Cuando un observador reflexiona sobre lo que significa ser un ciudadano, una de las imágenes que se destaca es la de una predominante inseguridad.
El sentido de la vulnerabilidad que existe entre los ciudadanos se extiende a cada faceta de sus vidas, abarcando desde preocupaciones sobre el empleo y el cuidado de la salud, hasta percepciones que van de mal en peor sobre la degradación ambiental y la seguridad personal. Pero la realidad no sólo nos ha permitido observar con claridad la situación de indefensión en la cual se encuentran los ciudadanos frente al problema de la inseguridad, sino también constatar el divorcio entre el Estado y la sociedad.
Por ello hablamos de “seguridad del ciudadano”, aunque la frase en sí misma puede no ser utilizada en la conversación cotidiana entre la multiplicidad de los pobladores, ella refleja un sentimiento que se comprende y se expresa en niveles anecdóticos: la problemática de viajar con seguridad desde el hogar hacia el trabajo o la escuela, el temor a ser atacado en su propia residencia, una desconfianza severa en las  instituciones responsables de la seguridad pública, y el sentido de vulnerabilidad creciente contra una violencia aparentemente incontrolable, entre otras preocupaciones.