El rastro del pasado me ha llevado en busca de un lugar habitable, soy testigo de cómo el desbarrancadero social acaba incluso, con las personas más nobles que existen en un salón de belleza.
En esta ciudad de políticos prodigios, el testigo tiene miedo de decir la verdad y miente lentamente, consumando su muerte como un efecto secundario, del invierno radioactivo de Chernóbil.
Quiero tanto, que soy como las hormigas siguiendo los pasos de los grandes; he comprado Plata quemada y Retratos de Mussolini, soy un impostor que navega por la disidencia, soy melancólico, tanto que mis delirios mentales los tomo como figuraciones miserables.
Las manos de mis muertos reclaman un sacrificio, y en conjunto con la decadencia de los novenarios se produce el origen de la tragedia del viejo conjunto humano.
Los primeros recuerdos que tengo sobre estas tierras flacas, son de asedio y de un amor nato a todos los santos. Recuerdo los vientos ligeros y a una mujer que sobrevivía en el hervor del hambre.
Mecanismos herejes de selección natural, vallas electrificadas que nos dividen, entre un mundo civilizado y un mundo apendejado. En palabras mayores la vida se divide en una rosa cándida para los ricos y en
un gramo de odio para los pobres.
Esto no tiene nombre, parece un territorio donde el verano es La estación más violenta. Aquí me he peleado, en la bruma, y lo digo, aquí nos hace falta sentido y una sensibilidad para conocer el origen de nuestra tragedia.