Retratos sin rostro

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Algunas historias necesitan ser contadas. La historia de un México desgastado por la inseguridad, el crimen organizado y la inconsistencia de los procesos legales para resolver los estragos de una bola de nieve que parece no detenerse, han sido discutidos y explicados  en más de una ocasión por la prensa nacional e internacional en los últimos años. Pero las voces de quienes se han convertido involuntariamente en parte de un proceso que los aglutina sin rostro ni nombre, permanecen todavía perdidas en el anonimato, casi silenciadas. De los desaparecidos, el eufemismo que encierra una búsqueda interminable plagada de expectativas casi nulas, en un contexto de crimen organizado que relega a los más de 26 mil ausentes como un efecto inexplicable y colateral de una guerra que no parece tener fin, sólo sabemos aquello que cuentan de ellos sus familiares.

De esta historia se ocupa Retratos de una búsqueda, documental tapatío dirigido por Alicia Calderón, realizadora y periodista, quien tras dar seguimiento a las manifestaciones en protesta contra lo que en el sexenio del ex presidente Felipe Calderón Hinojosa se denominó “la guerra contra el narcotráfico”, se percató de que la mayoría eran madres de personas —de distintas edades, estrato económico y regiones— que simplemente habían desaparecido. 2010 era todavía un momento en que los medios de comunicación “estábamos más enfocados en el tema de hacer cuentas sobre cuántos eran los asesinados”, comenta Calderón “así que yo quise hablar de la otra parte. No es un documental para explicar el fenómeno de la desaparición en México, no tiene ese tono, sino que se enfoca en las historias de las madres y la complejidad que enfrentan en este país para emprender su búsqueda. Tratamos de quitar el estigma de ‘los desaparecidos’, pues no nos interesa si alguien es o no criminal, si andaba metido en algo turbio, si tiene o no nexos con el crimen organizado, sino el hecho de que son muchos de quienes no sabemos dónde están y tenemos el derecho a saber”.

Las primeras filmaciones se realizaron en 2011, tratando de atestiguar a través de la lente de la cámara el peregrinar de las madres en busca de sus hijos. La situación era apremiante y hacer cine en México no es cosa fácil, por lo que sentarse a esperar recursos y apoyos habría supuesto un retraso probablemente irremediable. La directora decidió empezar con cámaras prestadas y prescindiendo de procesos que más tarde harían mucha falta, pues como ella misma confiesa, ello propició que el inicio del proyecto fuera totalmente amateur. La participación de Karla Uribe, como productora y Dalia Huerta, como directora de fotografía, ambas con una experiencia audiovisual profesional bien fincada en el ámbito nacional, dieron al proyecto una fuerza que propició una producción paulatinamente más especializada.

“El tema nos atrapó. Pues no sólo se trataba de hacer un documental, sino de abordar una problemática muy fuerte de derechos humanos. Pero cuando no tienes los recursos, la producción se convierte en un trabajo hormiga. Llegamos a la conclusión de que era importante tener un primer corto editado para buscar recursos para la postproducción que es costosa, porque estábamos convencidas de que valía la pena contar esta historia lo más pronto posible en un país donde podríamos haber tardado más de cinco años en concluir el trabajo” explica Karla Uribe. La organización de un crowdfounding y el trabajo solidario de quienes se sumaron a la causa, como Juan Manuel Figueroa en la edición, Pedro de la Garza en la postproducción, o Mario Osuna en la composición de la música original —un lujo poco común en la cinematografía nacional— hizo posible presentar un proyecto mayor de lo que prometían las expectativas iniciales y del que IMCINE se convertiría en un importante financiador.

El proceso implicó, además de los retos propios del documental, en el que la logística y el plan de rodaje son apenas posibles en pos de privilegiar la inmediatez de la realidad, la dependencia a una circunstancia social y políticamente compleja “nos unimos a la Caravana por la Paz hacia Washington y ahí pudimos dar seguimiento a una de las madres, la única que logró hacer investigar su caso por el FBI ante la desconfianza que le generaban los reportes forenses del gobierno mexicano. Pero también fueron las circunstancias de inseguridad en ciertas zonas de Michoacán las que nos impidieron abordar el caso de María Herrera, madre con 4 hijos desaparecidos en la pequeña comunidad de Pajacuarán, pues implicaba un gran riesgo siquiera ir a visitarla” comparte Calderón.

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