Lean todo lo que les caiga en la mano

838

Cuando Ida Vitale vio en la pantalla del televisor aquella figura enjuta de cabellos revueltos, cavilando sobre literatura y arte, pensó que aquel personaje era un genio. Al aparecer el nombre de quien hablaba, leyó: “Juan José Arreola. Escritor”.  Ese momento fue uno de los que reconfirmó para la autora uruguaya que quería seguir adelante en el mundo de las letras.

Esta anécdota fue relatada por José María Espinasa, durante la conversación que sostuvo con la ganadora del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2018 en el encuentro titulado “Mil jóvenes con Ida Vitale”, en el Auditorio Juan Rulfo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Vitale relató que cuando salió de la preparatoria, en Uruguay no había facultad de humanidades. Y como no les gustaban las matemáticas, una amiga y ella tomaron una decisión: “Con esa especie de confianza en el mundo que se tiene a esa edad, resolvimos presentarnos en la embajada de México y pedir una beca. Era totalmente delirante. Estábamos un poco desesperadas por encontrar un rumbo”, relató.

Ahí las atendió un funcionario que calificó como “divertidísmo”, quien escuchó a ambas chicas y, pacientemente, les hizo ver que la Ciudad de México estaba lejos y las becas no cubrían gastos de viaje o manutención.

“Es decir. Entramos con mucha ilusión y salimos arrastrando una cola metafórica y unas orejas gachas. Volvimos y nos escribimos en Derecho, que era lo único que nos acercaba. Y a los tres años se fundó en Uruguay la facultad de humanidades y, bueno, pudimos estudiar lo que nos gustaba”.

Espinasa contextualizó que la poeta y ensayista, y también ganadora del Premio Cervantes, formó parte de lo que se conoció como la Generación del 45. Mientras autores como Octavio Paz o Pablo Neruda surgían imponentes, Vitale irrumpió “con una poesía de enorme paz interior”.

Vitale explicó a los jóvenes presentes que todos empiezan a escribir prácticamente de la misma manera: intentando hacer algo parecido a lo que realizan sus autores favoritos, y luego terminan dándose cuenta que lo que hacen al inicio no eran tan bueno.

“Hay quienes se satisfacen más pronto con lo que hacen, hay otros que conservamos la sospecha a través de los años. Si bien no rompemos, estamos por lo menos quietos en lo que ha salido ahí en el papel. Yo creo que habrá distintas maneras de empezar. Y es lo más normal. Porque es normal que uno lea algo y se sienta tentado a emularlo”.

A los jóvenes que sueñen con ser escritores, les recomendó que no se apresuren, pero tampoco se rindan.

“Pero sobre todo que lean todo lo que les caiga en la mano. Después se sabrá si era bueno o malo. A veces las recomendaciones externas no pesan. A veces nos gusta algo sin que sepamos si nos debe gustar o no, sin que tengamos un dato que nos confirme: la fama, la editorial, lo que sea. Pero sobre todo no detenernos con lo que nos guste mucho, mucho, porque ahí sí es una tentación de imitar”.

Y añadió: “Todo, en el fondo, es la vida del ser humano. No esta cosa que es una imitación de lo que se hizo antes. De los pasos que nos interesan de alguien que está cerca, o no tan cerca. La finalidad viene por sí sola, después. A veces la gente cambia de rumbo, de repente hay poetas que quizá terminan en ingenieros. O al revés”.

Artículo anteriorAcuerdo No. RG/28/2018
Artículo siguienteFalacia ad hominem