La Guerra Cristera dejó profundas heridas en la sociedad mexicana y fue tema tabú por así convenir al Estado. Sin embargo, la censura no fue obstáculo para que algunos novelistas retomaran el tema e imprimieran sus puntos de vista y versiones de la historia.
La novela cristera, con menos presencia que la de la Revolución, tiene como temas centrales la guerra civil que ocurrió entre 1926 y 1929, los enfrentamientos Iglesia-Estado que le precedieron y el segundo brote armado entre 1934 y 1940, en que el gobierno acabó con muchos de los cabecillas cristeros.
La mecha que encendió el fuego fue la entrada en vigor de la Ley Calles, que buscaba limitar o eliminar la participación de las iglesias en la vida pública y sujetarlas al Estado. La iglesia católica adoptó como medida la suspensión de cultos. El repudio por parte de muchos católicos ocasionó que el 15 de agosto de 1926 estallara la guerra, la cual afectó sobre todo al centro de la república y tuvo como principal escenario las áreas rurales. Jalisco fue uno de los estados donde la lucha fue más intensa.
Wolfgang Voght, investigador de la Universidad de Guadalajara, señala que Héctor (1930) fue la primera novela cristera, la cual se caracteriza por su postura a favor de la guerra. Hubo obras posteriores que siguieron la misma tónica. Otras se distinguieron por la crítica aguda a todos los que participaron en el levantamiento o por su rechazo a éste.
Un himno fanático
—Padre, yo me alegro en extremo cuando sé que éstos (los soldados del gobierno) son derrotados; cuando sé que caen muchos heridos y muchos muertos… Yo siento gran gozo cuando los hacen añicos… ¿Eso es pecado?
—¡No hija mía, no es pecado!…
El diálogo entre Consuelo Madrigal y el padre Gabriel Arce reflejan el espíritu que alentó a Héctor, novela que el sacerdote católico David G. Ramírez firmó con el seudónimo de Jorge Gram. El autor no niega su postura procristera y su animadversión hacia el gobierno de Calles.
Una de las características de la obra de Gram es su subjetividad. El escritor y crítico José Luis Martínez calificó en 1995 a Héctor como un “himno fanático del movimiento cristero, cuyo relato llega a ser impresionante, así carezca de objetividad o quizás a causa de ello”.
A pesar de sus defectos, hace 50 años Héctor gozó de mayor popularidad que Los de abajo, de Mariano Azuela, indica Wolfgang Voght. En su obra, Gram en boca del padre Gabriel Arce esgrime argumentos de santo Tomás de Aquino, el teólogo Juan Gerson y san Agustín para justificar la guerra en contra del gobierno de Calles, al que considera un tirano.
Héctor y Consuelo Madrigal encarnan a los héroes dispuestos a perderlo todo con tal de que triunfe su causa, incluso, de llegar al martirio.
Ni pintos ni colorados
En las rancherías de los Altos sólo la miseria y el hambre extendieron sus señoríos. La guerra desató la violencia. A su paso destruyó familias, arrasó pueblos y sembró la incertidumbre. La crueldad del conflicto es descrita por José Guadalupe de Anda en Los cristeros, la guerra santa de los Altos de Jalisco (1937). La novela deja cierta amargura en el lector. El derramamiento de sangre fue inútil.
El escritor no deja títere con cabeza. De Anda evidencia cómo en nombre de Dios algunos clérigos y fieles católicos fueron capaces de cometer crímenes, pero también hizo lo mismo el Estado, en aras de salvaguardar la Constitución. “Para este autor tan malos fueron los pintos como los colorados. Por eso su obra no tuvo el reconocimiento que merecía”, reflexiona Efraín Franco, profesor investigador del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño.
El nulo apoyo que recibió el escritor por parte de gobierno e Iglesia no afectó su talento. La guerra santa es considerada por muchos críticos como la novela mejor lograda de José Guadalupe de Anda desde una perspectiva literaria, estética y estilística. Efraín Franco la equipara en calidad con Los de abajo, de Mariano Azuela.
La guerra santa tiene carácter testimonial. El escritor vivió de manera directa o indirecta los procesos políticos, militares, religiosos y culturales involucrados en la cristera. Ocupó diversos puestos de representación popular. Fue diputado en 1918 y senador por Jalisco, en 1930. “Como político sabía cuáles eran los acuerdos que se tramaban sobre y debajo de la mesa. De Anda logra plasmar de manera vívida cómo éstos influyeron en los acontecimientos”.
Trágica historia de amor
La trágica historia de amor entre Carlos Fuentes y Alba, dueño de la Hacienda del Nopal, y Carmen, tiene a Guanajuato como escenario. Fernando Robles, en La virgen de los cristeros (1934), tuvo la virtud de incluir en su obra discursos en pro y en contra del levantamiento armado. La novela muestra los excesos cometidos por los soldados de Cristo Rey, quienes no dudan en dinamitar el tren donde viaja la novia de Carlos, en el trayecto de Guadalajara a Colima.
Desecho por la tristeza, cansado de enfrentar constantemente al México bronco y despojado de sus tierras por los agraristas, Carlos decide abandonar el país en busca de un nuevo destino.
En la novela es evidente el rechazo de la guerra por parte del autor, reflejado en Carlos, su álter ego, un joven con ideas liberales. Él dice a Carmen, quien apoya a los cristeros: “Ustedes hacen una revolución con los estandartes de Cristo Rey; si triunfaran volveríamos a la dependencia de la Iglesia, y entre el vivir bajo la tiranía de bandidos con pantalón o la de bandidos con sotana, yo prefiero la de los primeros, porque siquiera es más franca, más abierta a la realidad del mundo; en cambio, la de la Iglesia es hipócrita, ruin, retardataria, enemiga del progreso y de la libertad”.
Fernando Robles refleja además las preocupaciones de los hacendados ante la política del gobierno a favor de los agraristas. El autor los pinta como personajes oportunistas, unos verdaderos bandidos sádicos y sanguinarios, respaldados por figuras de autoridad. Son ellos los villanos de la novela.
La enigmática Gabriela
El escritor ílvaro Ruiz Abreu compara el final de Pensativa (premio Lanz Duret, 1944), de Jesús Goytortúa Santos, con el de una buena novela policiaca. El suspenso en la obra se mantiene desde el principio hasta el fin.
Gabriela Infante, conocida con el sobrenombre de “Pensativa”, es una bella y enigmática mujer que vive recluida en Plan de los Tordos, una hacienda en ruinas. La acompañan hombres y mujeres con alguna discapacidad o que fueron mutilados durante la cristera. Roberto se enamora de ella, pero está empeñado en develar el misterio que la envuelve. Él no sospecha que “Pensativa” fue la implacable Generala, una de las cabecillas de los cristeros.
La postura de Goytortúa en torno a la cristera es crítica. Reconoce los excesos de los que intervinieron, pero no trata de manera equitativa a los dos bandos. Mientras se explaya en señalar el fanatismo de los cristeros y cómo los transforma en fieras, es menos explícito y extenso cuando hace referencia a la actuación de los hombres del gobierno en la guerra.
La segunda cristera y lo que
sigue
El nombre de Florencio Estrada no era desconocido para los tepehuanes de la sierra de Durango. El ranchero que bajo la bandera de Cristo Rey volvió a tomar las armas en 1934, era uno de los hombres que no admitieron los arreglos de 1929. Estrada enfrenta la desaprobación de la iglesia y del gobierno. Un juramento lo obligaba a defender su fe aun a costa de su vida.
Antonio Estrada en Rescoldo (1961) relata las vicisitudes que tuvieron que enfrentar él, su madre y sus hermanos en sus andanzas por la sierra. Decididos a seguir a Florencio, el jefe de familia, no les importó soportar el hambre, las inclemencias del clima y los peligros.
Los personajes de Antonio Estrada son ricos en matices. José Luis Martínez (1918-2007) indicaba que en la novela de Estrada “en lugar de llanto y odio, hay hechos, hombres y escenarios”.
Juan Rulfo calificó a Rescoldo como una de las cinco mejores novelas mexicanas. Efraín Franco no está de acuerdo con el criterio de Rulfo, que considera no válido para esta época.
La Guerra Cristera continuó cautivando a los escritores. Wolfgang Voght señala que a partir de la segunda mitad del siglo XX muchos tuvieron como característica la imparcialidad en torno a la cristera, ya que no estuvieron vinculados con el movimiento armado. Dos de las novelas más recientes que caben en ese esquema son La sangre llegó hasta el río (1990), de Luis Sandoval Godoy y En los vientos rumorados (2005), de Adalberto Gutiérrez. Las dos están basadas en testimonios orales.