como nunca es aplicable. Lo que ahora el sujeto vende es su imagen. Las charlas motivacionales de negocios, las regalías de sus libros y la película de Scorsese, han hecho el trabajo. Al punto de que algunos autobuses en Estados Unidos llevaran publicidad de Belfort con la leyenda, “¿Quieres lograr más ventas? Llama ya al 1300 Jordan”, con una foto suya al lado de otra de Leonardo DiCaprio, el actor que lo interpreta en la pantalla. 

Filmes que hablen de fraudes financieros hay muchos, pero el de Scorsese tiene el mérito de retratar con la misma ironía que tienen los hechos que cuenta. DiCaprio, quien realiza un protagónico que le queda perfecto y que lo pone de nuevo en la cima, dijo que no habían tenido reservas de posible censura para rodarla, y Belfort completó diciendo que hay cosas peores que prefirió no dejar escritas.

Este es el cine que se espera de Martin Scorsese, de quien más de alguno pensó que se ablandaba luego de su película infantil Hugo (2011). No fue así, y en El lobo de Wall Street, que está nominada a varios premios Oscar, el director compara a su protagonista con el mafioso de otra cinta suya: Goodfellas (1990): “En Wall Street cambia el decorado y en apariencia, la moralidad es más refinada, pero es la misma cosa. Socialmente, no es aceptable ser un gánster; por el contrario, está bien hacer dinero gracias al sistema, sean cuales sean los medios”.

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