¿Para quiénes están hechas las ciudades? ¿Quién fue primero, el ciudadano o el automovilista? ¿Acaso vale más un automovilista que un peatón?
Me hago estas preguntas cada vez que veo cómo un automovilista invade de manera valemadrista la zona peatonal en las esquinas o estaciona su vehículo en la acera, sin importarle que una persona deba bajar de la banqueta para continuar su camino y con esto arriesgue su integridad física.
El lunes 25 de julio, cuando me dirigía a mi escuela, ubicada en Hidalgo y Juan N. Cumplido, el centro estaba hecho un caos, pues había una manifestación. El paso vehicular en varias calles estaba parcialmente cerrado.
Al caminar por Hidalgo intenté cruzar por la línea peatonal de Federalismo. Ante los ojos de tres ciclopolicías de tránsito y deleite de los transeúntes, tuve que hacer una faena pamplonesca para no ser investido por los vacunos (sí, aunque ustedes no lo crean, esta especie no solo alude al transporte público, sino también a los particulares), quienes parece que sienten odio contra los que osamos cruzar frente a ellos, y más si es por la línea destinada para esto.
Cuando se detuvo la estampida, pregunté al más adelantado de los vacunos, uno que conducía un golf rojo, ¿por qué no respetaba el paso peatonal?, y le que pregunté si nunca caminaba por las calles. Por respuesta recibí una soberbia mentada de madre y otra pregunta: ¿Y tú quién eres, pend…?
Como peatón y ciclista puedo decir que esto ocurre con frecuencia. Día con día, quienes no tenemos la “suerte” de poseer carro, nos vemos forzados a practicar el deporte extremo cuando salimos a la calle, y más si hay que ir a un lugar donde abundan los embotellamientos.
La solución no es construir mega-obras, pasos a desnivel o establecer operativos para detener a los veloces automovilistas, sino tener conciencia de que somos iguales, de manera que no por conducir un carro eres dueño de la vía pública, y que lo mejor, sin duda, es que todos tengamos una educación vial.
Sergio Macías Aguayo,
estudiante de la UdeG.