Piratas doncellas y un marrano converso

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Aterradoras bestias nocturnas, tiples con peligrosos escotes, demonios lascivos con encendidas erecciones y la Corte de Isabel y Fernando; todos ellos llegaron a los teatros de Guadalajara para mostrar otra cara de Castilla y León. Teatro Corsario fue el representante de las artes escénicas de la región invitada en la XXIV edición de la FIL. Los montajes La Barraca de Colón y Aullidos fueron, sin duda, de los mejores eventos que enmarcaron la gran fiesta de los libros dedicada a nuestra lengua.

Colón, el más burlado de la corte
Cristóbal Colón no es la figura de metal que apunta con el índice la tierra avistada, tampoco hace descansar con un gesto elegante su mano sobre un globo terráqueo, no lleva pieles ni lustrados zapatos, en fin, Colón dejó los pedestales de piedra que lo ensalzan para mostrar su cara pintarrajeada de actor itinerante. Teatro Corsario trajo de Castilla y León a un Colón distinto, uno que contrasta notablemente con la egregia figura que sostiene la historia oficial. La Barraca de Colón, obra original de Fernando Urdiales, quien es además el director escénico, utiliza el humor ácido para desmitificar al hombre de ciencia, al visionario, al magnífico almirante y crucificarlo literalmente a partir de su propia historia, de aquello que de la vida de Colón se omite o se matiza en los libros.
El miércoles pasado el telón del Teatro Diana se abrió para dejar ver a una divertida troupe de artistas que presentó la que llaman la auténtica historia de Cristóbal Colón. En las voces de Juan Zumbado, anfitrión de la troupe y de su grupo de contorsionistas, magos y payasos, la aventura náutica del inmortalizado almirante se olvidó de heroicas narraciones con sextante, para regresarle a Colón su carácter de mortal. Isabel de Castilla es una cirquera que camina sobre una esfera, la redondez del globo terráqueo es su trono, el que sostuvo gracias a la devastación del Nuevo Mundo. Colón se presenta ante la rigidez de una corte de cartón, empobrecida y ridícula para solicitar apoyo a su empresa, mientras lo hace las tiples cantan: “Este es el charlatán que nos vende un mundo nuevo, ay, cómo huele a marrano converso, cómo huele por delante y por reverso”. Una y otra vez se seguirá escuchando el grito de “¡Marrano converso!” dedicado al ¿genovés?, al ¿portugués?, a quien Teatro Corsario muestra como el gran perdedor cuyo fracaso atravesó el Atlántico. El glorioso proyecto de poder que imaginó el navegante se deshizo en pésimas negociaciones y tramposos documentos que firmó a la corte. La reinterpretación histórica de Urdiales horada la piedra del personaje hecho estatua, la atraviesa al revelar el cuestionable negocio de Isabel de Castilla, quien en la puesta, montó tanto a Colón como a Fernando. Las ambiciones y la miopía llevaron a Colón a un empobrecido lecho de muerte, al olvido al que lo marginaron sus socios mientras se enriquecían. No hay víctimas ni victimarios, sino un conjunto de hombres y mujeres obscenos que se regodean en las perversiones del poder. La Iglesia, la Corona, los políticos de hoy y los serviles de siempre están atrás de las prestidigitaciones del mago, de la mujer de goma, del militar tuerto que representa a un Colón alucinado, crucificado en el mástil de una de sus carabelas, mientras payasos brechtianos como aves de rapiña le quitan una a una sus esperanzas de gloria. Vespucio, quien sí era italiano y cartógrafo, le robará a Colón uno de los más ansiados honores, la auténtica inmortalidad que da el nombre. Uno de los momentos más divertidos de la obra ocurre cuando agonizante, Colón enloquece con la visión de un carnaval de sombrerudos y trenzudas, que vestidos con sarapes, le cantan en un español de ajúas y ándales para solicitarle papeles.
El personaje de la historia oficial es un hombre egregio, capitán general y gobernador de nuevas tierras, sin embargo, en el montaje de la troupe no es sino un corsario, un mendigo, un apátrida y un gran farsante. Su funeral ocurre en un irreverente y perverso musical de vodevil que hace caer el telón una vez que Popocho y Popochi, con sus rojas narices, ponen en subasta la tétrica mercancía de los huesos de Colón, el hombre más burlado de la corte. Un fantástico cierre para un espectáculo de gran valor artístico. Intencionalmente ridículo, el montaje posee una extravagancia efectiva que el espectador disfruta y agradece.

Los aullidos de Talía
La misteriosa canción de la noche acompaña a una mujer que borda. Las sádicas risas de Lucifer la sorprenden. Luego todo es sexo, los enrojecidos genitales de dos demonios enfurecen y se deleitan con el cuerpo de la agonizante dama. Un testigo, un hombre investido con la mitra arzobispal observa la orgía, apenas concluye el ultraje, la mujer muere sentenciada por la Inquisición. Esa mujer se convertirá en fantasma para acompañar la orfandad en la que ha dejado a Talía, su pequeña. Este es el singular principio de una historia de hadas, del juego de besos y encantamientos con los que no se duerme a los niños, sino los que nos hacen despertar a la vida adulta. Teatro Corsario nos recuerda que los adultos necesitamos cuentos, que nunca dejamos de contárnoslos y para hacerlo recurre a las marionetas. El viernes 3 y el sábado 4 de diciembre el Teatro Experimental acogió la propuesta original de la relación clásica entre Cupido y Psique que se inmortalizara a través del folclor europeo y la literatura dedicada a los niños. Ahora una mujer duerme bajo el hechizo de una aguja, duerme desnuda en la magia del fondo del mar, entre peces que la penetran y la gozan, entre los juegos lésbicos de una sirena. Talía descansará hasta que su gran amor convertido en bestia le regale el más violento y deleitoso despertar.
La interpretación de los actores que manipulan a las marionetas de tamaño casi natural, demuestra maestría en la técnica. Nos regalan el asombro en cada escena, en cada cuadro. Como en la relación sexual, el montaje va de la sutileza del beso que el lactante da al pezón, a la crueldad excesiva de una penetración animal. La puesta es extraordinaria, la historia da un vuelco a las infantilizadas postales de princesas que se satisfacen cantando para evocar a príncipes afeminados. Talía no busca la ligereza del vuelo de falda que guarda el vals, Talía hace aullar a la bestia que enamora. Jesús Peña, quien actuara en la Barraca de Colón, es autor y director de Aullidos, está al frente de Teresa Lázaro, Olga Mansilla, Sergio Reques e Iñaki Zaldúa quienes en ningún momento dejan ver su presencia, no sólo por el dominio técnico, sino también por el logrado trabajo de iluminación a cargo de Javier Martín, quien consigue unos cortes de luz de precisión casi quirúrgica, indispensables para este teatro.
La protagonista es una doncella que no lo es, una rubia voyerista que goza observando los encabalgamientos de una duquesa y un rey embriagado. Talía duerme abierta y lista para el tacto de la bestia. El príncipe es un jovencito precoz que besa usando la lengua, que disfruta de la vida propia que parece tener su falo.
Teatro Corsario nos trajo una escena castellana valiosa, una propuesta estética atractiva que cambia el centro de gravedad de la historia y de lo que aceptamos como real, para sacudirnos con ácidas críticas y composiciones visuales de embeleso.

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