La ausencia de lo sagrado

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El homo religiosus del que habló Mircea Eliade parece llegar a su fin, sobre todo, y de manera más acelerada, en ciertas partes de Europa. Podemos entender este fenómeno con un botón de muestra: una gran cantidad de templos ahora están cerrados por falta de feligreses y los han convertidos en museos o galerías y, a últimas fechas, en bares.

Esta conversión de las iglesias en bares merecería la atención de los especialistas y un estudio profundo sobre esta nueva resignificación o ausencia de lo sagrado y sus implicaciones. Pero es evidente que el hombre postmoderno avanza a una vida carente de toda implicación religiosa y espiritual.

En su libro Lo sagrado y lo profano, Eliade menciona que el hombre entra en conocimiento de lo sagrado, porque “algo” se manifiesta o se muestra como diferente por completo de lo profano.

“El acto de esa manifestación de lo sagrado es llamado hierofanía, es decir, que algo sagrado se nos muestra. Podría decirse que la historia de las religiones, de las más primitivas a las más elaboradas, está constituida por una acumulación de hierofanías, por las manifestaciones de las realidades sacras”.

“Al manifestar lo sagrado, un objeto cualquiera se convierte en otra cosa sin dejar de ser él mismo, pues continúa participando del medio cósmico circundante –abunda eliade–. Una piedra sagrada sigue siendo una piedra, pero para quienes aquella piedra se revela como sagrada, su realidad inmediata se transmuta, por el contrario, en realidad sobrenatural. Para aquellos que tienen una experiencia religiosa, el cosmos en su totalidad puede convertirse en una hierofanía”.

El hombre de las sociedades arcaicas, en especial los hombres originarios de los pueblos autóctonos, tienen aún la tendencia a vivir lo más posible en lo sagrado o en la intimidad de los objetos consagrados.

“Esta tendencia es comprensible: para los ‘primitivos’ como para el hombre de todas las sociedades pre-modernas, lo sagrado equivale a la potencia y, en definitiva, a la realidad por excelencia. Lo sagrado está saturado de ser. Potencia sagrada quiere decir a la vez realidad, perennidad y eficacia. La oposición sacro-profano se traduce a menudo como una oposición entre real e irreal o pseudo-real. Es, pues, natural que el hombre religioso desee profundamente ser, participar en la realidad, saturarse de poder”, añade Eliade.

El hombre occidental, postmoderno, que vive en las grandes urbes, contrario a muchas comunidades indígenas que aún viven en la naturaleza, parece en cambio que ya no tiene sed de lo sagrado. El mundo profano ha invadido su totalidad y el cosmos está por completo desacralizado. Este fenómeno relativamente reciente del espíritu humano, caracteriza ya la experiencia total del hombre no-religioso de las sociedades modernas.

No es de nuestra incumbencia mostrar a traves de cuáles procesos históricos y a consecuencia de qué modificaciones de comportamiento espiritual el hombre moderno ha desacralizado su mundo y asumido una existencia profana. Baste únicamente decir que el hombre religioso asume su forma de ser y comportarse ante el mundo de manera por completo diferente a quien no lo es.

Carl G. Jung en su libro El hombre y sus símbolos agrega que “al crecer el conocimiento científico, nuestro mundo se ha deshumanizado. El hombre se siente aislado en el cosmos, porque ya no se siente inmerso en la naturaleza y ha perdido su propia ‘identidad inconsciente’ con los fenómenos naturales. Éstos han ido perdiendo paulatinamente sus repercusiones simbólicas. Hemos desposeído a todas las cosas de su misterio y numinosidad; ya nada es sagrado”.

Así, cuando las iglesias ya no tienen ninguna carga simbólica ni sagrada que ofrecer, y son sustituidos por bares; cuando el trueno ya no es la voz de un dios encolerizado, ni el rayo su proyectil vengador. Cuando ningún río contiene espíritus, ni el árbol es el principio vital del hombre. Cuando ninguna serpiente es la encarnación de la sabiduría, ni es la montaña la conexión con los dioses superiores, ni los animales tótems que reflejan nuestros instintos sagrados, entonces estamos a un paso de nuestra propia destrucción.

Los antropólogos —refiere Jung—han descrito lo que ocurre a una sociedad primitiva cuando sus valores espirituales entran en choque con la civilización industrial y moderna. Su gente pierde en sentido de la vida, su organización social se desintegra y la gente decae moralmente. Tal vez así podamos explicar por qué permitimos que una minera destruya Wirikuta, el sitio sagrado de los huicholes donde “descendieron los dioses y fueron creados los humanos”; que Chapala sea vista sólo como un depósito enorme de agua y esté en agonía; que miles de animales sean sacrificados por cazadores furtivos que persiguen sus pieles y colmillos, y tal vez eso explica que el mismo cuerpo humano, carente de cualquier sentido simbólico, y ya no más “asiento del espíritu”, sea atiborrado con alcohol y drogas.

Ya no hay tampoco “madre” tierra ni ningún “padre” cielo al que haya que respetar o adorar.

Ninguna ofrenda y beatificación son necesarias. El planeta donde vivimos es un simple depósito de materiales para la producción, y las estrellas en nada influyen en el hombre. El maíz ya no es tampoco alimento creado por los dioses para los hombres. Nos hemos librado, en efecto, de toda “superstición”. ¿Qué nos queda? Parafraseando a Dostoyevski: “Si lo sagrado ya no existe todo está permitido”.

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