Dos especialistas en arte: una restauradora y un profesor de estética y comunicación, coincidieron en que los murales elaborados por graffiteros en las bardas de la ciudad, tienen cualidades artísticas, aunque para elaborarlos a veces haya necesidad de pintar y correr.
Según el pintor y profesor del Departamento de Artes Plásticas, de la UdeG, Carlos Haro, la obra de arte nace en un contexto que le da significado. El graffiti “puede tener ese grado de representatividad o expresión creativa elevada”.
La restauradora Daniela Carreón, egresada de la Escuela nacional de restauración, conservación y museografía, dice que el graffiti puede ser considerado una obra artística, porque es producto de una concepción ideológica. “Lo que hacen los chavos es comunicar una idea, y algunos no efectúan esto con simples rayones. Siempre que sea una identidad cultural, es válido identificarla como obra artística”.
“Báxter”, un morro con menos de 20 años, comenzó a pintar paredes desde su época de secundaria. Desde que inició con el “muralismo graffitero”, las tendencias y técnicas han evolucionado, de manera “que puedes tener mayor realismo en tu dibujo”.
Las técnicas más usuales en la realización de un mural son “relleno rápido” y “medio dedo”. La primera es para abarcar el mayor espacio posible con pintura; la segunda, para delinear. Aunque para cada estilo “necesitas diferentes formas de agarrar la lata de aerosol. Hay unas que sirven para salpicar en chorro, en chispitas o para hacer difuminaciones”, según sea el caso.
Las técnicas son aquello que integra al graffiti en los géneros del arte plástico, explicó Héctor Haro.
“El graffiti es un mecanismo de expresión repentino y espontáneo, como podría ser un modo de pintura mural crítico, utilizado en Chile y Argentina, en la época de los regímenes militares, cuando era pintar y correr. Estos graffitis sudamericanos no tenían un acabado detallado o elaborado, porque estaban hechos para pintar y correr”.
Si destinaran espacios adecuados, los artistas tendrían más tiempo para planear y ejecutar sus obras.
La calle es de la gente
“Báxter” ha pintado siete murales en la zona metropolitana de Guadalajara. Jamás ha huido de la policía. Tiene obras en bardas de la calzada Independencia y cerca de la carretera a Tesistán. En todos los proyectos llevó a los dueños de las casas o bardas un dibujo previo. Le concedieron el espacio.
“En muchas ocasiones lo más recomendable es pedir permiso, o sea, solicitar la barda a los mismos propietarios; buscar casas que estén arrumbadas, pero en una buena avenida, en una buena calle, para que puedas expresar.
“Muchos pintan al aventón, pero cuando trabajas así, lo haces con miedo. Igual y no te quedan bien. Lo haces mal y nada más manchas tu ciudad, por no tener un permiso y estar presionado. Con permiso lo realizas más tranquilo y consciente, o sea, presentas lo que quieres plasmar en esa barda”.
Las calles son de la gente que las habita. Muchos hacen por apropiarse de estas: publicistas, industriales, empresarios, políticos, policías y, a veces, la gente. Las bardas también están en disputa. Están ahí las guerras de bandas (musicales) y los siempre presentes partidos políticos.
En franca contestación a la territorialidad limítrofe, los graffiteros dejan su huella. Unos solo ponen algún nombre que los identifica, pero otros crean arte.
“Si lo respaldan”, apuntó el artista y profesor Carlos Haro, “el graffiti puede ser considerado una obra útil para embellecer la ciudad, en vez de degradarla, por la manera y rapidez con que están decoradas”.
“Esa donación de bardas sería magnífica, porque vendría a adornar la ciudad y darle un fuerte carácter artístico y decorativo”.
Las bardas pintadas con un sentido estético desarrollado (más colorido y cuidado en el acabado) son respetadas por los demás graffiteros, como ocurre con el extenso mural del panteón de Mezquitán, en avenida Federalismo.
“Es una especie de ética entre artistas”, precisó Carlos Haro. “Son personas civilizadas, que aprecian el arte y sus cualidades”.
“Báxter” lo comprueba: “Nunca he rayado la barda de otro. Nosotros respetamos, porque queremos que nos tomen más en cuenta. O sea, para qué manchamos algo que se ve bien, si lo que queremos es que nos den más espacio”.
O por ejemplo, el graffitero mexicano y dueño del espacio en internet www.closerart.blogspot.com, escribió en el primer plano de su página el texto siguiente: “Al hacer un graffiti me dirijo a las personas ke lo ven les digo algo no solo escribo kosas o hago garabatos, es mas no represento un barrio… al hacer un graffiti me siento bien, a la vez ke soi tachado de vandalo o delincuente mi satisfaccion es ke lo hice i me gusto a mi… Al hacer un graff pienso ke mis ideas son tomadas en kuenta, pienso ke la kompetencia ke tengo es kontra mi mismo en mejorar lo ke a mi estilo le hace falta… al hacer un graffiti me inspiro en lo ke me da y kita la vida, lo ke nos afecta y lo ke nos hace mejores… y kuando hago un graffiti cierro mi alma y abro mi mente… i’m closer”.
No juegas
“Un mural tiene que ser de gran expresión, masivo”. Es un arte enteramente social, en el cual no entran las instituciones, declaró la restauradora Daniela Carreón, originaria de la ciudad de México.
“El graffiti es una forma de arte alternativo, que surge desde la propia sociedad. Si los gobiernos lo patrocinaran, lo conducirían al proceso que experimentó el movimiento muralista mexicano: teníamos un discurso nacionalista marcado, pero en cierto momento todos los muralistas pintaban lo mismo. Esto menguó en la gente. A las instituciones ya no les interesaba patrocinarlo, verlo o promoverlo. Es un riesgo que puede correr el graffiti”.
Ya no son los tiempos del muralismo mexicano, sin embargo, los que ahora restaura Daniela Carreón son, igual que los murales de graffiti, “obras de crítica social, de mucha conciencia acerca de la identidad, que suceden en otra etapa. El lenguaje es el que cambia”.
“Tal vez en 10 años ya estemos restaurando graffiti”.