“He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los departamentos con agua fría flotando a través de las alturas de las ciudades contemplando el jazz”.
La anterior cita es la célebre entrada del poema Aullido, de Allen Ginsberg, uno de los padres de la Generación Beat, que vino a darle en su momento un renovado impulso a la literatura estadounidense, y del que no pocas veces se ha querido hacer un retrato a través del cine. Este es el caso de Kill your darlings (2013), dirigida por John Krokidas, que esta semana se presenta como parte del ciclo Verano de Cine organizado por el Cineforo de la Universidad de Guadalajara.
Para los que se han topado con la escritura beat, han escuchado de los excesos de sus abanderados y de cómo tal vorágine se respira en la fuerza de sus textos, lo más normal es que en las adaptaciones a la pantalla se pueda percibir esa suciedad creativa. En esta cinta, que en español se ha traducido como Amores asesinos, realmente no pasa así. Es verdad que la trama nos remite a la juventud de Ginsberg, cuando en su estancia en la Universidad de Columbia conoce a William Burroughs, Jack Kerouac, y a Lucien Carr, y narra cómo este último asesina a su viejo amante, además de los encuentros homosexuales o con las drogas de esta tribu, pero de una manera que se antoja floja e insípida para lo que fueron estos escritores en la vida real.
La cinta hace énfasis en el conflicto amoroso, y presenta a los personajes en algún bar de jazz, las tertulias intelectuales y el uso de drogas como la benzedrina, además con algunos arrebatos literarios o vandálicos de unos muchachos que quieren sentirse libres y provocadores en una institución educativa tradicionalista y conservadora, pero el tratamiento que vemos, al final, no es más que el de un inocuo paseo.
Los personajes parecen quedarles holgados a los intérpretes, sobre todo el de Ginsberg —el más importante— que recae en el ex maguito de Harry Potter (Daniel Radcliffe), quien pareciera que después de aquella saga brujil ha querido verse como un actor de papeles que lo opongan a su infantil e inocente histrionismo en el que fue encasillado de origen, pero que al menos en este trabajo no lo logra. Aún así, sin duda muchos de sus seguidores disfrutan del morbo de ver a Radcliffe darse amorosos besos con su amigo, o de que ante el despecho se sugiera ser iniciado y penetrado por un tipo que se asemeja al compañero que lo ha rechazado.
Esto y ni siquiera el asesinato que se maneja en el filme podría ser lo más dramático que suceda y, claro, entre comillas. Porque si nos remitimos de nuevo al poema Aullido, no encontraremos en la cinta esas imágenes que en el texto son tan claras: “Quienes aullaron de rodillas en el metro y fueron arrastrados por el techo ondeando sus genitales y manuscritos. /Quienes permitieron ser penetrados por el ano por virtuosos motociclistas, y gritaron con alegría. /Quienes chuparon y fueron chupados por aquellos serafines humanos, los marineros, caricias del amor Atlántico y Caribeño. /Quienes eyacularon en la mañana en la tarde en jardines de rosas y en el pasto de parques públicos y cementerios esparciendo su semen libremente a quienquiera que llegara”.
Otra de las cintas esperadas de este ciclo veraniego en el Cineforo, es la de Lobos grandes y malos (2013), de los directores Aharon Keshales y Navot Papushado, a la que se promocionó como la película favorita del año de Quentin Tarantino, y que de acuerdo al periodista y escritor Juan Sardá “plantea una cruenta, y sarcástica metáfora de un país como Israel sometido a la prolongada esquizofrenia de una ocupación que no tiene fin”.
Sobre la abundante violencia de este trabajo, Papushado ha dicho: “Israel es el único lugar del planeta en el que si hay altercados en la calle la gente no se mete en su casa sino que sale a ver qué pasa y solucionarlo. No hay nadie que no sepa manejar una pistola. La propia historia de los judíos, plagada de persecuciones y matanzas, ha propiciado una paranoia colectiva, esa sensación de que en cualquier momento van a intentar aniquilarnos. Eso nos define como país”.