Todd Solondz parece completamente inofensivo en persona. Su figura desgarbada, su manera de hundirse en la silla y sus respuestas francas y anodinas a las preguntas entusiastas, pero huecas del auditorio, dejaron con ganas de fausto a muchos de los asistentes al Talent Campus, del Festival Internacional de Cine de Guadalajara, el año pasado. Ajeno a la elocuencia oratoria, parecía incómodo con el trato de celebridad que le otorgaron.
De su conferencia, sin embargo, salieron varios puntos en claro: que en realidad no le gusta hacer películas, pero se le siguen ocurriendo historias que tiene que decir, así que no le queda otra opción más que filmarlas; que si las perversiones sexuales son un tema constante en sus trabajos es simplemente porque esas cosas pasan, y que no tiene ningún interés en los actores famosos. Pero basta con ver una sola pieza de su filmografía para darse cuenta de que Solondz en realidad es agudo, incisivo e incluso provocador.
Su corte más reciente, Life during wartime o Del perdón al olvido, como la han titulado en español, es un condensado de todo lo anterior, una versión refinada de sus motivos y recurrencias: Joy va de Nueva Jersey a Florida, para reconsiderar su matrimonio al darse cuenta de que su marido no ha dejado de hacer llamadas obscenas en su tiempo libre. Ya antes su hermana Trish había emigrado a la soleada península para olvidar su propio divorcio de un pedófilo, pero el pasado la alcanza cuando su hijo de 12 años descubre que no es huérfano, sino hijo de un convicto por crímenes sexuales. Literalmente perseguida por sus fantasmas, Joy busca paz y alojamiento con su otra hermana, Helen, una exitosa, megalómana y atribulada guionista. Agotadas todas las posibilidades, ningún conflicto se resuelve, pero la vida sigue. Al igual que la guerra, apenas insinuada en el trasfondo, apenas reconocible, apenas mencionada, a pesar de los 50 mil efectivos que aún acampan en Irak.
Si los personajes les suenan, si reconocen de alguna parte el tapiz del sillón de la primera escena o se acuerdan del cenicero con el nombre de Joy inscrito, están en lo correcto: se trata de una continuación de Happiness (1998), aunque ningún actor es el mismo, y ni siquiera se parecen demasiado: a Jane Adams la sustituye la extraordinaria Shirley Henderson como Joy; Philip Seymour Hoffman, el marido de ésta, aumenta su estatura y cambia de color en la piel negra de Michael K. Williams; los niños de Trish crecen y se transforman, mientras ella pasa de Cynthia Stevenson para encarnarse en Allison Janey, y así sucesivamente.
Esta despreocupación intencionada de Solondz por la apariencia de sus personajes, ya había causado algunos mareos antes, cuando la protagonista de Palindromes (2004), Aviva, fue interpretada por ocho diferentes, muy diferentes personas.
Con todo, las verdaderas razones por las que el espectador se siente incómodo no son sólo la violencia sexual insinuada, el intenso drama, las desconcertantes apariciones, los breves ensueños de erotismo simbólico que se cuelan de la cabeza del padre exconvicto. Las punzadas que más calan son en realidad el sutil escarnio y la brutal crítica que se entretejen en los detalles, en el decorado, entre los diálogos y las acciones de esta gente absolutamente común y corriente, provinciana. Juan Pérez a la vuelta de la esquina: como los murales de aviones de caza en la habitación de Timmy, el retrato hablado que hace Trish de su nuevo novio (“votó por Bush, pero ahora sabe que era un imbécil”), o como la breve charla familiar en el balcón sobre perdonar, olvidar y si las mismas reglas de indulgencia aplican para los terroristas.
Love during war time no es una película para todo mundo. Ningún taquillazo, a pesar de que funciona en muchos niveles: es al mismo tiempo un relato provinciano, sentimental y realista; una declaración política, simbólica, un exhorto conciliador; un cuento judío, y aunque no lo parezca, una divertida comedia negra.
La conclusión de la diatriba parece estar en las palabras del propio Solondz, cuando los créditos empiezan a deslizarse sobre la pantalla y suenan Beck y Devendra Banhart: “Intenté perdonar, intenté olvidar / intenté no revivir lo que me ofende. / Todos cometemos errores, ¿por qué no admitirlos? / Fue todo un error, como Vietnam”.