Una justicia de plata

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Los primeros héroes fueron una encarnación de las herencias mitológicas: aquellos que, justos o vengativos, estaban siempre dispuestos a liberar a los pueblos de los opresores, de las contradicciones de un sistema arbitrario o de las injusticias de algún tirano o asesino. El vengador, entonces, insuflado por un espíritu reivindicativo, atraía hacía sí el encono y las ansias de enmienda de los ofendidos y víctimas, y se abalanzaba contra aquello que mereciera una lección o, en su caso, el derrocamiento.

En esta línea, por vengador y justiciero, pudiera inscribirse el mítico Llanero Solitario, ese pistolero que hizo de su imperio el viejo oeste montando un caballo y cuyo dominio extendió incluso más allá de esa geografía de tierra.

En enero de 1933 una emisora de radio de Detroit, la WXYZ, creó al Llanero Solitario: la obra fue producto de la mancuerna de George W. Trendle y el guionista Fran Striker. Algo de la inestabilidad y de esos áridos horizontes económicos y sociales de la gran Depresión estadounidense, que se había desatado cuatro años antes y se prolongaría hasta los albores de la Segunda Guerra mundial, alcanza a tocar la concepción de ese hombre enmascarado que cabalga a medias entre El Zorro (creación mexicana, 1919) y Robin Hood (bandido proscrito cuyos orígenes se remontan al siglo XII): las características de ambos hallan una sutil combinación en este ex ranger de Texas que se vuelve pistolero y practicante de la ley del Talión —del ojo por ojo— debido al asesinato de su hermano en una emboscada a seis rangers de la que únicamente él, John Reid, sale ileso.

A partir de entonces lleva una existencia apócrifa: en la emboscada acaban muertos cinco rangers, o seis, pues cavó una tumba más en la que colocó su nombre, a fin de emprender, sigiloso, una venganza sobre Butch Cavendish y su banda. De esta vida velada del Llanero poco se habla. El antifaz que cubre la mitad de su cara (Robin, el Fantasma que Camina y el Avispón Verde también lo utilizarían) y ese sombrero texano resultan un artificio idóneo para mantenerse oculto sin ocultarse propiamente. Si la máscara en la Edad Media servía para disimular y participar en un juego fársico e incluso carnal, el antifaz del Llanero (hecho de un jirón del chaleco del hermano asesinado) privilegia ese interés por pasar desapercibido y, al mismo tiempo, por dimensionar su presencia en todo sitio.

El heroísmo del Llanero (el héroe es ese molde siempre experimental en que se revierte la condición humana) radica en que emprende una cruzada de justicia por propia mano tras un asesinato que lo toca profundamente, de este modo está expuesta su vida y su drama. En este sentido tiene un semejante origen con el Fantasma que Camina (el Hombre Enmascarado), que jura combatir el mal tras presenciar el asesinato de su padre en un ataque pirata. Sólo que este es un personaje misterioso, y el Llanero, en cambio, no obstante el antifaz es un vaquero transparente. Sus motivaciones justicieras entonces parten de sí mismo y, en el viaje hacia su concreción, tocan a lo colectivo: “…la fantasía del pueblo depende de un ‘complejo de inferioridad’ social, que determina largas fantasías sobre la idea de venganza, de castigo de los culpables de males soportados…”, escribe Antonio Gramsci al respecto de los vengadores.

De Clark Kent a Supermán, de Bruce Banner a Hulk hay la misma distancia que de John Reid al Llanero. La diferencia mayor entre ellos, tal vez, radica en que el Llanero tiene a Toro, un indio potawatomi, venido de la región del este estadounidense, cuyo contrapeso a lo impulsivo y desbocado del vaquero lo acerca a Sancho Panza o a Robin: uno es el espejo del otro, al punto de que se rescatan mutuamente: de niño, John Reid salva la vida a Toro y éste, en la emboscada de Cavendish donde muere su hermano, le devuelve el favor. A partir de entonces se vuelven inseparables. Esta especie de vida doble del Llanero lo lleva a tener en Toro un espejo al que le da una estatura mayor que la suya.

Qué mejor manera de asimilarse al mundo que montar un caballo de nombre Silver y hacerse acompañar de un indio para atrapar a bandas de asaltantes y saqueadores de regiones cercanas y remotas. Lo único que podría considerarse un lujo en esta caracterización del enmascarado, es su revólver, que funciona únicamente con balas de plata. No el plomo pesado y despreciable, sino la plata brillante y apreciada, que deslumbra y asombra.

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