Ese día le pegó duro a la obra. Terminó una gaveta grande, “del tamaño de un auto”. Ya hacía tiempo que a don Bonifacio Villanueva le dolía el pie después de trabajar. Él siempre pensó que era de cansancio. Por la noche el dolor desapareció y “todo fue normal”: cenó un pan, vio la tele y se acostó.
Por ahí de las 4:30 de la madrugada, despertó. Fue al baño y regresó a la cama. Como a los dos minutos sintió “el exorcismo”. “Algo como un aire” le comenzó a subir y bajar, desde el pecho hasta la altura del vientre.
“El aire” le provocó tal dolor que lo hizo retorcerse en la cama. Comenzó a gritar: “¡ay, me muero!, ¡ay, me muero!” Sus lamentos despertaron a su mujer, que dormía a un lado.
Don Bonifacio afirma que respiraba a la perfección, pero aquel dolor agudo lo incapacitaba. Y lo peor era cuando se “estacionaba” a la altura de la costilla izquierda. “Aquí, mira, ¡me daban unos dolorones!” Tendido sobre la cama siete del área de cardiología, del hospital civil “Fray Antonio Alcalde”, don Bonifacio, de 59 años, indica la altura del “piquete”, al nivel de las últimas costillas de su lado izquierdo.
La mujer, que no obtenía respuesta alguna de su marido, más que un lenguaje incoherente de gritos, lo auxilió sin éxito, mientras el hijo salía a la calle por un taxi.
Con “el aire” circulándole por la caja torácica llegaron a la Cruz Verde.
Apenas entró Bonifacio al hospital, “de aquí para abajo se me entumió”, señala la cintura con ambas manos y las impulsa hacia los pies.
Empezó a sentir frío. De inmediato le suministraron unas inyecciones y le ordenaron electrocardiogramas. Como a las dos horas estuvo mejor. El dolor se le quitó, pero el corazón emprendió un ritmo ascendente: “takataka takataka, me hacía el pinche corazón”.
El señor Villanueva es de Pajacuarán, Michoacán. Trabaja en la albañilería desde los nueve años. Recuerda que llegaba a Guadalajara “de aventón”. Por el día “chambeaba” en alguna construcción. Por la noche dormía debajo de una banca del parque Morelos.
“He trabajado mucho”, asegura al cubrirse la barriga con una cobija a cuadros. “Hace tiempo un doctor me dijo que tenía hipertensión. Estuve controlándome con medicamento que me daban en el Seguro, pero se me acabó este servicio y dejé de tomarlo hace dos años”.
Los dolores “de cansancio” que le daban a Bonifacio en el pie, la pierna, y las ocasionales dolencias que sentía en el brazo, lo provocó su hipertensión arterial, lo mismo que el mentado “exorcismo”.
“Cuando uno es hipertenso no puede excederse en el trabajo, porque pasa esto”, explica uno de los médicos que atiende al señor Villanueva. “Lo que él sufrió es una crisis de hipertensión”. Por algo las defunciones a causa de la presión alta son conocidas como “muerte silenciosa”.
Bonifacio asevera que continuará trabajando. “Si no puedo con la albañilería, me pongo a vender jitomates en un pueblo. Luego, ¿de qué voy a vivir?”