Al promocionar la visita de Jonathan Franzen en las redes sociales, la FIL no ha olvidado mencionar la controversial portada de la revista Time en la que hace dos años su retrato apareció anotado con el epíteto: “Great american novelist”.
No se trata de la primera, la última ni la única polémica que ha hecho sonar el nombre de Franzen mucho más allá del mundo literario en inglés, pero es probablemente la que menos entendemos.
Franzen es, efectivamente, un reconocido novelista y ensayista de 53 años nacido en Illinois que narra incisivos retratos de la clase media de su país y reflexiona en sus ensayos sobre la soledad, la lectura y critica acremente lo que él considera las repercusiones negativas de la tecnología en la cultura de las letras. Y según la red social de recomendaciones de libros Goodreads, uno de los autores favoritos de quienes simpatizaban con Obama antes de las elecciones que lo han reelegido.
Es, además, una figura pública que motiva discusiones mediáticas relacionadas con el medio y el mercado literario, como las objeciones que declaró sobre la inclusión de su novela Las correcciones en la colección que recomienda la conductora de televisión Oprah Winfrey; así como su extraña relación de amistad y competencia con David Foster Wallace, quien se suicidó en 2008.
El meollo del asunto no está en la calidad literaria de su pluma, y ni siquiera en la radicalidad de sus opiniones sobre Twitter (“el medio de comunicación de la máxima irresponsabilidad”, según dijo en marzo en Tulane University), internet (de la que se priva cuando escribe) o los libros electrónicos (que ve como un signo de la corrupción del mundo, parafraseando lo que dijo y se volvió noticia en enero durante el Hay Festival de Cartagena).
Lo que revolvió a la república de las letras de nuestros vecinos del norte (y otras regiones angloparlantes) radica en que ese pie de foto lo instaló de pronto, de facto y para siempre en un lugar especial de la historia de su literatura. Porque los great american novelists son contados, y más aún: sus obras son fundacionales de la identidad de Estados Unidos. La lista incluye obras como Moby Dick, El gran Gatsby, Las uvas de la ira, Lolita (aunque Nabocov era ruso) y El guardián entre el centeno, por ejemplo.
Con todo este antecedente, la presencia de Franzen en la FIL se puede leer sin duda como la materialización de una nueva etapa de la relación entre la literatura estadounidense y la mexicana. A partir de la mitad del siglo pasado, la reformulación de nuestra literatura tuvo una gran influencia de, por ejemplo, William Faulkner (otro great american novelist). No es a nadie extraño que Rulfo aprendió de él y hay citas sueltas de Arreola señalando con su ironía de siempre las raíces en inglés de obras mexicanísimas de sus contemporáneos.
Esta influencia se extiende hasta la actualidad y también hacia el ensayo, cuyas formas más laxas y experimentales no dudan en señalar como modelos autores como Vivian Abenshushan, al mismo tiempo que la feria extiende su radio de acción y relevancia a tal rango que las ideas puedan cruzarse y ya no sólo venir. A tal grado que, si lo “american” de la great novel ha de seguir definiendo la identidad de el país vecino, por lo menos el novelist comience a darse cuenta de que nuestros novelistas pueden dialogar. Jorge Volpi, quién será su interlocutor en el evento, tiene una gran responsabilidad.
Jonathan Franzen inaugura el Salón Literario de la FIL este domingo en el Auditorio Juan Rulfo. En el programa no hay ningún otro evento del Salón Literario, por lo que podría parecer extraño que se inaugure, pero cabe precisar que ésta es una manera de referirse a las actividades literarias de la feria, divididas en varios otros pequeños festivales como el Encuentro de Cuentistas o el Salón de la Poesía, pero abarcadas todas bajo ese amplio nombre.