En la intimidad del poder

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Apurado porque aún debía armar la maleta para irse al aeropuerto, Diego Osorno me regala su última hora de estancia en Guadalajara. Dice que todavía tiene mucho trabajo atrasado, entre éste, entregar un perfil de Juan Villoro, el que este mes publica Gatopardo en su edición de febrero.
Además de haber venido a Guadalajara para presentar su libro La guerra de los Zetas, el factor documental no es una variable que pueda pasar inadvertida en la vida del joven escritor. El segundo capítulo del libro, “El alcalde que no es normal”, cuenta la historia de Mauricio Fernández Garza, un político millonario y excéntrico que atrae focos cuando anuncia la muerte de un líder zeta, Héctor “el Negro” Saldaña, en su toma de posesión a la alcaldía del municipio de San Pedro Garza García, en Nuevo León. A partir de ese momento, Osorno, junto con Carlos F. Rossini y Emiliano Altuna, dirigen el documental El alcalde, en el que la única voz que narra es el propio Fernández Garza.
En noviembre de 2012, El alcalde ganó como mejor documental mexicano en el primer Baja Festival Internacional de Cine, en Los Cabos. La cinta, producción de Bambú Audiovisual, fue apoyada por el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), mediante una beca obtenida del Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad (Foprocine).
Osorno en este momento está en etapa de preproducción de su nuevo documental, que fue seleccionado para ser presentado en el Encuentro de coproducción del Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG), cuyo nombre es Vaquero del mediodía.

¿Es tu primer acercamiento al documental?
Como director es mi primer acercamiento. Yo había hecho investigaciones para un documental, había corregido guiones de películas para la productora Canana, pero siempre como outsourcing.

¿Y cómo te ha ido?
Creo que llegué en el momento preciso. Si hubiera decidido hacer esto hace cuatro o cinco años, hubiera sido un desastre. El cine te pide mucha paciencia y yo, por mi dinámica del periodismo, tengo una ansiedad todo el tiempo, una desesperación. Ahora no. Quizá por esta inmersión en el periodismo narrativo es que llego al documental ya más tranquilo.
Estoy viendo mucho documental todo el tiempo. El viaje narrativo es el mismo que en una crónica de largo aliento, pero hay algo que aprendí en el cine, y es que no tienes que decir algo, sino mostrar. Si llegas con la idea de querer decir algo, ya la cagaste. Y eso parece muy simple, pero no: es profundo.
Tienes que armar equipos y yo por lo regular soy un lobo solitario, trabajo solo.

¿Cómo nació el documental ganador?
En 2009 comienzo a hablar del empresario Mauricio Fernández Garza y de cómo empezó a blindar su municipio del narcotráfico. Con lo que pasa el día de su posesión, investigo y publico una parte en Gatopardo. Altuna lo ve y, junto con Bambú, me proponen hacerlo.

¿Cuál es el objetivo de la historia?
Todo el tiempo el espectador está enfrentándose a un hombre que de repente te hace reír (en la película hay escenas divertidas), y luego te arrepientes de esos momentos. A través de eso nosotros pretendemos mostrar las contradicciones que hay en este tipo de gente con dinero.
En el fondo la idea era la mirada de los ricos. En este país se hace mucho documental sobre pobres, sobre víctimas, sobre gente que padece alguna injusticia, pero pocas veces nos sumamos al mundo de los ricos para conocer su intimidad. Es un documental de la intimidad del poder.

¿Hay otro documental en puerta?
Hay una historia mía que está por hacerse, sobre un maestro de ping-pong argentino que mataron en Toluca. Están buscando director para hacer la película, que es ficción, pero está basada en una historia real.
El documental se llamará Muerte súbita y lo está armando Bengala, una agencia recién creada para desarrollar historias periodísticas o literarias que puedan ser llevadas al cine, la televisión o multimedia. Soy uno de los socios fundadores de esta agencia, junto con el productor Gabriel Nuncio, exdirector de proyectos especiales de Canana.

¿Y libros?
Me fui a Estados Unidos con la caravana de La Paz, con Javier Sicilia, durante un mes. Viajé desde Los Ángeles hasta Washington y quería hacer ese viaje de costa a costa desde hace mucho, pero me imaginaba algo más al estilo Kerouac o Ginsberg. Esto fue distinto: viajé con muchas víctimas de la guerra del narco, con huérfanos y viudas. En ese viaje escribí como 30 crónicas y voy a hacer un libro con esas crónicas de viaje. No sé cuándo vaya a sacarlo.
Osorno, con su reciente libro traducido al italiano, que presentará en mayo, en la Feria del Libro de Turín, y proyectos cinematográficos en puerta, remata con la sinceridad a tope: “Ahora quiero aprender, quiero seguir este juego de contar historias. Voy a experimentar en el cine. A ver cómo me va y a ver si no la cago mucho”.

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