En un intento inicial por capacitar a las madres de familia de la comunidad de Cuzalapa, en la reserva de la biosfera Sierra de Manantlán, para mejorar el nivel de alimentación de sus familias, la Universidad de Guadalajara, por medio del Laboratorio de Desarrollo Comunitario, del Departamento de Ecología y Recursos Naturales, del CUCSur, ofreció cursos de formación para el procesamiento de alimentos.
Actualmente la articulación con Equilibrum Form, una organización latinoamericana sin fines de lucro dedicada a la enseñanza, ofrece capacitaciones para la implementación de tecnologías apropiadas para la agricultura orgánica, que han ayudado a producir recursos suficientes, no sólo para la subsistencia familiar, sino para el comercio, lo que da vida al proyecto Color de la Tierra.
“Se formó en 2001, con la intención de crear un conjunto de mujeres que pudieran enriquecer la calidad de su dieta. Después, cuando empezaron a formarse como grupo constituido, surgieron otras variables importantes, como la organización social, la capacitación y el empoderamiento como mujeres. Ellas empezaron a comercializar sus productos en la Costa Sur y se dieron cuenta de que eran valorados por turistas extranjeros —principalmente de Estados Unidos y Europa—, que se llevaban kilos de café de la región y después volvían por más”, explica Víctor Villalvazo López, profesor del Centro Universitario de la Costa Sur (CUCSur), quien participa como capacitador en el proyecto, para promover una mayor eficiencia en los antiguos procesos de producción y comercialización de alimentos.
Entre los recursos que aprovechan para la producción de alimentos procesados están “los que tienen en su comunidad, tales como el café arábigo, la miel, el café Cuzalapa, capulines, parotas, semillas de calabaza, frutas silvestres, como guayabillas, y la semilla del mojote del árbol del Ramón, al que le llamaban el pan de los mayas, que es una semilla altamente nutritiva”, comenta Villalvazo López.
El proyecto considera la preparación para el desarrollo de ecoturismo o turismo campesino, como una alternativa para aquellos que disfrutan de la naturaleza, de valorar la riqueza del paisaje y la necesidad de la conservación de los recursos que fungen como sustento para familias enteras en la comunidad.
Color de la Tierra se ha convertido en una marca reconocida gracias al esfuerzo conjunto de sociedad, universidad y organizaciones no gubernamentales, lo que representa una venta artesanal de productos campesinos y que no obedece a un modelo de exportaciones a gran escala, sino que “intenta, precisamente, desbaratar esa lógica del modelo económico neoliberal, porque al final ese modelo es el que está arruinando los recursos naturales y las estrategias locales. Intentamos promover el aprovechamiento de recursos orgánicos que fortalezcan una economía familiar rural, que ayude a conservar los recursos naturales. ¿No es ese el eje central de la política ambiental?”, interroga el académico.
El establecimiento de este tipo de proyectos como un modelo de alimentación sana, en el que es posible que grupos organizados tengan alimento suficiente en medio de una extendida crisis alimentaria de comida chatarra, es uno de los logros de una visión de sustentabilidad y empoderamiento de las comunidades rurales, en las que “creemos que es posible la dualidad ‘conservación y desarrollo’, sin tener que pensar que las personas que están dentro de los ecosistemas los dañan, sino al contrario. La intención es reforzar esas capacidades de desarrollo, con el objetivo de generar modelos alternativos sustentables”, señala Villalvazo López, quien considera que este tipo de organización está comenzando a constituirse como “un rasgo definitorio de la identidad de la región”.