Uno de los papeles del escritor —para Jean-Marie Gustave Le Clézio— es tratar de traducir la emoción que ocasionan las fuerzas de la naturaleza. El Premio Nobel de literatura 2008 llegó a ífrica cuando tenía siete u ocho años. Fue un choque considerable. Le impresionaron las tempestades que para él eran como huracanes. Los rayos, los ruidos, las lluvias que parecían diluvios dejaron una huella en él.
“Yo era un niño que había vivido en un mundo muy reducido como era el de Francia al final de la guerra. Ahí todo hacía falta, no teníamos comida, no teníamos nada. Llegué a esa tierra, que se calificaba como primitiva, pero con todo lo esencial: las amistades con otros niños, la sociedad generosa… Siempre me quedé con esta primera emoción y con la idea de que las fuerzas de la naturaleza eran esenciales para el ser humano”, señaló el escritor, en su primera declaración a su llegada a Guadalajara.
Jean-Marie Gustave Le Clézio, más conocido como J.M.G. Le Clézio, nació en Niza, Francia, el 13 de abril de 1940, pero él realmente se considera mauriciano. Vivió la mayor parte de su infancia en Isla Mauricio y en Nigeria, país donde su padre era cirujano en el ejército británico.
El autor de El Africano, una historia basada en la vida de su padre, señala que el mejor cumplido que le han hecho es señalarlo como digno de ser un escritor ruso, porque ellos tienen un gran gusto por la naturaleza que reflejan en sus obras. También en México, Le Clézio ha encontrado ese mismo espíritu. “En este país existe una conexión entre el ser humano y el medio ambiente. La Constitución de 1857 contempla los ríos y las orillas del mar como tesoros nacionales. Hay pocas constituciones en el mundo que incluyen a la naturaleza como un elemento de la libertad”.
No hay mundo sin novelistas
La obra de Le Clézio abarca cuentos, novelas y ensayos. Ganó el premio Renaudot en 1963, a los 23 años por su obra Le procés verbal, después de haberse quedado a las puertas de conseguir el premio Goncourt, el más prestigioso de las letras francesas.
Cuando Le Clézio tenía veinte años estaba convencido que tenía que definir con precisión su meta literaria. “Cuando uno tiene esa edad piensa que resultará algo totalmente nuevo, pero cuando uno pasa los cincuenta años encuentra que el lenguaje es más complicado y tiene más que ver con los sentimientos profundos”.
En 1980 recibe el Premio de la Academia Francesa por Désert, donde contrasta la grandiosidad de las culturas perdidas del norte de ífrica y la mirada de los inmigrantes de Europa.
Para Le Clézio, escribir significa escuchar, resonar y soñar, a veces. Él no concibe el mundo humano sin historias y sin novelistas. “El escritor es parte verdadera de la dimensión humana porque no inventa. Es como una especie de tambor que suena con la influencia de todo lo que ocurre a su alrededor. Su papel no es realmente de inventar, sino de relatar lo que percibe.
“Cuando quiero considerar casos extraordinarios de la historia humana pienso en una especie de reserva que hay en Japón, con una población muy reducida. Los hombres que ahí viven no producen arte, ni monumentos. Las mujeres son las que transmiten los cuentos y mitos esenciales. La tradición de narrarlos ha sobrevivido, a pesar de la difícil situación de estos seres humanos”.
Al ser como una caja de resonancia, la literatura no es para curar los males que el hombre padece, sino para ocasionarle dolores de cabeza, “es para mostrar el lugar donde uno siente dolor”. Sin embargo, tiene un carácter universal. Para Le Clézio no hay una literatura propiamente nacional. La meta de esta expresión artística es intercambiar influencias y experiencias. “Si leo a Miguel de Cervantes, no leo a un español, sino a un francés porque puedo leerlo en ese idioma. Si leo a Lazarillo de Tormes, no puedo decir que el autor anónimo es castellano, sino internacional o universal”.
Le Clézio externa su crítica a la literatura francesa reciente: “Está encerrada en capillas. Para mí la literatura es un puente más individual y tiene más relación con la dificultad que hay para cada uno de aprovechar un lenguaje, de hacer de éste, su lenguaje. Si analizara lo que yo escribo encontraría elementos de las capillas literarias como el surrealismo, de la literatura universal, de la oral, del periodismo también de los cuentos que me relataba mi abuela y los que he leído”.