El viejo odio

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Hacia principios del siglo XX, Nazaret, un joven herrero de la aldea turca de Mardin, es separado de su familia por gendarmes turcos para ser esclavizado, y tras una fallida ejecución, sobrevivirá al genocidio armenio por parte del Imperio Otomano en Turquía, que violentara a su pueblo. Sin embargo, al ser derrotados los turcos, Nazaret descubre que sus hijas gemelas, aunque vivas, han quedado igual que él, dispersas en medio de la guerra y las deportaciones, por lo que habrá de dedicarse a buscarlas, recorriendo países y continentes durante años.

Esta es la historia de la película El padre (Alemania, 2014) del director Fatih Akin, que se presenta en el Cineforo Universidad como parte del festival por su veintiocho aniversario.

La fecha que es considerada para recordar el genocidio armenio es el 24 de abril de 1915, que fue cuando las autoridades otomanas detuvieron a miembros de la comunidad de armenios en Estambul.

Luego, el gobierno central determinaría la deportación total de población armenia a marchas forzadas por cientos de kilómetros, sin medios para subsistir, y atravesando zonas desérticas, donde además eran robados y violados por los mismos gendarmes turcos en contubernio con bandas de ladrones y asesinos.

Fatih Akin, alemán de origen turco, antes ha filmado Contra la pared (2004) y Al otro lado (2007), que son dos de sus más reconocidas cintas. En este trabajo se ha dado a notar más en la escena mundial, y no es tanto por el tema del padre que busca obsesivamente a sus hijas y que resulta reiterativo, sino porque aborda la narrativa de los desplazados, la discriminación, el odio racista y el exterminio, tan vigente en el mundo.

Pese a la intención, las críticas no se han hecho esperar, como la publicada en El País que afirma que es “una película fallida que hay que valorar más por lo que pretende que por sus resultados (…) sus virtudes se concentran en los sutiles paralelismos con la actualidad”. Cinemanía asegura que “es un film tan falto de alma y energía”.

Es verdad que El padre, a lo largo de sus ciento treinta y ocho minutos no emociona, y más bien deja la sensación de tedio, donde los personajes secundarios están vacíos, para dejar todo el peso en un protagonista que se queda plano y sin matices, y que no refleja prácticamente ninguna evolución física o de carácter, aún con toda su atormentada experiencia de vida y su monumental travesía.

Lo bueno, al final, es dar visibilidad a estos conflictos humanos. Porque quienes cometieron tales atrocidades jamás terminaron de reconocer plenamente su responsabilidad en el genocidio, y para recordar que la violencia racial, religiosa y el exterminio son muy viejos, y siguen acechando.

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