Sergio Ramírez

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La lluvia es como un presagio y el día de esta entrevista la llovizna comenzó desde antes del amanecer. Es miércoles y Sergio Ramírez se encuentra sentado a una mesa en el centro de un espacio adaptado en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) para que diversos escritores atiendan preguntas de periodistas. Él espera con el perfil de un sacerdote que escucha confesiones, pero responde con voz de profeta.

Al hablar, las palabras le suenan desde lo más profundo y salen como canto de violonchelo. Como melodía coral de sirenas, sus pensamientos vagan por la mar y cualquier pregunta lo lleva a Nicaragua, su patria; cual si desviara la atención de cualquier otro tema, aterriza en América Latina, pero su epicentro siempre son sus volcanes de Centroamérica. Cualquier referencia a los galardones que recibió en su carrera como literato, intelectual o revolucionario, siempre la evade para decir que lo que sucede ahora en su país es producto de un régimen malogrado. Lo mismo que sucede con El Salvador y Honduras. Sobre Guatemala apenas si se refiere, aunque sí pareciera que le dedicara un pestañeo cuando cita a la corrupción como elemento clave del estado fallido que impera en las naciones del istmo.

¿Cómo cambia la vida con un premio como el Cervantes?, es la pregunta obligada sobre el galardón que le fue otorgado en 2017 y cuyo veredicto del jurado afirma que su obra destaca porque “aúna la narración, la poesía y el rigor del observador y el actor”.

El autor de Adiós muchachos contesta que se siente distraído por no poder escribir, aunque lo perturban más los conflictos que se desataron en su país, desde abril pasado, entre el presidente Daniel Ortega y gran parte de la sociedad que ha exigido elecciones y un cambio de régimen luego de diferentes choques entre la policía, infiltrados y civiles, principalmente universitarios y obreros. En total se han reportado alrededor de cuarenta muertes, entre ellas la de un periodista.

Sergio Ramírez nació en Masatepe, un pequeño poblado de Nicaragua, en 1948. Durante su vida estudió para abogado, pero siempre se apegó a la escritura. Vivió por pequeños lapsos en Costa Rica y luego en Berlín, Alemania, donde perfeccionó sus dotes de narrador. La revuelta social que terminó con el derrocamiento de la familia Somoza en su país natal le llamó para volver a su patria en la década de los setenta y ser parte así de la única revolución centroamericana que conoció el triunfo: la Sandinista.

Al dejar abierta la puerta del tema, le pregunto sobre la situación actual de Nicaragua y me responde: “Estos acontecimientos que se han presentado son de una gran brutalidad, sobre todo en las manifestaciones de reprensión del gobierno hacia la sociedad. Cada día están pasando cosas nuevas. En un país tan pequeño como Nicaragua, lo que se debe hacer es atender los acontecimientos y encontrar la paz, aunque sea una paz relativa”.

¿Al hablar de buscar acuerdos de paz podríamos referirnos a algo como lo que hizo El Salvador?
Sí, un poco similar a lo sucedido en El Salvador a inicios de la década de mil novecientos noventa. Con la diferencia de que allí se llevaba a cabo una lucha armada y había que hacer cesar las armas. Llegar a un armisticio para lograr un acuerdo de paz para que los sujetos entregaran las armas. Ahora es distinto, en Nicaragua no hay una insurrección armada, hay una insurrección civil. El arma era manifestarse cuando se podía, ahora están prohibidas las manifestaciones y reclamar los cambios políticos. Eso es lo que debe atender el gobierno, que la gente demanda un cambio político y el poder debe abrirse a un entendimiento para eso.

Añade que ahora en Nicaragua el régimen de Daniel Ortega —quien fuera su compañero durante la Revolución Sandinista— solamente se dedica a cuidar su propio interés y olvida a aquellos sobre los que ejerce el poder. “Ese sentimiento no puede traer paz” dice. Luego afirma que uno de los grandes problemas que tiene su país es que el gobierno no se da cuenta que debe abrir un diálogo con la otra fuerza antes de que la nación se vaya al desastre económico.

¿Su papel como escritor e intelectual es el de promover esta pacificación de la que habla?
Ojo, en Nicaragua ahora es un momento muy crítico porque el régimen piensa que la solución del problema está en la “pacificación”. Es una palabra muy peligrosa porque esto se puede ejercer a través de la represión, o sea el control social y no dejar que la gente se mueva; lo que él ya hace: prohibir las manifestaciones, asediar a los dirigentes, atemorizarlos, meterlos a la cárcel, llevarlos a juicio. Eso es una bomba, no es paz. La paz surge del entendimiento. De que la gente viva realmente tranquila, que sepa y confíe en un sistema político que es fruto de un consenso, aunque esté en oposiciones, pero que haya consenso.

Hay quien ha referido que lo que sucede hoy en día en diversos países de Centroamérica es heredado de las guerras de los setenta y ochenta, ¿cree que quedó algo pendiente durante la Revolución Sandinista y ahora viene a explotar?
La Revolución Sandinista que vivimos nosotros no tiene nada que ver con lo que sucede en estos días. Son fenómenos completamente diferentes. El hecho de que haya protagonistas de la revolución involucrados ahora en este asunto de defender a ultranza un poder familiar, no significa que sea un fenómeno conectado. Esta no es la revolución porque la revolución es un asunto completamente diferente, bajo unas reglas del juego distintas.

En lo que respecta a otros países como El Salvador u Honduras, cuyos pobladores están involucrados en la caravana que recién cruzó México con la esperanza de llegar a Estados Unidos, Chomsky ha afirmado que esta crisis se ha heredado de lo que sucedió en aquella época donde la nación norteamericana jugó un papel de infiltrado.
La influencia de lo acaecido en las guerras de los setenta y ochenta parece algo bastante lejano ahora. Fundamentalmente creo que hay otras líneas de responsabilidad de esta caravana y es que vivimos en una época con problemas sociales de una desigualdad social muy marcada. La riqueza sigue concentrada en pocas manos y la inmensa mayoría recibe migajas. No reciben nada. Ese es el problema central: la gran desigualdad. Esta caravana no es más que el resultado del fracaso de los Estados nacionales de Centroamérica. Es el resultado de no resolver problemas mínimos en la población, como educación, trabajo, salud, vivienda. Lo que vemos allí es una manifestación de las redes de inseguridad ciudadana, de las pandillas que gobiernan las ciudades, el narcotráfico, la corrupción. De gobiernos ineficaces y estados fallidos. Esto es lo que provoca la migración masiva. La gente no se va por su propio pie a caminar miles de kilómetros con una suerte imprecisa porque piensa que solucionará sus problemas de su existencia. Es un verdadero drama.

Guarda silencio un par de segundos y remata: “Hacen falta ideales y voluntad de cambio”.

¿Cómo se promueven los ideales y esa voluntad?
Llevar ideales a las sociedades depende siempre de un grupo de iluminados y a ver si son capaces de impregnar con ellos a la sociedad. Generalmente sucede en los albores de las revoluciones. Ya ves que ni el FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) —movimiento paramilitar surgido en la guerrilla en El Salvador en la década de los ochenta y que a la postre se convirtió en partido político—, ni el FSLN en Nicaragua (Frente Sandinista de Liberación Nacional) —movimiento revolucionario surgido con la Revolución Sandinista de Nicaragua, que también se convertiría en partido político y que tiene ahora en el poder a Daniel Ortega— que fueron las dos grandes revoluciones de América Latina en los ochenta, han podido resolver o pudieron resolver esos problemas. Aún queda para mucho esto que sin duda es una crisis humanitaria. Una crisis de la democracia, de la participación y del reparto de la riqueza. Esos son elementos que están presentes ahí en las necesidades sociales.

* * *

La primera vez que vi a Sergio Ramírez fue en los pasillos de la FIL Guadalajara en el 2016. Ese año, luego de una charla que formaba parte de su iniciativa Centroamérica Cuenta, el autor explicaba la realidad de los países que componen el istmo en cuanto a apoyos literarios. “Hay muchos escritores en cada uno de nuestros países, pero la falta de librerías y de editoriales poderosas imposibilita la promoción de su obra y por ende su reconocimiento”, diría.

Posteriormente, como si parafraseara al escritor guatemalteco José Mejía —quien explica en la Antología del cuento centroamericano, publicada por Alfaguara en 2003, lo difícil que es promover la literatura de la región— añadiría: “Es más fácil conocer a un autor emergente mexicano, peruano, argentino, español o vasco, que a un autor que vive en Centroamérica, al lado de tu casa”. Luego de que terminara ese evento, Ramírez se perdería entre los pasillos de la feria como un transeúnte más en busca de una dotación de libros para los próximos doce meses. América Latina era el invitado de honor.

Promover la literatura de esa región, es precisamente la apuesta del festival Centroamérica Cuenta, que desde 2013 en cinco ediciones ha llevado a Nicaragua a sendos escritores de América Latina, Estados Unidos y Europa. La edición 2018 fue suspendida por los acontecimientos civiles contra Ortega. Sin embargo, el festival ha encontrado eco en otros foros, como la propia FIL Guadalajara. 

Este año, con Portugal como país invitado, lo volví a encontrar caminando, como cualquier otra persona. Es martes, un día previo de la entrevista y veo que se detiene en un stand y toma el periódico El País. Se vuelve con parsimonia y retoma su andar. De pronto lo detengo y le digo si leerá lo que sucede en el mundo. Sonríe y me extiende la mano cual si fuéramos viejos conocidos, como si se diera cuenta que recuerdo sus palabras de dos años atrás. Le saludo y solamente le confirmo que un día después hemos de encontrarnos en esta charla…

Ramírez también es como un roble de antaño. Se desenvuelve a la perfección y sin tambalearse entre la realidad social y la política, pero como quiero ahondar en su relación con lo literario le cambio el tema, par conocer más de los pasajes de vida que gestaron su obra. Le pido que me hable de literatura y su voz de viejo instrumento musical rasca las cuerdas para decirme que considera que es un hermoso pretexto para aprender Historia. Ejemplifica obras como La guerra y la paz de León Tolstói, donde dice que el lector comprende a la perfección el intento de invasión de Napoleón y visualiza en las palabras una maqueta con dos campamentos y una estrategia de ataque y defensa.

Platica que para comprender el París del siglo XIX La educación sentimental, de Gustave Flaubert, da un excelente aire francés de aquella época a través de la historia de una pareja de amantes. Al verlo inspirado le pregunto que si parte de su obra también tiene ese fin, el de ser un documento que sirva para comprender la historia reciente de Nicaragua, en textos como Adiós muchachos o Margarita, está linda la mar. Sin reflexionar responde que no. Que por ejemplo el primero son memorias que hacen uso de herramientas de la literatura para contar lo que vivió en ese período.

Como en otras obras, usted se detiene en Adiós muchachos para revisar un tópico que es propio del arte, como es el sacrificio, pero que también es parte de la humanidad…

En esta obra el sacrifico está como algo personal. Casi inspirador para los otros que lucharon. Cuando narro la historia de las catacumbas, de los muchachos que se metieron a la clandestinidad sin pensar que iban a salir vivos, solamente lo hicieron porque iban a dejar un ejemplo para que otros recogieran su bandera y siguieran adelante, esa es una convicción. La literatura puede estar llena de sacrificio como elemento, todo dependiendo del tema que se aborde. Hay muchas líneas de acción. Todo depende a donde quieras llegar con lo que quieres decir.

Volviendo a lo sucedido en Nicaragua, ¿qué cree que provoque el cambio de intereses en una persona como lo que sucedió con Daniel Ortega, su aliado en el movimiento Sandinista y ahora un personaje con tintes tiránicos?
Ese es un campo de experimentación de la novela. Es muy fácil decir que esta persona (Daniel Ortega) desde un principio era un autoritario y dictador. Pero el asunto está en descubrir la complejidad del ser humano. No negar que en algún momento fue un hombre que tuvo ideales revolucionarios de cambio de Nicaragua y que luchó por eso. Aunque también es necesario revisar cómo se ha dado esta operación para convertirse en lo que es. Ese es un verdadero desafío como escritor. Muchas veces encontrar esto va al campo de la novela, el descifrar a un personaje. Es posible que el sentimiento tiránico pueda estar dentro de la persona por mucho tiempo y de repente florece, pero esto es difícil sistematizarlo hacia todas las personas. Por eso considero que descubrir la evolución de cada personaje es campo para la literatura.

Encuentro en gran parte de su literatura ese elemento anecdótico y memorial…
La escritura siempre está teñida de las propias experiencias personales y uno de los grandes territorios en la literatura es siempre la infancia. Siempre se está volviendo ahí. Es un territorio tan difuso que yo no sé hasta dónde uno recuerda o inventa cuando se habla de la infancia, porque es un territorio místico.

De sus libros, ¿tiene alguno que lo sienta como el preferido?
Yo diría que le tengo más cariño a una novela que se llama Un baile de máscaras, es un libro sobre mi infancia y mi familia. Cuento la historia de mi familia, yo vengo de una familia católica y de músicos pobres. Por parte de mi madre, una familia Bautista-Protestante. La negativa de mi abuelo era que mi madre no se casara con un músico pobre y ese es el tema de la novela, explico todo lo que viví basado en ese eje central y en la prevención de mi padre de que una hermana había sido seducida por un novio que la había embarazado… Yo diría que esta es una escritura sentimental por eso le tengo cariño.

¿Ahora escribe algo?
Por ahora no, espero regresar a Managua y volver a hacerlo —y volvemos al inicio— con el Premio Cervantes uno queda en un estado de gracia. Se crea un escenario nuevo en la vida que distrae de escribir, pero uno tiene que encontrar cómo retomar el camino. Pero me ha distraído más la situación interna de Nicaragua que el propio Cervantes para interrumpirme de escribir.

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