Los primeros laureles de Solano

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Hace un año, Óscar Guillermo Solano García ganó la primera edición del concurso Whisky y Tinta que organizan la Feria Internacional del Libro (FIL) y la casa Dewar’s. Esto le valió una caja del destilado, un viaje a Escocia y la publicación de su relato ¡Digan “whisky”! en una antología que también incluye las menciones honoríficas y que circula de manera gratuita.
Meses después, ganó también el concurso convocado por el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana del Estado de Jalisco (IEyPCJ), en la categoría de Cuento policíaco. Ahora, acaba de ganar el Concurso Nacional de Relato Sergio Pitol, de la Universidad Veracruzana, bajo el pseudónimo de Julio Candelario y con el fallo del jurado calificador, integrado por Víctor Hugo Vásquez Rentería, Omar Valdés Benítez y Marco Tulio Aguilera Garramuño.
Hace un par de semanas fue a Xalapa a recibir este último premio en el marco de la Feria del Libro Universitario, en una ceremonia celebrada el 2 de octubre. Quedó encantado con las calles torcidas de la capital de Veracruz, con su calor húmedo y con la biblioteca “Carlos Fuentes”, pero no pudo conocer a Pitol. “Dicen que a veces lo ven por ahí paseando a su perro”, comenta Solano.
Estímulos económicos, engrosamiento del currículum, copas aromáticas, paisajes brumosos, viajes, ciudades nuevas, nada de esto es lo más importante para él: “Lo que más me interesa de los concursos es la publicación… cuando vi que el premio incluía que el cuento saliera en la revista La palabra y el hombre, me decidí”, dice Solano.
“Además, me gustó que el tema era libre así que me puse a trabajar en esa idea que ya tenía desde hace tiempo”, continúa. La idea era la historia de un hombre ya viejo que en el funeral de un amigo se da cuenta de que se le está acabando el tiempo. Jubilado de Ferrocarriles, hace un mapa de los amigos que todavía le quedan y emprende un viaje para saludarlos antes de que sea demasiado tarde. Bajo el título de “La última”, las acciones se desmadejan a lo largo de diez cuartillas en retrospectiva, desde un hostal en medio de la nada, a donde ha llegado ya sin dinero, sin más itinerario ni lugar a dónde volver. Entre un narrador omnisciente y un diálogo casi teatral, el cuento se parte en dos mitades que además esconden cierto misterio o paranoia.
Para Solano, el tema libre y el tema fijo tienen sus ventajas y desventajas: “La verdad es que no escribo mucho, o mejor dicho casi nunca termino lo que escribo, o me la paso corrigiendo y corrigiendo. Así que los concursos me hacen mucho bien porque me obligan a concentrar la historia y a terminar los cuentos en un cierto tiempo. Como dicen, ‘la carga hace andar al burro’”.
Con todo, los concursos no se han vuelto un modus vivendi para él, y lo duda muchísimo para solicitar una beca, sobre todo porque lo intimidan las partes del papeleo donde le preguntan la utilidad de su proyecto, el beneficio que obtendría la sociedad con ello. Dice que no sabe qué poner, que no se le ocurre nunca una respuesta adecuada. Para él la literatura es inútil y sublime.
Desde la última vez que hablamos, cuando apenas se supo del primer premio, Guillermo Solano tenía entre manos una novela, una historia que ya se sabe de memoria pero que todavía no puede acabar de empezar. Duda de la estructura, de la perspectiva, de la voz, del estilo. “Es que todavía no encuentro una manera de escribirla, como ya encontré una manera de escribir cuentos, que conforme los pongo en papel los veo completos. La diferencia es que una novela no es una anécdota, no depende de la situación sino del personaje… Por lo pronto tengo una lista de argumentos para escribir”. Por lo pronto, su narrativa queda como una promesa en busca de espacios para aparecer.

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