No, no vayan a pensar que me referiré a alguna universitaria de armas tomar, sino simplemente al patronazgo de la Real Universidad, cuya constitución primera afirma:
“Ordenamos –el rey– que nuestros estudios tengan por patronos a la siempre Virgen María en el misterio de su Concepción Inmaculada, sobre cuya defensa se ha de hacer en toda recepción e incorporación de grados [académicos] el juramento que hasta ahora hemos hecho, y cuya fiesta se ha de celebrar con la solemnidad posible […]”
Por acuerdo del Claustro Pleno reunido el 20 de junio de 1793, se le imprimiría a la celebración de la Inmaculada Concepción de María, toda la solemnidad posible. En consecuencia, la Universidad anualmente echaba la casa por la ventana para celebrar a su Patrona.
Así, el domingo infraoctavo al 8 de diciembre de cada año acudirían el Rector “Bajo de mazas, y sus correspondientes insignias”, al Convento de San Francisco de Asís –actualmente en la avenida 16 de septiembre–, a traer la imagen de la Inmaculada Concepción –que ahí se encontraba–, conduciéndola en lucidísima procesión al Templo de la Universidad –hoy Biblioteca Iberoamericana–, llevándola en hombros: a la derecha el rector y a la izquierda el guardián del Convento:
“Los Colegios van por delante: después algunos religiosos de las demás comunidades que se incorporan con la nuestra [la franciscana], y todos llevan vela en mano, que la costea el Claustro, y así llegan a la Universidad, donde se cantan las vísperas, a que asisten todos, e igualmente al panegírico [predicando por supuesto un doctor con capelo y borla], que inmediatamente se sigue”.
Al día siguiente celebraban una solemne Misa, a la que asistía la comunidad universitaria en pleno y los miembros de la Orden Franciscana, y regresaba procesionalmente la imagen de la Virgen al Convento de San Francisco de Asís. Esta celebración era conforme a la practicada en las universidades hispánicas, y particularmente en la de México.
El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX declaró en Roma como dogma de fe la Inmaculada Concepción de María, por lo que de inmediato el Claustro universitario, en sesión trató la forma como deberían solemnizar la declaración dogmática; acordaron que el día que pase la imagen de la Virgen a la Iglesia de la Universidad, vaya el Muy Ilustre Claustro a recibirla al convento de San Francisco y la conduzcan en solemne procesión, con ínfulas, asistiendo el Colegio Seminario, los estudiantes de la Universidad y las escuelas de niños, tanto municipales como particulares; que haya oración latina, cuyo orador nombrará el señor rector del Seminario, siendo pronunciada en las vísperas; que la función mayor la hará la Universidad, nombrando el Claustro el orador, cuyo sermón se imprimirá y remitirá a Roma; que en la procesión de la tarde trasladen la imagen a la iglesia del Carmen, con la misma asistencia que la anterior.
También consideraron que siendo este un cuerpo literario, abrirán un certamen para que sean presentadas composiciones poéticas latinas y castellanas, prometiendo el señor deán de la Catedral, Ignacio García, dar para este objeto ochenta pesos; se dejó a la discreción del señor rector todo lo que fuera menester; por votación eligieron como orador al doctor Pedro Cobieya, y abrieron suscripción para los gastos de las solemnidades, ya que los fondos universitarios se encuentran agotados; en el acto el cancelario Pedro Barajas aportó veinte pesos y el padre Isidro Gazcón, por tener que marchar mañana hacia la capital del país dejó diez pesos.
El 10 de abril de 1855, el obispo de Guadalajara, Pedro Espinosa, recibió los documentos pontificios de la declaración dogmática de la Inmaculada Concepción de María, lo que provocó de inmediato un repique general de las campanas de los templos de la ciudad, y una reunión para darles lectura, a la cual asistieron el clero, las autoridades civiles, militares y el Claustro de la Universidad; el acto concluyó con un solemne Te Deum.
Los días siguientes hubo grandes fiestas en toda la ciudad.
En cuanto al certamen literario al que convocó el Claustro, publicaron varias poesías latinas y castellanas, entre las que destaca la intitulada “A la Madre de Dios en su Concepción Inmaculada”, debida a la inspiración del entonces joven estudiante de la Facultad de Jurisprudencia, José María Vigil.