La visita del presidente chileno Salvador Allende a nuestro país y nuestra Universidad ocurrió en un contexto singular. En América Latina existía una efervescencia social que debatía, resistía, combatía y en el caso de Chile, era gobernada desde una perspectiva basada en preceptos marxistas. La discusión en torno a los medios para alcanzar el cambio social se nutría de diversas fuentes: la guerra de guerrillas del insigne comandante “Che” Guevara, la “línea de masas” ensayada en China, el “foquismo guerrillero” usado en Vietnam, la vía electoral impulsada por partidos identificados con la izquierda “moderna” de la Europa occidental, el autoritarismo del bloque soviético y los regímenes de Europa del este.
En México el “revolucionario” partido instalado en el poder se reconocía como popular y socialista. Sin embargo, su postura ideológica partía de una concepción retórica, corporativa y dictatorialmente equivocada del socialismo, desencaminada de los preceptos de libertad política, democracia, participación social y compromiso internacional que retroalimentaban la construcción del socialismo. El gobierno mesiánico que descendía de la jerarquía “revolucionaria” erigida por el régimen lo mismo recibía a Salvador Allende con la mano izquierda, que asesinaba a opositores políticos y golpeaba el movimiento popular y democrático con la derecha.
Allende representa, desde mi punto de vista, una experiencia innegablemente histórica y política que dejó una honda huella en los movimientos populares y de izquierda en América Latina. Incluso, cabría imaginar que también en otros lugares, como ífrica y el sureste asiático.
El líder chileno muestra el camino para construir un partido político y una plataforma ideológica identificada con la izquierda, que sin embargo era capaz de encontrarse con sectores pensantes de la iglesia, fuerzas leales del ejército (aun cuando a última hora no lo fueron tanto), el empresariado chileno y el movimiento popular que hizo posible el triunfo en las urnas de Unidad Popular, con el que la izquierda conquistó una parte de la utopía.
Después del triunfo vendría el proceso social y político que guiaría al Estado chileno en la construcción de una democracia donde los valores éticos y las decisiones políticas confluyesen en la legitimidad que la voluntad popular otorga a los gobiernos mediante el sufragio, para edificar una sociedad más igualitaria y justa.
Ahora, 32 años después del discurso de Allende en la Universidad de Guadalajara (2 de diciembre de 1972), la realidad no ha cambiado mucho. Se han ensayado diversas opciones: el gobierno sandinista en Nicaragua relevado por una democracia platanera, el populismo de Perón en Argentina –sumida hoy en una crisis gracias a las mentiras y engaños progresistas de Menem–, el movimiento popular que llevó a Lula al poder en Brasil y los escándalos de corrupción que lo aquejan hoy, la coalición electoral con la que Tabaré Vázquez triunfó en Uruguay con un planteamiento de izquierda, la iniciativas bolivarianas del mesiánico Hugo Chávez y los intentos de la izquierda partidocrática por encontrarse a sí misma.
Los problemas enunciados por Allende continúan vigentes, no así el discurso de la izquierda, que se ha vaciado de contenido y se ha devaluado. A cambio de una clara conciencia ideológica revolucionaria, lo que vende en nuestros días es la mercadotecnia política, el manejo de medios, la interpretación adecuada de los intereses políticos corporativos, la confabulación mafioso electoral y, sobre todo, la promesa de conservar el status quo. Con estos elementos es asegurado el “éxito” político, que se traduce en el poder para mantener funcionando nuestro innovador y futurista “sistema democrático”.
* Estudiante de la licenciatura en estudios
políticos, CUCSH.