El sol desciende y, sin embargo, la temperatura rebasa los treinta grados. La luz de las siete de la tarde enciende los muros y arcadas del ex Claustro de Santa María de Gracia —la actual Escuela de Artes de la Universidad de Guadalajara—, mientras poco más de cien jóvenes atienden a directores, actrices y productores que comparten su experiencia.
El calor aumenta y nadie se mueve, sólo algunas manos se elevan para preguntar a los artistas sobre sus procesos de creación. Aunque el clima es hostil, el ambiente está cargado de energía. Así es como ocurrieron las jornadas de la segunda edición del Encuentro de Estudiantes de Teatro (ENTE), la semana pasada; un evento que convoca a quienes se forman en Artes Escénicas tanto en la Universidad de Guadalajara, como en el Instituto de Arte Escénico (INART) y el Centro de Educación Artística José Clemente Orozco (CEDART).
Daniela Casillas, Alejandro León, Paloma Domínguez y Oswaldo Jiménez son jóvenes creadores egresados de la carrera de Artes Escénicas de la Universidad de Guadalajara. Luego de organizarse como Transeúnte, e uno de los colectivos teatrales más productivos en la ciudad, han conseguido construir —juntos y en solitario—, una carrera artística que empieza a reconocerse en el país. Sin embargo, eso no es lo único que les ocupa y por ello impulsan ENTE: si bien el evento nace como consecuencia del Encuentro de Creadores de la Muestra Estatal de Teatro hace más de dos años, ellos son el dínamo principal que mueve esta estrategia formativa.
¿Cuántos son y quiénes son los estudiantes de artes escénicas en Guadalajara?, ¿cómo ponerlos en contacto con el mundo profesional y sus dificultades? Siendo ésta apenas la segunda edición del evento, es posible notar que su oferta se fortalece y cobra sentido a partir de esas preguntas. En esta ocasión el Encuentro ofreció talleres profesionalizantes, tres de ellos impartidos por artistas consolidados como la actriz y directora Sandra Muñoz, la dramaturga Maribel Carrasco y el actor y dramaturgo Juan Carlos Vives (todos ellos miembros del Sistema Nacional de Creadores); además de artistas escénicos como Ihonatan Ruiz y Teófilo Guerrero. También se presentaron varios montajes para que, a su término, los propios creadores compartieran sus estrategias de producción. El programa se completó con mesas de diálogo en las que artistas, promotores, productores y ejecutantes conversaron con los estudiantes sobre su visión de la escena.
En todas estas experiencias dominó un espíritu dispuesto al convivio, era notable la capacidad de escucha que mantenían los jóvenes participantes, el entusiasmo que experimentan quienes confirman su vocación, su deseo por pertenecer a una comunidad que está sembrada de optimismo. Si bien este espíritu es digno de celebración, creo que habrá que añadir un sentido más crítico a fin de que en estos encuentros la discusión toque aspectos que vulneran sensiblemente el oficio: ¿Qué le dice el teatro al escaso público de hoy?, ¿cómo y por qué se ha perdido audiencia?, ¿qué función cumple el teatro en la comunidad? En tanto producto artístico ¿qué rutas estéticas se corren hoy?, ¿cuáles son los referentes de los estudiantes de teatro? Además, habrá que cuestionar con toda formalidad la solidez de las currículas así como el perfil de egreso que cada programa posee: ¿Se ha puesto a prueba? ¿Qué instituciones y desde qué marcos estudian la ruta que siguen sus egresados en el espacio profesional? ¿Cuál es la calidad de vida de un egresado de estas instituciones? ¿Cómo y de qué viven? Los cuestionamientos son demasiados y los considero importantes. El camino lo han abierto, ahora hay que recorrerlo de forma propositiva.