Un fantasma recorre Guadalajara. La obra pública que está por doquier ha bloqueado la vialidad, de tal manera que nuestras arterias urbanas impiden la movilidad regular que nuestra megalópolis requiere. Estamos tan apretados casi casi como las memorables momias egipcias, o las de Guanajuato —por eso del nacionalismo. No se diga mas, la Ciudad de las Rosas ha sido secuestrada. Entonces, como buenos y responsables ciudadanos, habrá que informar a nuestras conscientes autoridades para que tomen cartas en el asunto y busquen, desesperadamente como siempre lo hacen, a los culpables para que de acuerdo a la normatividad social sean expuestos y obligados a reparar el daño ocasionado.
En general, la población tapatía requiere que se le garantice su libertad de traslado a cualquier sitio, ya sea a su trabajo o bien a la escuela. Ya sea en transporte público o en vehículos particulares. Pero el laberinto del fauno en que ha involucionado nuestra ciudad lo impide. Cada vez mas el rendimiento del tiempo empleado para llegar al destino necesario se esfuma inmisericordemente. En consecuencia, se desperdicia miserablemente el propio tiempo de vida. Y el estrés y la depresión ocasionados comienzan a deteriorar tanto el bienestar y la salud. Pero sobre todo, la productividad.