La linda pelirroja

2939

Ante todos me planto un hombre en sus cabales
Conozco la vida y sé de la muerte todo lo que un ser vivo puede
[saber
He probado los dolores y las alegrías del amor
Acerté algunas veces a imponer mis ideas
Conozco varias lenguas
He viajado bastante
Vi la guerra en la artillería y en la infantería
Herido en la cabeza trepanado bajo el cloroformo
Perdí a mis mejores amigos en la lucha espantosa
Sobre lo antiguo y lo moderno sé tanto como el que más
Y hoy sin preocuparme por esta guerra
Entre nosotros y para nosotros amigos míos
Juzgo esta larga querella entre la tradición y la invención
El Orden y la Aventura

Vosotros cuya boca está hecha a imagen de la boca de Dios
Boca que es el orden mismo
Sed indulgentes cuando comparéis
Aquéllos que fueron la perfección del orden
Con nosotros que buscamos en todas partes la aventura

No somos vuestros enemigos
Queremos daros vastos y extraños dominios
Allá el misterio en flor se ofrece al que quiere cortarlo
Allá hay fuegos nuevos de colores nunca vistos
Mil fantasmas imponderables
A los que hay que darles un cuerpo
Queremos explorar la bondad comarca inmensa donde todo se
[calla
También el tiempo que podemos expulsar o retornar
Apiadaos de nosotros que combatimos siempre en las fronteras
De lo ilimitado y por venir
Apiadaos de nuestros errores apiadaos de nuestros pecados
Ya viene el verano la estación violenta
Mi juventud se ha muerto como la primavera
Oh Sol es el tiempo de la Razón ardiente
Yo espero
Que tome al fin la forma noble y dulce
Para seguirla siempre y amarla únicamente
Ella llega y me atrae como el imán al hierro
Tiene el aire hechicero
De una adorable pelirroja

Sus cabellos son de oro se diría
Un hermoso relámpago que dura
O esas llamas que se pavonean
En las rosas de té al marchitarse

Pero reíd de mí reíd
Hombres de todas partes sobre todo gentes de aquí
Hay tantas cosas que no oso deciros
Tantas cosas que no me dejaríais decir
Tened piedad de mí.

Guillaume Apollinaire.
Versión: Octavio Paz

Selección: Filemón Hernández.

Artículo anteriorUn hambre de siglos
Artículo siguienteCulpables por omisión