Las anécdotas de Ernesto Flores

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Docencia y literatura van unidas en la personalidad de Ernesto Flores (Santiago Ixcuintla, Nayarit, 1930-Guadalajara, Jalisco, 2014). No se puede quitar una sin modificar a la otra. La sala de su casa fue, durante muchos años, la mejor aula de literatura de Guadalajara. A la sombra de una colección impresionante de discos de ópera y música clásica transcurrían las horas hablando, discutiendo, analizando las obras del padre Placencia, Francisco González León o Ramón López Velarde. Quién puede olvidar las lecturas en voz de Flores de Pedro Páramo o las del Confabulario de Arreola; estos autores fueron también su pasión. Se pueden agregar otros: José Gorostiza, Pedro Salinas, Miguel Hernández, Octavio Paz, Jaime Sabines, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar.

Ernesto Flores siempre fue un investigador literario. Nadie lo recuerda sin esa actividad. Sus viajes en busca de las huellas del padre Placencia quedaron registrados en El Informador; ahí están las entrevistas, anécdotas, estudios sobre el poeta de Jalostotitlán que culminaron, puede decirse “por fin”, en un inmenso libro editado por FCE/CONACULTA. O la investigación sobre Francisco González León, exhaustiva, editada por el FCE.

Para la historia de la literatura de Jalisco quedará también su labor editorial. Bajo el sello de Coatl se publicaron —entre otros—: Las malas lenguas de Luis Sandoval Godoy y La cueva de Augusto Orea Marín. En la editorial del DBA, se citan: Campanas de la tarde de González León; El libro de Dios de Alfredo R. Placencia; El vuelo de Amalia Guerra; El hombre del búho de Enrique González Martínez. Y en la Universidad de Guadalajara: Los jardines de Francia de Enrique González Martínez.  Algunas de las revistas de las que fue director son: Coatl, Universidad de la Universidad de Guadalajara, Esfera, La muerte. Fue en Esfera donde publicó aquel número doble con los poemas no coleccionados de Francisco González León bajo el título Horas fugitivas, ahora inconseguible. Y en sus revistas siempre hubo espacio para la música. En las páginas centrales se incluyeron partituras que, con un sobretiro, servían como pequeñas plaquetas musicales.

Cubierta por este andamiaje cultural, había otra faceta de Ernesto Flores que de vez en cuando se asomaba al sol: su trabajo de poeta, su verdadero trabajo. Una característica de sus poemas es la tenue melodía, limpia, serena: “Cortaron el laurel en la plaza del pueblo./ Se llevaron su sombra como la noche a cuestas./ Aquello fue tirar de un monstruo encadenado/ como sueño que lucha arraigado al silencio.”

Un fluir agradecido bajo la pauta de la música. Incluso, en los poemas breves, el hálito de la melodía está presente: “En el poliédrico paisaje gris/ una invasión de blancos parpadea”.

La mayor parte de su poesía está reunida en los poemarios: A vuelo de pájaro, El pasado es un país desconocido, El viaje, Flores en la tarde (Edición de R.L. Fricker y traducción de Juan Hernández), Mensajes desde el olvido (dos ediciones) y Todos somos los ángeles oscuros. Quedan por recopilar algunos poemas publicados en revistas literarias. Sus cuentos los publicó con el título Nubes que pasan y los ensayos en Nuevos hallazgos.

Cuentan sus exalumnos y los más antiguos, que Flores bailaba algunos poemas en su clase de literatura en la Vocacional. Otros recuerdan la lectura de poemas con su voz grave. Con sus alumnos de la Voca tenía un Taller Literario digamos continuo, se renovaba semestre a semestre. Con los trabajos ahí escritos publicó la compilación titulada Poemas al microscopio.

Una vez un joven poeta le mostró unas décimas. Estaban en la famosa sala de su casa. Al concluir la lectura, se puso de pie y caminó cojeando con el pie derecho. Dijo: “Así están las décimas”. En otra ocasión una periodista le preguntó: “¿Esta es la sala donde todos los domingos descuartizan a los funcionarios de cultura?”; Ernesto Flores contestó: “Sí, el problema es que el lunes resucitan”.

 En su juventud estudió odontología. Años después, para cumplir con un compromiso académico fue a la Facultad por su carta de pasante. “Ernesto —le dijo la secretaria— ¿por qué hasta ahora?” Él contestó: “Disculpe la rapidez”.

En el año de 1961 ganó el Premio Jalisco de Literatura. Desde 1995 fue miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua. En 1996 se le nombró Maestro Emérito de la Universidad de Guadalajara. En el 2008 la corresponsalía Guadalajara del Seminario de Cultura Mexicana le otorgó la Medalla Alfredo R. Placencia por su trabajo de investigación sobre este poeta.

Ernesto Flores contaba anécdotas —y sabrosas— sobre los escritores y personajes de su generación. Con ellas salpimentaba sus charlas literarias y eran una invitación para la lectura y la escritura. “Me vino a visitar Alfonso de Lara Gallardo. Entró a mi casa un tanto temeroso. Extrajo de su portafolios, con cautela, una serie de dibujos a tinta. Eran unos desnudos de mujer. Alfonso, le dije, te está haciendo provecho tu casita de la barranca”.

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