Para José Luís Peixoto los sentimientos son en realidad las manifestaciones más sutiles del acto. Tocar puede tener la misma carga que acariciar, o mirar que reflejar. Pero afirma que para lograr comprender esta forma más esencial de las cosas, es necesario viajar a lo elemental, que en las sociedades actuales es algo que solamente pervive en el campo; o la “ruralidad” como él lo menciona. El escritor portugués, ganador del premio José Saramago y autor de libros como Nadie nos mira (2001) o Cementerio de pianos (2006) —que presentó el pasado viernes 30 de noviembre en el Pabellón de Portugal— dialogó con otros autores que participaron en la presentación de la antología Un cierto desasosiego.
En México el campo ha inspirado grandes reflexiones literarias en obras tan emblemáticas como la de Juan Rulfo, por ejemplo. Para ti, que también usas este elemento como pieza clave en tu trabajo, ¿qué tiene la ruralidad que alcanza esta introspección?
La ruralidad tiene una característica muy importante, que es la cercanía con la naturaleza. El hecho de que uno esté más cerca de los cambios del mundo, como el clima, la naturaleza —o en lo humano, la muerte— dota a la reflexión de cuestiones más esenciales de la existencia. Esto hace que el humano mismo pueda ser naturaleza. Por ejemplo, se ve el ciclo de la vida representado en los animales y todo eso te da una noción distinta del tiempo, y en la manera en la que uno maneja el tiempo es como te condiciona la vida. Si vienes de un entorno urbano te cambia. Te transforma.
¿Entonces es la ruralidad una suerte de introspección más íntima del ser?
Sí, es el humano con su entorno. Es que supongo que por eso la ruralidad te lleva a temas tan esenciales, que al final son los mismos que la literatura siempre busca descubrir e indignar o hasta debatir. Yo llegué a la ruralidad con mucha naturalidad porque allí nací y crecí y eso mismo que me formó es lo que tengo para compartir con el mundo literario.
Sobre todo impacta más en lo urbano cuando la vida se mira efímera…
Claro. Hoy en día, que se llegó a esa idea de que lo urbano es como un sinónimo del desarrollo, estamos incluso sufriendo algunos efectos de esas decisiones y en lo rural me parece que están algunas respuestas que estamos tratando de buscar, y reflexiones que se hacen en ese mundo en el que la rapidez y la abundancia no siempre son satisfactorias. Hay una especie de regresión a lo que es el “progreso” visto como avance hacia un futuro más superficial. En estos temas volvemos a lo elemental, que es la vida.
Te presentan en la FIL 2018 con tu cuento “La edad de las manos” y dijiste que es un texto muy emblemático para ti. ¿Qué hay en él que lo consideras como tu carta de presentación?
Este cuento es muy representativo de lo que escribo. Además hablo de la relación entre un octogenario y su entorno que es el campo, donde hay como personajes una burra y una perra. En realidad esa burra existió, era de mi padrino que trabajó la tierra por más de noventa años y pues nada, ese texto tiene sabiduría de la experiencia. Aparte, el hecho de que se refiere a la ruralidad, que es un tema que tengo ahí desarrollado en diferentes novelas que ahora se encuentran en México, me da gusto y creo que puede hacer una forma de que más lectores se queden a conocer mi trabajo a través de esta ventana a lo que hago.