Hace unos días, una caravana de cientos de centroamericanos llegó a la ciudad de Mexicali luego de atravesar la geografía nacional desde la frontera sur. Este movimiento, que es calificado como el Viacrucis Migrante, tiene como destino final los Estados Unidos, país al que pedirán asilo. El territorio mexicano es el lugar de la muerte en el que miles de centro y suramericanos se juegan la vida cada año con la única meta de escapar de la violencia y del hambre. En nuestra ciudad y muchas otras vemos a hombres, mujeres y niños que caminando o coronando los vagones de carga de Ferromex, arriesgan todo por una vida mejor.
El narrador Antonio Ortuño presentó en 2013 su novela La fila india, en la que hace de este viacrucis una metáfora tan macabra como la realidad. Cinco años después y basados en ese relato, los creadores escénicos Gabriela Escatell y Gabriel Álvarez estrenaron en el Teatro Polivalente de San Luis Potosí una pieza que da voz a personajes de la narración. La Negra, Vidal, Yein y el Bienpensante forman el corazón de una trama escénica que nos acerca a la comprensión de una actualidad sangrienta y dolorosa. Bajo la dirección de Fausto Ramírez y la asistencia general de Alejandro Mendicuti, Escatell y Álvarez exponen una parte neurálgica del fenómeno migratorio en México desarrollado por Ortuño.
La primera complejidad que la adaptación sortea con eficacia es la apuesta coral de la novela. Álvarez y Escatell rescatan nudos y personajes centrales en los que recae el peso de este relato que desearíamos imposible. Y si bien sólo están las voces y presencias de cuatro personajes, los demás aparecen como referencias que complementan los cuadros de xenofobia, complicidad, sadismo y crimen de la historia. Con apenas cuatro cajas y algunos muebles, ambos actores apoyados por la iluminación de Luis Aguilar “El Mosco” y, en menor medida, por el diseño sonoro, crean una atmósfera que empata la sordidez de una oficina federal con la del infierno en que se convierten los albergues para migrantes, las calles por las que deambulan, los hoyos negros en los que el crimen organizado opera y la sucia conciencia del Bienpensante, el personaje que más tiene por decir a la clasista sociedad mexicana.
En la progresión narrativa y de forma particular en la teatral, las transiciones de tiempo y espacio son una pieza frágil capaz de fracturar una obra completa si no se le da el trato adecuado. La fila india planteada por Ramírez y los actores da un buen ritmo que apenas se atropella en algunos de los tránsitos en los que un mismo actor cambia de voz.
El relato de Ortuño es directo, tiene la negrura del calabozo y el montaje parte de una plataforma que, si bien es oscura, habrá de cobrar densidad conforme madure en cada presentación.
El montaje inicia una trayectoria que esperamos sea larga. Sin otro apoyo que la iniciativa del director y los actores, La fila india aporta a la dinámica actual de nuestra escena el aire fresco de una literatura que posee las cualidades para migrar de lenguaje.
La Caravana Migrante llegó en fila india al límite norte. Luego de sobrevivir a un país como éste, cuya estructura social los ve como inferiores y para el que resulta un negocio criminal, ahora iniciarán otro recorrido que les obligará a formarse ante un gobierno para el que son una amenaza.