Incomodidad prudente

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Dijeron que todos estaban de acuerdo y que así eran las cosas. Yo mismo me alegré mucho tomando de buena gana, como un cazador, la presa cobrada. Pero en seguida, y no sé bien de dónde, me vino una extraña sospecha de que no era verdad todo aquello…
Platón. Lisis 218c

En el diálogo Lisis de Platón, un grupo de comensales buscan comprender qué es la amistad. En un momento muy avanzado del diálogo, después de que todos los interlocutores han intervenido, discutido los puntos débiles, expuesto y rectificado los errores, se cree haber alcanzado un punto culmen del encuentro en el que todos están de acuerdo con la definición y las características de la amistad, y es en este instante cuando Sócrates opina que hay conceptos importantes que no se han considerado, con lo cual aquella creencia, en la que todos imaginaron que ya estaban de acuerdo, resultaba insostenible. En otro fragmento del mismo diálogo, Sócrates distingue tres tipos de inteligencias: aquellos que ya saben y no quieren saber, aquellos que están tan llenos de ignorancia que muy poco interés tienen en saber y un tercer tipo que corresponde a aquellos que se reconocen ignorantes pero que se dan cuenta de que “no saben lo que no saben”, y son estos últimos los que buscan el conocimiento. Probablemente sea esta una de las maneras en las que se describe con gran claridad lo que distingue a una actitud filosófica: darse cuenta de que no se sabe y, porque no se sabe, se busca saber.

Una primera aproximación nos lleva a reconocer la actitud filosófica como humana, humilde y recomendable, pero analizándola con más detalle parece presentarse en el mundo real con características opuestas a las señaladas; esto es: poco común entre los humanos, soberbia y digna de ser erradicada.

Imaginemos a un Sócrates en una junta de vecinos que se reúnen para acordar las reglas de una buena convivencia del vecindario. Todos acuerdan que no harán ruido después de las 10 de la noche, barrerán sus banquetas todas las mañanas y asistirán a todas las asambleas. Cuando todos parecen están de acuerdo, nuestro Sócrates moderno pide la palabra y afirma: “Si buscamos una buena convivencia en el vecindario suponemos que esperamos que los vecinos vivamos cómodamente, pero ¿estas reglas son suficientes para garantizarán la buena convivencia?, ¿podemos sentirnos cómodos en un vecindario que nos impone reglas sobre la manera en que debemos de comportarnos?, ¿no sería más conveniente que primero definamos lo que entendemos por ‘buena convivencia’?”. No me queda la menor duda de que nuestro Sócrates imaginario sería ignorado por el resto de los vecinos y en la medida de lo posible se le otorgaría el privilegio de estar excluido del tercer acuerdo: “Asistir a todas las asambleas”.

En anteriores entregas había propuesto entender a la filosofía como análisis de creencias (La Gaceta, 643), y esta simple actividad, si consideramos sus implicaciones con detenimiento, así como puede traer consigo importantes ventajas para comprender las formas de convivencia, el conocimiento o la conducta humana, puede resultar sumamente incómoda para aquellos que ya creen saberlo todo acerca de las formas de convivencia, los saberes o la manera en que debemos comportarnos. Del mismo modo resultaría muy aburrido para aquellos que se interesan poco o nada por comprender los fundamentos de estas imprescindibles nociones. Los “absolutamente sabios” evitarán que dichas actitudes cuestionen las bases de los saberes que tantos esfuerzos les ha llevado para consolidar esas formas únicas de concebir la realidad, mientras que los segundos simplemente verán como una pérdida de tiempo ocuparse de asuntos que ni les darán de comer ni verán en ello una alternativa para dejar de entretenerse con su Xbox, la tele o el celular.

Ejemplificando lo anterior, el profesor que cree saberlo todo consideraría como impertinente al estudiante que osara cuestionar sus lecciones, el cura acusaría de impío a quienes pretendiera refutar sus sermones, los gobernantes señalarían de antipatriotas a aquellos que pretendieran oponerse a las reformas con que se impulsa el “desarrollo nacional” y la junta vecinal catalogaría de imprudente y poco solidario a nuestro Sócrates imaginario.

Pero volviendo al Sócrates Platónico, podemos darnos cuenta, por el breve fragmento que hemos señalado, que su actitud no es la de un impertinente improvisado, ya que antes había seguido detalle a detalle todo el proceso del diálogo (Dijeron que todos estaban de acuerdo y que así eran las cosas. Yo mismo me alegré mucho tomando de buena gana, como un cazador, la presa cobrada). Esta posición nos presenta al ignorante buscador como un sujeto prudente ante el cuestionamiento de las creencias, como un buscador que antes se ha enterado de los razonamientos sobre los que se fundamenta una creencia antes de emprender la guillotina del interrogatorio. Por lo anterior, sí resulta impertinente cuestionar las lecciones del profesor, los sermones del cura o las reformas gubernamentales si se desconocen las razones con que se han construido dichos tópicos.

El filósofo en su búsqueda puede incomodar a quienes creen que han construido una base segura que inspira la acción o el conocimiento, pero al mismo tiempo sería una necedad pretender cuestionar asuntos sobre los que se desconocen sus fundamentos, de ahí que, como decía Heráclito: “Es menester que los amantes-de-la-sabiduría estén mucho y bien instruidos en multitud de cosas”.

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