“En nuestro planeta húmedo hay una sola mancha marrón donde no existe ni una grado de humedad: el desierto de Atacama”. Patricio Guzmán se abre paso así hacia lo que él llama una puerta al pasado, luego de tocar su propia memoria en las imágenes de algunos objetos, como el mecanismo chirriante del viejo telescopio alemán de Santiago por el que inició su amor a la astronomía, o como una ventana, una cocina, unos sillones, una servilleta de tela bordada sobre el comedor y la fachada de una casa que podría haber sido la suya cuando hace tantos años se inició una revolución y los científicos del mundo construyeron los telescopios más grandes en ese desierto.
Pero revolución y ciencia se desmoronaron con el golpe de Estado. Y el desierto de Atacama sirvió para cubrir nuevas memorias encriptadas.
Nostalgia de la luz muestra varias búsquedas de esas memorias, de tal modo que el fulgor de las estrellas, el salitre de la tierra, la sequedad del aire y los restos que ahí descansan cobran un significado conjunto y paradójico. Una metáfora compleja para explicar un país donde el recuerdo no se desvanece pero es sutil, silencio.
Aquí, Guzmán logra no sólo tejer una red de interpretaciones sobre el tiempo y sus vestigios, sino replantear el tema que lo ha ocupado, ha presenciado y del que ha participado la mayor parte de su vida: la historia chilena reciente, que ha narrado en su amplia obra, que incluye tres partes de La batalla de Chile (1977-1980), El caso Pinochet (2001) y Salvador Allende (2004).
Ahí, donde “las estrellas se pueden tocar con la mano”, un grupo de astrónomos chilenos escrutan el cielo a través del aire transparente. Miran la luz que hace millones de años emitieron estrellas que ya han muerto, estudian galaxias, planetas, en busca del origen.
En el mismo lugar y al mismo tiempo, arqueólogos y antropólogos rastrean las huellas que quedan de los pueblos prehistóricos que usaban los ríos de piedra como paso del altiplano al mar, y los de los pueblos prehispánicos que hacían lo mismo.
Pero todo se vuelve más difuso conforme la distancia con el presente se achica. “El pasado más cercano a nosotros lo tenemos encapsulado. Es una paradoja enorme qué poco sabemos del siglo XIX. ¡Cuántos secretos guardamos! Nunca hemos dicho con claridad por qué arrinconamos a nuestros indígenas, eso es casi un secreto de Estado. No hemos hecho absolutamente nada por entender por qué se generaron estos sistemas económicos vertiginosos como el salitre, de las que no queda nada…”, dice uno de los arqueólogos a los que entrevista.
Tan sólo las ruinas de la mina de sal, el cementerio de las colonias que se fundaron alrededor y las celdas donde dormían los trabajadores con sus familias, “cuando la explotación minera se parecía mucho a la esclavitud”, dice la voz en off de Guzmán. Los militares reutilizaron más tarde esas barracas como campo de concentración para encerrar a los disidentes. “Sólo añadieron el alambre de púas”.
Entre bellísimos acercamientos a la inmensidad sideral vista desde los telescopios, paisajes yermos del desierto y detalles de las pinturas rupestres, los restos momificados y los huesos blanqueados que salpican el suelo, lo más sobrecogedor son los semblantes de quienes viven en el umbral de esa puerta: un joven astrónomo que no cree que exista el presente, un sobreviviente al campo de concentración que junto con otros observaba el cielo en su cautiverio, otro que midió a pasos los cinco sitios de detención donde estuvo preso para memorizar el espacio y dibujar su testimonio luego, un grupo de mujeres que revisan pulgada a pulgada la arena en pos de huesos, astillas al menos, de sus familiares.
Nostalgia de la luz se proyectará en el Cineforo el jueves 29 de noviembre a las 16:00, 18:00 y 20:00 horas dentro del ciclo de cine chileno de la FIL.