Secretos de familia o la épica de las perversiones

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En 2008, conversando con Javier Pinedo, el escritor portugués António Lobo Antunes dijo, respecto al contenido de sus libros: “La intriga no me interesa, lo que yo quisiera es que no me leyeran, sino que vivieran el libro”. En otra parte, y con otro interlocutor, el mismo Lobo Antunes aseveró: “Lo que yo quería era poner la vida entre las cubiertas de un libro”.

He leído cinco novelas de este prolífico escritor, quien obtuvo, en 2008, el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, y quien estará nuevamente visitándonos en esta próxima edición de la FIL de Guadalajara. Con excepción de Las naves (1988), en todas ellas viví la crudeza de una prosa que se mueve a la velocidad de las percepciones.

Poco diré de Las naves porque, a diferencia de las otras cuatro novelas, la realidad de vida se ofrece mediante una prosa más calculada y llena de filtros, por donde se estilan diversos tiempos históricos, diversos personajes pertenecientes a diferentes épocas de la historia literaria y marítima. Las naves es una acumulación de movimientos mentales que se distribuyen conceptual y retóricamente en un mundo de papel y de palabras. En este libro no hay la crudeza de la prosa que sí hay en sus otros trabajos; por el contrario, está lo cocido de una visión y de una concepción literarias. En Las naves, Lobo Antunes se ofrece plenamente en los barroquismos del lenguaje alimentado por los libros, y, me parece, no por experiencias de vida personal.

En cambio, en las otras novelas, la familia es el núcleo abastecedor de energías crudas que promueve y dinamiza la prosa de su mundo. Me estoy refiriendo a sus libros Auto de los condenados (1985), Esplendor de Portugal (1997), ¿Qué haré cuando todo arde? (2001) y El archipiélago del insomnio (2008). La periferia social que asoma entre las fronteras del espacio familiar está representada por personajes adscritos a la policía, al hospital, al de la administración de la hacienda y de otras formas de hacer negocios, y como entre sombras, por los contornos de estas periferias, aparecen los migrantes de diferentes países y los agrupamientos de milicias internacionales.

Se ha vuelto —casi— tópico común que, cuando se habla de las novelas de Lobo Antunes, aparezcan asociadas con la guerra de Angola y con la Revolución de los Claveles. Es verdad que son aludidos ambos acontecimientos históricos en Auto de los condenados y en Esplendor de Portugal, pero no adquieren la dimensión de lo fundamental y ni mucho menos de lo macroestructural. De ambos acontecimientos, cuando se los atrae al mundo de la familia, es nada más para hacer notar algún secreto. Es el caso de la Guerra de Angola, referida en el siguiente pasaje:

Le gustas al comandante, Isabel, trata de ser menos arisca, susurraba mi padre, ¿has pensado en la suerte que ha llamado a nuestra puerta? Sesenta helicópteros franceses para Angola, me corresponde una comisión, la sala rebosante de objetos de plata, el armario de mi madre rebosante de abrigos de piel, el garaje de la casa rebosante de automóviles. Con la continuación de la guerra es una fortuna auténtica, argumentaba mi padre […] y no le costaba a él pero le costaba a ella, por lo menos al principio, antes de comprender que podía elegir también los amantes que le apetecían sin preocuparse por los negocios de su marido (en Auto de los condenados; pág. 58).

Antes de dedicarse por entero a la escritura literaria, António Lobo Antunes era médico, con especialidad en psiquiatría. Es tal vez por esta especialidad que en sus novelas está presente la familia. Territorio social donde con frecuencia se ha querido situar el origen de algunas de las perversiones que padecen los individuos. En ¿Qué haré cuando todo arde? y en Auto de los condenados ocurre el travestismo. En la primera, se puede decir que es el corazón que da sangre a toda la novela familiar, no así en Auto de los condenados. En ésta resulta mucho más sorprendente porque, siendo un tema periférico —casi un ruido en el sistema de las microhistorias—, cuando se lo expone queda tan sólo como algo inesperado, como una ocurrencia, o bien, como un hecho anecdótico propio de la vida que se esfuma:

[…] los intentos de él, con sombras en los párpados y cremas en las mejillas, de seducir a los amigos adolescentes de mis primos, a mis amigos, a los aprendices, a los choferes, seducirlos con invitaciones a paseos en automóvil […] seducirlos entre murmullos, chistes, risitas, un padre de súbito insólitamente femenino, contoneándose como una mujer (pág. 59).

     

Hay mucho que decir de la vida que encierran las novelas de António Lobo Antunes. Por ahora, sólo señalo que se trata de una vida infeliz y brutal, una vida de familias cuyos secretos hacen la épica de las perversiones.

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