Los intentos por comprender el mundo

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En Macondo todos se sorprendían con la sabiduría y artefactos de los gitanos que año con año los visitaban, pero un buen día se convencieron de que “no eran heraldos  progreso, sino mercachifles de diversiones”. Igual ocurrió un buen día con las tesis de Tolomeo, con las vías del tomismo para demostrar la existencia de Dios, con la moral patriarcal y con la supuesta pureza de las razas.

Ante los imperativos o dictados universales de la moralidad, de la ciencia o la religión, es frecuente que con los datos de la reflexión y la experiencia personal lo establecido carezca de sentido o correspondencia. En este tenor, el mandato moral y religioso de no mentir puede sucumbir ante situaciones específicas en las que ser veraz puede conducir a revelar secretos.

El dilema se hace presente: mentir o guardar los secretos que nos fueron confiados. De manera análoga en la ciencia encontramos principios o leyes que habían sido postuladas como generales, y ocurren experiencias particulares o casos específicos que resquebrajan su supuesta universalidad. Sobre dicha cuestión, es reveladora la crisis del pitagorismo que suponía el carácter perfecto y universal de las matemáticas, así como su correspondencia en la descripción del universo.

El supuesto del famoso teorema de Pitágoras que afirma que el cuadrado de la hipotenusa de un triángulo rectángulo es el producto de la suma del cuadrado de sus catetos, resulta endeble ante un triángulo en el cual cada uno de los lados de sus catetos mide uno, ya que, de ser así, el cuadrado de la hipotenusa es dos, pero ¿Cuál es la raíz cuadrada de dos? o ¿Cuál es la cifra que corresponde a una hipotenusa que puede dibujarse y por lo tanto postularse como parte de la realidad?

La conclusión inmediata es que dado que no hay un número que represente la raíz de dos, entonces las matemáticas son limitadas en la representación del mundo o, en otras palabras, la idea de que las matemáticas tienen el potencial para describir la realidad es refutable.

Una de las formas más eficaces de lograr la refutación de una tesis universal consiste en la postulación de un caso particular ejemplar que muestre lo contrario. La idea de que “la democracia es la mejor forma de gobierno” se refuta mostrando, por lo menos, un caso en que un modelo no democrático ha dado mejores resultados; la idea de que “nunca debemos mentir” puede ser cuestionada con la presentación de un caso como el que mostrábamos al inicio, y la idea de que “la ciencia es infalible” es refutable al mostrar casos en que se demuestran sus límites.

Una actitud común en los hombres es la tendencia a encontrar principios que valgan de manera general para todos, y su manifestación más evidente la encontramos en la aspiración de la ciencia a establecer leyes universales, en las tendencias morales y estéticas que pretenden reconocer valores universales y en las actitudes religiosas que se jactan de reconocer verdades eternas. El caso de la filosofía no es la excepción, pero al tratar de encontrar esos misteriosos enunciados que permitan dar cuenta de manera general del mundo natural, social o intelectual, se ha topado con pared.

Un punto de partida del filosofar es el escepticismo; esto es, poner razonablemente en duda lo dado o lo establecido, pero si el filosofar es capaz de superar esta actitud inicial, entonces será capaz de postular una teoría alternativa que sobresalga ante las limitaciones detectadas en las teorías precedentes. El recorrido por sí mismo resulta productivo y conveniente en los intentos de comprensión del mundo; es productivo porque logra desarrollar nuevas ideas y es conveniente porque permite tener mayores certezas al enfrentarnos con la realidad. Sin embargo, las nuevas teorías filosóficas no estarán exentas de crítica y serán susceptibles de refutación ante el ofrecimiento de nuevos datos, refutación de sus principios y exposición de contraejemplos.

Las intenciones de pretender acallar una discusión científica afirmando que “Así lo dice tal o cual científico”, así como querer solventar un debate moral apelando a textos religiosos o supuestos valores universales, son recursos poco o nada confiables.

La búsqueda de certezas es un camino escabroso, expuesto a errores y susceptible a rectificaciones. Tal vez por ello, mientras siga generándose conocimiento científico, mientras sigan apareciendo nuevos retos a la moralidad y mientras el mundo siga ofreciéndosenos su rostro generatriz de incertidumbres, la reflexión filosófica seguirá ocupando un lugar central en el desarrollo de la humanidad.

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