Trueba escultor de Eros

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“Me gustaría que esta mujer fuera como una roca, como una planta surgida de la tierra, como un árbol, como el mar; una emanación directa de la naturaleza”, dice el cansado escultor. Ahora tiene frente a sí a esa joven desnuda; la ofrenda de sus firmes pechos, las curveadas nalgas y los calientes muslos que albergan el hirsuto sexo. Toda ella es una exhalación, un impulso vital, porque la mejor prueba de que existe Dios “es el cuerpo de la mujer”, argumenta el viejo, quien sabe que en años no había dado con un oasis de su estética fe, y que ha venido a sacudirle los achaques artísticos y existenciales. He aquí El artista y la modelo (2012), la reciente cinta del director Fernando Trueba que se presentará en la inauguración de Galas del FICG28, y de la cual ha dicho su protagonista, el reconocido actor Jean Rochefort, es “un himno a la vida”.
Dice Fernando Trueba que al realizar esta obra se obsesionó en la personalidad de un creador que dedicó toda su vida a la búsqueda de la belleza, pero “siempre en el mismo paisaje, que es el cuerpo femenino”. Ubicada en Francia durante la Segunda Guerra mundial, la historia que nos cuenta el cineasta español es la de un viejo artista que se reencuentra con la inspiración y que “vuelve a sentirse vivo” al toparse con una bella chica a quien, gracias a su esposa, protege de la ocupación alemana y termina por convertirse en el objeto deseado de la sublimación artística del cual la roca habrá de ser el espejo. Para Claudia Cardinale, quien actúa como la mujer de este escultor, es una gran historia, “porque no se puede vivir sin arte y sin amor”.
La terminación de la película viene a ser para Fernando una especie de cuenta saldada con su fallecido hermano Máximo, quien era escultor y supo del proyecto de esta cinta de boca del cineasta, antes de su muerte ocurrida en 1996, y es obvia su admiración en una reciente entrevista al respecto para un diario español. “Era mejor que el resto de los hermanos y quien mejor tallaba la piedra en este país. Él sí sabía de arte y no yo”. Pero esta falsa modestia se borra al ver las escenas de la que empieza a considerarse la mejor película de Trueba: cada detalle de su plástica y composición están cuidados en todo momento, con una fotografía que deviene en poesía, pero de una manera natural, sin artificios ni impostaciones, enfocada en la recreación artística de los protagonistas que lejos están de caer en la sobreactuación.
Casi sin música y con pocos diálogos, lo que cuenta es la contemplación de esos caracteres que viven en los extremos: él, un humanista en la debacle que busca sobreponerse a la efímera realidad y darle sentido; y ella, una niña que sobrevive a la destrucción y el desengaño de la guerra, pero tan plena de fuerza y carnalidad, de una belleza de la que el viejo quiere dejar constancia antes de tener que partir. Así que toda la película cobra gran importancia porque habla con otro ritmo cinematográfico y refleja una manera diferente de percibir la vida, como la elección del blanco y negro; aunque para Trueba esto “no debería ser noticia”, por ser un recurso muy utilizado, pero que hay que decir que casos como éste en que se logra dar tanta sobriedad y limpieza a la narrativa son los menos, el recurso contribuye a la pausa y el recogimiento estético, y se hace más evidente aún en la escena de transición que Trueba cataloga como su preferida, en la cual el escultor le muestra y explica un dibujo de Rembrandt, que originalmente no estaba dentro del guion, pero que se creó a partir de una entrevista sobre el pintor David Hockney y que fue incorporada, dice el director, para “acercar” a los protagonistas en su apreciación del arte; con ello cree que de alguna manera se le puede enseñar a la gente a mirar, “en un mundo donde todo es muy rápido, un momento para parar, saber qué significa una imagen”.
El guión fue pensado por Trueba en primera instancia de la mano de Rafael Azcona hacia 1995, pero como no fructificó por diferencias de intereses creativos, decidió dejarlo por la paz, hasta que lo retomó con Jean-Claude Carrière, reconocido guionista que trabajó al lado de Luis Buñuel, pero también de otros como Jacques Tati, Jean-Luc Godard, Vol-ker Schlöndorff y Miloš Forman, y que ha dicho a propósito de este filme que es “una cosa muy rara”, donde se trata de la inspiración y la relación de amor, pero también de la distancia que debe mantener el artista con la fuente de su obra.
Con todas las influencias que pueda atender Fernando Trueba al realizar esta cinta, entre ellas el cine francés de los años treinta, lo que sí ha dejado claro es que pretendió hacer “una película sin trucos”, y que al estar enclavada en un ambiente bucólico, rústico; realza el lirismo de su armonía y concepción artística. El viejo demiurgo está en medio de la campiña francesa, aislado de la violencia del mundo y viviendo su último reducto de belleza, pero no cejará en la incertidumbre de su empeño: “Debo hacer una escultura con guerra o sin ella, y no sé si lo conseguiré”.

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