“Vale la pena irse”, recalca Rodrigo Aguilar, estudiante del octavo semestre de medicina en el Centro Universitario de Ciencias de la Salud (CUCS), cada vez que recuerda su estancia por seis meses en Tí¼bingen, Alemania.
Desde que entró a la UdeG sabía cuál sería su destino en la Unión Europea. Al llegar al sexto semestre en el calendario oficial de esta casa de estudios, tomó el avión: Guadalajara-México-Atlanta-Frankfurt. De ahí, en trenecito hasta el pequeño pueblo de 80 mil habitantes; 25 mil de ellos, estudiantes.
Cuenta que fue fácil irse por medio de la UdeG. Llenó la hoja de requisitos en el Departamento de becas, del CUCS, y a la semana le habían resuelto su situación: un semestre en la universidad del pueblo alemán.
Cuando fue a solicitar el intercambio, le dijeron: “hay un montón de becas para Alemania; nada más que nadie las pide”. Precisamente para la universidad que eligió, las posibilidades eran mayores, y los trámites más rápidos, por el convenio que posee la Universidad de Guadalajara con la de Tí¼bingen.
Un castillo en medio de la naturaleza y un lago. Frío, mucho frío.
Rodrigo comenta que no existen muchas diferencias entre el nivel académico de “allá” y el de “acá”. Los alemanes, dice, usan más la tecnología: un maestro entra al quirófano a realizar un parto –lo cual es una maravilla, aclara, pues hay pocos embarazos–, y el estudiante lo observa a través del video en un aula. Sin embargo, la relación maestro alumno que se da en México resulta muy diferente de la alemana: “allá, los maestros dan las clases y se van”.
En esos seis meses Rodrigo asistió a clases de neurología, ginecología, técnicas quirúrgicas y medicina paliativa; convivió con italianos, y probó el kebap, una comida turca –el equivalente al pastor mexicano–, la cual extraña todavía.
Rodrigo ya tiene en mente otros destinos al terminar la carrera: Estados Unidos, si decide especializarse en cirugía plástica, o Alemania de nuevo, si opta por traumatología. Es que son “los mejores” en ese campo.