De Maximino Javier se suele decir con facilidad que su pintura tiene un apego por su tierra y las tradiciones de su pueblo. Sin embargo, ha dicho en entrevista para este medio que esa opinión no es sino producto de que “la gente se deja llevar por las imágenes. Pero no pinto costumbres ni tradiciones, simplemente adapto personajes que me parecen fuera de lo común, así como paisajes y texturas que he visto. Más que nada es un trabajo imaginativo, no es nada real, yo lo llamaría arte fantástico. No estoy ilustrando la realidad, ni lo he pensado ni es lo mío. A mí lo que me apasiona es imaginar mis personajes, sus situaciones, su entorno, y darles lo más posible de vida”.
Este 4 de febrero Maximino Javier llega al Museo de las Artes de la UdeG con la exposición De amor, colores y tierra, que se realiza en colaboración con la Fundación Black Coffe Gallery, la cual recorre su obra pictórica desde 1974 hasta 2012. La curaduría está a cargo de Artemio García Uribe e Hindra Medina. Cuenta con cuarenta piezas, entre óleos, gouaches, acuarelas, encáustica y técnica mixta. Esta muestra estará abierta al público hasta el 15 de mayo.
Nacido en 1948, en Valle Nacional, Oaxaca, Maximino dice sobre el hecho de que sus sujetos parezcan fuera de contexto, que “me divierto un poco tratando de distorsionar mucho a los personajes”.
¿Hay alguna temática en especial en tu obra?
Cuando entré al taller de Rufino Tamayo me regalaron un libro de Pieter Brueghel. Me sorprendió porque no había visto nada de pintura, pero dibujaba mucho, y estaba muy entusiasmado de hacer mis cosas que imaginaba, y de pronto me regalan este libro y dije: “Qué hermoso, qué fabuloso”, y me influenció por un tiempo. Él entorna a los personajes holandeses de la época medieval. Yo le varié hasta llegar a los míos, en los que hay cierta cotidianidad, pero no hay una tradición o folclorismo.
Algunos de tus cuadros y cómo interactúan sus personajes me recuerda a la vez a El Bosco, ¿es así?
Así es, también tiene que ver con él. Yo acabo de ir a Europa y estuve yendo a exposiciones, y afortunadamente pude ver El triunfo de la muerte, de Brueghel, y también El jardín de las delicias, de El Bosco. Esos cuadros que al tenerlos de frente me sorprendieron más todavía, y que soñaba con verlos.
¿Es necesario volver a los viejos maestros para seguir haciendo arte?
Definitivamente, no. Yo empecé por ese lado, pero cada quien tiene un punto de donde apoyarse para iniciar el camino de la pintura. Hay que reinventarse, y pensar que uno hace las cosas originales. Sé que bajo el sol no hay nada original, pero uno trata de serlo.
¿En las escuelas se pretende que los artistas sean más originales y no tanto académicos?
No está peleado buscar lo original y tener una base académica, eso es ideal. Pero al seguir el rumbo, poco a poco cada quien agarra su camino para desenvolverse.
Se dice que tu paleta de colores tiene que ver con cuestiones de daltonismo, ¿es así o hay otra razón?
De hecho, sí soy daltónico, casi en el último grado. Para saber qué colores tengo me apoyo en las personas que tengo cerca, preguntándoles cuáles son, o si no a través de los nombres que vienen en los tubo de los colores. Pero si no tengo esas opciones, estoy completamente desorientado y ciego para pintar, y a la vez mucho tiene que ver mi intuición para hacerlo.
¿Tus colores le dan un sello especial a tus pinturas?
Recuerdo mucho cuando el maestro Tamayo decía que uno no debe disponer colores chillantes junto a uno apagado, así que basándome en eso trato de tener un color que se conjugue siempre dentro del cuadro, que no se dispare uno más que el otro.
¿Se puede decir que en tus cuadros hay una recurrencia por la fiesta o el carnaval?
Para nada, simplemente trato de darle alegría al cuadro, que mis personajes no estén pensativos, sino que estén en constante movimiento.
¿Hay una técnica que prefieras para pintar?
No. Yo he descubierto mi propia técnica, casi no tengo academia, entonces he hecho mi sistema de pintar, de acuerdo también con lo que veo en otros.
¿Pero con algún formato en especial?
Yo pinté mucha acuarela y goauche. Últimamente lo he dejado, porque siento que el óleo me ha dado un paso más largo para donde quiero llegar, hay más audacia para buscar coloridos o texturas, o superficies donde haya menos personajes. También hago mucho grabado y litografía, pero mi favorito es pintar al óleo.
En todos estos años que tienes creando, ¿tu pintura ha ido cambiando?
Sí. Ahora me tardo más en pintar un cuadro, porque hay más conciencia de cuándo ya está elaborado. Antes andaba con el sueño de exponer aquí o allá, y lo hacía tres o cuatro veces al año. Tenía que pintar mucho. No me detenía demasiado en lo que estaba haciendo, y ahora sí, y el resultado ha sido diferente.
¿Cuáles son las motivaciones que tienes para pintar?
Siempre estoy pensando que pinto para mí. Que ese cuadro quisiera yo tenerlo colgado en la cabecera de mi cama, o en frente de mí, para disfrutarlo. Y si es para mí, trato de que posea lo que considero que debe reunir una obra, en lo estético.
¿Lo haces por puro goce o hay alguna intención política o social en tu trabajo?
Sí, es sólo por gusto, me emociona pintar. Pero nunca trato de mezclar la política con mi trabajo. Hubo una época en los años ochenta cuando ponía en mis pinturas letreritos sobre lo que yo pensaba en ese tiempo acerca de la política que se estaba desarrollando en varias partes del planeta. Fue una pequeña intención, pero decidí no mezclar cosas, porque lo que trato de mostrar es lo que siento; sacar mi mundo.
¿Quieres que el público pueda sentir lo mismo que tú al pintar?
No. Lo que quiero es que a la gente le guste mi trabajo. Ésa es la verdadera intención de un cuadro. Eso me complace.