La primera amenaza que enfrentan las fincas de valor patrimonial es el tiempo; la segunda, el olvido. Lugares que en su momento fueron casas habitación de familias acomodadas y hasta teatros o cines, quedaron abandonados y el paso de los años se las ha ido comiendo. Entre las construcciones se aprecia la arquitectura de personajes ilustres como Jacobo Gálvez o Luis Barragán, que construían los inmuebles en colonias como la Moderna, la Americana, Lafayette y que dieron ese carisma a la Guadalajara que renacía con bríos nuevos en el siglo XX.
Ahora muchas fincas están abandonadas, como la Casa Castiello, construida en 1910, cuyo verdugo son las lluvias. Fue el lugar donde vivió el doctor Ramón Garibay, conocido como “el doctor Penicilina”, pues se dice que fue el primero en traerla a la ciudad. De este tipo, otras tantas se han rescatado como museos, y hay unas más que sólo conservan la carátula de inmueble, mientras en sus entrañas existe un vacío que se rellena con autos: estas últimas se utilizan de estacionamientos.
¿Por qué siempre las que sufren demoliciones totales o parciales son las fincas de valor artístico o patrimonial?, se cuestiona Mónica del Arenal, directora del Museo de la Ciudad, quien cuenta con estudios en restauración de monumentos de arquitectura, pues dice que hay otras fincas “viejas” que no tienen ese valor y son las que pueden ser demolidas para la construcción de nuevos espacios de vivienda.
De acuerdo a una catálogo que realizó el propio Museo de la Ciudad, tan sólo en el polígono que comprende de la zona de los Arcos hasta la Calzada Independencia, se encuentran un aproximado de 800 fincas, de las que la mayoría no tiene ningún cuidado y están en condiciones de demolición.
El problema es que no hay una ley que las proteja, declara Arenal, ya que la mayoría fueron construidas después de 1900 y quien se debe responsabilizar de su conservación en el INBA, puesto que no se consideran históricas para que el INAH interceda, sino que son artísticas, pero como muchas aún tienen dueño, terminan siguiendo el destino que la demanda exige, que es realizar estacionamientos en el centro, o el abandono en otras zonas.
Añade que un ejemplo evidente es el Cine Cuauhtémoc, que contaba con rasgos de arquitectura de los años veinte, denominado neoindigenismo, “con pinceladas nacionalistas”, que ha seguido ese mismo camino, llenándose de coches.
Como posible solución a ese abandono, sugiere que se conozca la ciudad, “finalmente es un rezago cultural, el no utilizar la bicicleta, el no caminar”, que lleva a que no se conozcan estos sitios culturales.
“La postura que yo tengo frente al tema del patrimonio, no es convertir en museos las casas patrimoniales, ni darles usos exclusivos del tipo cultural, casi casi sin tocarlos, no creo que sean intocables, creo que sí se pueden adaptar a condiciones actuales o más bien a necesidades actuales”.
David Zárate, del Departamento de Proyectos arquitectónicos del CUAAD, comenta que el valor de estas fincas va más allá de lo cultural y de lo turístico, pues el preservar en buen estado las casas, da identidad a los ciudadanos, por la referencia que hacen al pasado, pero por otro lado “es un patrimonio ya edificado que puede ser útil”.
Concluye que cualquier acción de concientizar es buena, sin embargo “necesitamos una nueva generación en la que inculquemos un cambio de mentalidad en los niños, que sean educados con el principio del respeto al patrimonio, no por lo romántico, sino por el hecho de lo práctico que puede ser el tener estos edificios; tan sólo imaginemos: ¿Cuánto nos puede costar construirlos?, entonces derribarlos no tendría ningún sentido”.